/ lunes 29 de marzo de 2021

Sobre la desigualdad y la omisión del Estado


Durante décadas la lógica tanto de los gobiernos como del sector privado, ha sido que la intervención del Estado en las cuestiones económicas debe reducirse hasta llegar a un mínimo porque los Estados no saben administrar y el uso que hacen de los recursos en programas sociales y medidas de redistribución son ineficientes, que por el contrario, lo que debe incentivarse es de manera individual cada persona mediante su esfuerzo y trabajo (porque de eso depende todo) se esfuerce para subir en la escala social, que emprenda un negocio o abra una empresa, que busque empleos donde la remuneración sea mayor y cada vez “le vaya mejor” en términos monetarios.

Y es que hablar de esfuerzo, de trabajo, de mejorar nuestras condiciones materiales, suena bastante bien, nadie tendría queja de esta premisa a menos que introduzcamos más elementos en la ecuación y la problematicemos. Suena bien hasta que recordamos que existe una estructura de desigualdad que hace que el piso no sea parejo, que haya miles de personas que se encuentran en profunda desventaja y otras pocas privilegiadas. Y eso no es descubrir el hilo negro, pero sí es partir desde otro lugar de entendimiento y reconocer que los gobiernos no pueden desentenderse y dejar todo en manos del mercado ni de las y los ciudadanos en lo individual pues hay toda una estructura que les impide a cruzar el camino a muchísimas personas y les sirve de trampolín a un puñado.

Que no se malentienda, esto no es una apuesta a que nadie trabaje, a querer vivir tumbadas o tumbados en el sillón, como muchos detractores caricaturizan pues actualmente, 74 de cada 100 personas que hayan nacido en situación de pobreza en nuestro país no podrán salir de ella a lo largo de su vida (Informe de Movilidad Social en México), por más que se esfuercen y trabajen arduamente (y ojo aquí porque muchos discursos de precarización se romantizan de esta manera).

De lo que se trata es de poner al centro de nuevo lo público, y lo público de calidad, de que el Estado se comprometa mediante acciones afirmativas a cerrar las brechas de desigualdad, porque la desigualdad es un acto de injusticia y combatirla, es apostar por la dignidad humana.


* Vicepresidenta de Hagamos


Durante décadas la lógica tanto de los gobiernos como del sector privado, ha sido que la intervención del Estado en las cuestiones económicas debe reducirse hasta llegar a un mínimo porque los Estados no saben administrar y el uso que hacen de los recursos en programas sociales y medidas de redistribución son ineficientes, que por el contrario, lo que debe incentivarse es de manera individual cada persona mediante su esfuerzo y trabajo (porque de eso depende todo) se esfuerce para subir en la escala social, que emprenda un negocio o abra una empresa, que busque empleos donde la remuneración sea mayor y cada vez “le vaya mejor” en términos monetarios.

Y es que hablar de esfuerzo, de trabajo, de mejorar nuestras condiciones materiales, suena bastante bien, nadie tendría queja de esta premisa a menos que introduzcamos más elementos en la ecuación y la problematicemos. Suena bien hasta que recordamos que existe una estructura de desigualdad que hace que el piso no sea parejo, que haya miles de personas que se encuentran en profunda desventaja y otras pocas privilegiadas. Y eso no es descubrir el hilo negro, pero sí es partir desde otro lugar de entendimiento y reconocer que los gobiernos no pueden desentenderse y dejar todo en manos del mercado ni de las y los ciudadanos en lo individual pues hay toda una estructura que les impide a cruzar el camino a muchísimas personas y les sirve de trampolín a un puñado.

Que no se malentienda, esto no es una apuesta a que nadie trabaje, a querer vivir tumbadas o tumbados en el sillón, como muchos detractores caricaturizan pues actualmente, 74 de cada 100 personas que hayan nacido en situación de pobreza en nuestro país no podrán salir de ella a lo largo de su vida (Informe de Movilidad Social en México), por más que se esfuercen y trabajen arduamente (y ojo aquí porque muchos discursos de precarización se romantizan de esta manera).

De lo que se trata es de poner al centro de nuevo lo público, y lo público de calidad, de que el Estado se comprometa mediante acciones afirmativas a cerrar las brechas de desigualdad, porque la desigualdad es un acto de injusticia y combatirla, es apostar por la dignidad humana.


* Vicepresidenta de Hagamos