/ lunes 1 de abril de 2024

Momento de la verdad. Debate presidencial

@carlosanguianoz en Twitter


El primer debate entre candidatos y candidato a la presidencia de México a celebrarse el día 7 de abril es una fecha sumamente importante. Ese acto definirá sin duda las posibilidades reales de triunfo de cualquiera de los participantes, pudiendo ser el revulsivo que haga parecer que se puede remontar a las encuestas o en contrasentido, el punto final que define y petrifica la intención del voto y vuelve irrelevante el resto del desarrollo de la campaña electoral.

La percepción, reina innegable del juego electoral, permite al electorado realizar juicios de valor, calificar y descalificar aspirantes a gobernar y es el día del debate quizá la última oportunidad que quienes desean ganar la elección presidencial tengan para consolidar o modificar radicalmente la percepción positiva o negativa que los mexicanos tenemos sobre sus personas, propuestas, personalidad, valores, atributos y posibilidades de triunfo. El contacto masivo a través de la cobertura amplía por los medios de comunicación, las activaciones intensas en redes sociales y la viralización predecible de multi contenidos difundidos y pautados por los partidos políticos, las candidatas y el candidato, así como por sus equipos operativos, seguidores y granjas de bots -al final, para generar percepción sirven y cuentan-, son el caldo de cultivo para un día memorable en el desarrollo de las campañas, con más emotividad y valor que todos los días anteriores desde su inicio.

Un buen desempeño en el debate, que permita en principio alentar a los correligionarios, a sus ya simpatizantes, a los votantes cálidos que se presume ya están en la bolsa, no sería suficiente para modificar la intención del voto y alentar la participación efectiva el día de la jornada electoral. Para generar un efecto de tal magnitud, es necesario ganar con contundencia el debate. Con reglas rígidas, en un formato aburrido que plantea el Instituto Nacional Electoral, intentando ser equitativo y justo, pero sin el poder de obligar a ceñirse estrictamente a los debatientes, los ataques, el humor, la crítica aderezada con adjetivos calificativos, ofensas veladas o directas, las acusaciones sin pruebas, son esperadas por una audiencia que desea más el entretenimiento que la información.

Con 2 apuestas sobre la mesa, la continuidad o el cambio, el número de participantes, tres en total, podría facilitar que el elector compare, analice, conozca más a detalle los planes, plataforma y propuestas de cada oferta política. Llegan al debate con encuestas que colocan arriba a Claudia Sheinbaum, que muestran una ligera tendencia al alza de Xóchitl Gálvez y que evidencian la falta de posicionamiento de Jorge Álvarez. La oportunidad de tener piso parejo en formato, tiempo y cobertura es un marco invaluable para sacar toda la carne al asador, para no desperdiciar el momento de la verdad ante millones de potenciales electores que verán y serán impactados por la difusión del debate por varios días. El momento es para no dejar nada para después, pues al terminar el debate, si no sucede algo extraordinario, amaneceremos al día siguiente con una elección definida, a pesar de restarle 53 días más de duración. La ciudadanía expectante, calificará con dureza y podría ser motivada a afianzar y consolidar o a modificar su intención del voto o incluso, a votar, venciendo la extendida apatía que muestra nuestro electorado, agotado de ver más de lo mismo.

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El primer debate entre candidatos y candidato a la presidencia de México a celebrarse el día 7 de abril es una fecha sumamente importante. Ese acto definirá sin duda las posibilidades reales de triunfo de cualquiera de los participantes, pudiendo ser el revulsivo que haga parecer que se puede remontar a las encuestas o en contrasentido, el punto final que define y petrifica la intención del voto y vuelve irrelevante el resto del desarrollo de la campaña electoral.

La percepción, reina innegable del juego electoral, permite al electorado realizar juicios de valor, calificar y descalificar aspirantes a gobernar y es el día del debate quizá la última oportunidad que quienes desean ganar la elección presidencial tengan para consolidar o modificar radicalmente la percepción positiva o negativa que los mexicanos tenemos sobre sus personas, propuestas, personalidad, valores, atributos y posibilidades de triunfo. El contacto masivo a través de la cobertura amplía por los medios de comunicación, las activaciones intensas en redes sociales y la viralización predecible de multi contenidos difundidos y pautados por los partidos políticos, las candidatas y el candidato, así como por sus equipos operativos, seguidores y granjas de bots -al final, para generar percepción sirven y cuentan-, son el caldo de cultivo para un día memorable en el desarrollo de las campañas, con más emotividad y valor que todos los días anteriores desde su inicio.

Un buen desempeño en el debate, que permita en principio alentar a los correligionarios, a sus ya simpatizantes, a los votantes cálidos que se presume ya están en la bolsa, no sería suficiente para modificar la intención del voto y alentar la participación efectiva el día de la jornada electoral. Para generar un efecto de tal magnitud, es necesario ganar con contundencia el debate. Con reglas rígidas, en un formato aburrido que plantea el Instituto Nacional Electoral, intentando ser equitativo y justo, pero sin el poder de obligar a ceñirse estrictamente a los debatientes, los ataques, el humor, la crítica aderezada con adjetivos calificativos, ofensas veladas o directas, las acusaciones sin pruebas, son esperadas por una audiencia que desea más el entretenimiento que la información.

Con 2 apuestas sobre la mesa, la continuidad o el cambio, el número de participantes, tres en total, podría facilitar que el elector compare, analice, conozca más a detalle los planes, plataforma y propuestas de cada oferta política. Llegan al debate con encuestas que colocan arriba a Claudia Sheinbaum, que muestran una ligera tendencia al alza de Xóchitl Gálvez y que evidencian la falta de posicionamiento de Jorge Álvarez. La oportunidad de tener piso parejo en formato, tiempo y cobertura es un marco invaluable para sacar toda la carne al asador, para no desperdiciar el momento de la verdad ante millones de potenciales electores que verán y serán impactados por la difusión del debate por varios días. El momento es para no dejar nada para después, pues al terminar el debate, si no sucede algo extraordinario, amaneceremos al día siguiente con una elección definida, a pesar de restarle 53 días más de duración. La ciudadanía expectante, calificará con dureza y podría ser motivada a afianzar y consolidar o a modificar su intención del voto o incluso, a votar, venciendo la extendida apatía que muestra nuestro electorado, agotado de ver más de lo mismo.