/ lunes 14 de febrero de 2022

Moralmente derrotado

Es irritante y es muy común el hecho de que los políticos se beneficien del enorme poder que llegan a tener. A lo largo y a lo ancho del mundo, visualizamos con frecuente periodicidad escándalos de corrupción, de abuso, de tráfico de influencia, de abuso de poder, de excesos en la adjudicación de ventajas, privilegios y estilos lujosos de vivir a cargo del erario público.

Narrativas de derecha y narrativas de izquierda coinciden en reconfortar a sus enojados ciudadanos diciéndoles que combatirán la corrupción, que eso se acabará, que ellos son diferentes, que habrá un nuevo inicio. Sin caer en la fatídica generalización, hemos visto caer tantas promesas incumplidas, escuchado tantos discursos huecos, conocemos tanta propaganda mentirosa y hemos presenciado el derrumbe de cuentos, leyendas e historias de tantos dirigentes, políticos y mandatarios en el mundo, que pareciera una regla con la que se incita al pueblo.

En México, atestiguamos un punto de quiebre y el incendio fatal del discurso anticorrupción del presidente López Obrador. Con ese discurso ganó la presidencia en las urnas. Los mexicanos, cansados de los delitos y de los excesos, de la riqueza de sus políticos, le dieron un voto de confianza. La esperanza del cambio optó por un candidato que no era el más preparado, ni el que tenía mayor experiencia, se sacrificó la calidad, los atributos y el sentido común abriéndole la puerta a la incógnita, a la posibilidad de probar al que parecía el menos malo a pesar de ser ilógico.

Ya en la presidencia, la promesa de “no somos iguales” resonó hasta el mismo jueves de la semana pasada en la conferencia mañanera presidencial. Hoy, esas palabras calan profundo y hieren por el engaño, por el cinismo, por el descaro. Unos días antes, Cuauhtémoc Cárdenas sentenciaba que se seguía haciendo lo mismo que en el pasado, que se tiene que corregir la presencia en todo el país de la delincuencia organizada, de la inseguridad y de la corrupción que “son cuestiones que sin duda se tienen que limpiar, limpiar con base en la ley. Pocas horas después, conocimos la historia funesta, torcida e inexplicable del matrimonio de José Ramón López Beltrán con Carolyn Adams, los negocios entre Baker Hughes y PEMEX, la Mansión Gris de Houston –en idéntica situación a la casa blanca de la gaviota de EPN-, la negación presidencial, la persecución a periodistas, el intento de cortina de humo y distracción para proseguir el engaño, la presentación de múltiples contratos y datos duros, así como las explicaciones de la familia del presidente, absurdas, increíbles, fantasiosas e insultantes a la inteligencia en un intento desesperado por detener el hundimiento del barco de AMLO, hundido por sus propios actos, por la caída del telón que ocultaba las mentiras, porque no son iguales: son peores que los anteriores.

Ni el hijo ni la nuera de AMLO son funcionarios públicos, igual que los hijos de Angélica Rivera o de Martha Sahagún, igual. Emparentados con el poder, lo usan, lo disfrutan y lo presumen. Iguales: hay sospechas y quizá, nunca se prueben legalmente, pero ante lo evidente, el presidente no puede decirse blanco, puro, limpio ni impoluto nunca más. No se ha castigado a los corruptos de antes y he oído numerosas historias de corrupción recientes con origen en el gobierno federal, que como antes y como ahora, no se pueden comprobar.

Son iguales y están perdidos. Un guía es capaz de que lo sigan un tiempo antes de que sus seguidores se enteren que van a la deriva, fuera de ruta, moralmente derrotados. Los intentos de usar la popularidad contra los periodistas, sin desmentir los argumentos, es una fórmula que usaron 3 años, duró hasta que falló y por fin, ya no les sirvió. Engañar a la gente para tan bajos fines es vil, es perverso y es negativo. El poder debe usarse para bien, no para tapar su mal.


www.youtube.com/c/carlosanguianoz

Es irritante y es muy común el hecho de que los políticos se beneficien del enorme poder que llegan a tener. A lo largo y a lo ancho del mundo, visualizamos con frecuente periodicidad escándalos de corrupción, de abuso, de tráfico de influencia, de abuso de poder, de excesos en la adjudicación de ventajas, privilegios y estilos lujosos de vivir a cargo del erario público.

Narrativas de derecha y narrativas de izquierda coinciden en reconfortar a sus enojados ciudadanos diciéndoles que combatirán la corrupción, que eso se acabará, que ellos son diferentes, que habrá un nuevo inicio. Sin caer en la fatídica generalización, hemos visto caer tantas promesas incumplidas, escuchado tantos discursos huecos, conocemos tanta propaganda mentirosa y hemos presenciado el derrumbe de cuentos, leyendas e historias de tantos dirigentes, políticos y mandatarios en el mundo, que pareciera una regla con la que se incita al pueblo.

En México, atestiguamos un punto de quiebre y el incendio fatal del discurso anticorrupción del presidente López Obrador. Con ese discurso ganó la presidencia en las urnas. Los mexicanos, cansados de los delitos y de los excesos, de la riqueza de sus políticos, le dieron un voto de confianza. La esperanza del cambio optó por un candidato que no era el más preparado, ni el que tenía mayor experiencia, se sacrificó la calidad, los atributos y el sentido común abriéndole la puerta a la incógnita, a la posibilidad de probar al que parecía el menos malo a pesar de ser ilógico.

Ya en la presidencia, la promesa de “no somos iguales” resonó hasta el mismo jueves de la semana pasada en la conferencia mañanera presidencial. Hoy, esas palabras calan profundo y hieren por el engaño, por el cinismo, por el descaro. Unos días antes, Cuauhtémoc Cárdenas sentenciaba que se seguía haciendo lo mismo que en el pasado, que se tiene que corregir la presencia en todo el país de la delincuencia organizada, de la inseguridad y de la corrupción que “son cuestiones que sin duda se tienen que limpiar, limpiar con base en la ley. Pocas horas después, conocimos la historia funesta, torcida e inexplicable del matrimonio de José Ramón López Beltrán con Carolyn Adams, los negocios entre Baker Hughes y PEMEX, la Mansión Gris de Houston –en idéntica situación a la casa blanca de la gaviota de EPN-, la negación presidencial, la persecución a periodistas, el intento de cortina de humo y distracción para proseguir el engaño, la presentación de múltiples contratos y datos duros, así como las explicaciones de la familia del presidente, absurdas, increíbles, fantasiosas e insultantes a la inteligencia en un intento desesperado por detener el hundimiento del barco de AMLO, hundido por sus propios actos, por la caída del telón que ocultaba las mentiras, porque no son iguales: son peores que los anteriores.

Ni el hijo ni la nuera de AMLO son funcionarios públicos, igual que los hijos de Angélica Rivera o de Martha Sahagún, igual. Emparentados con el poder, lo usan, lo disfrutan y lo presumen. Iguales: hay sospechas y quizá, nunca se prueben legalmente, pero ante lo evidente, el presidente no puede decirse blanco, puro, limpio ni impoluto nunca más. No se ha castigado a los corruptos de antes y he oído numerosas historias de corrupción recientes con origen en el gobierno federal, que como antes y como ahora, no se pueden comprobar.

Son iguales y están perdidos. Un guía es capaz de que lo sigan un tiempo antes de que sus seguidores se enteren que van a la deriva, fuera de ruta, moralmente derrotados. Los intentos de usar la popularidad contra los periodistas, sin desmentir los argumentos, es una fórmula que usaron 3 años, duró hasta que falló y por fin, ya no les sirvió. Engañar a la gente para tan bajos fines es vil, es perverso y es negativo. El poder debe usarse para bien, no para tapar su mal.


www.youtube.com/c/carlosanguianoz