/ lunes 15 de abril de 2024

Campañas políticas e indiferencia popular

www.youtube.com/c/carlosanguianoz


Ante la proximidad de la elección presidencial del 2 de junio, así como las locales de renovación de gobernador y autoridades locales, siendo que será la elección donde se elija el mayor número de cargos de elección en la historia democrática de México, el electorado se aprecia distante, escéptico, apático, incrédulo e indiferente ante el despliegue propagandístico que realizan las diferentes opciones por conquistarlo y obtener su voto. Aunque se proyecta que el nivel de participación ciudadana en los comicios rebase el 60% del listado nominal de electores, el ambiente de campaña evidencia que la brecha entre los políticos y los ciudadanos sigue abriéndose cada día más y que el despertar del elector se activa más en el rechazo y en la intención de voto negativo o de castigo a sus gobernantes.

Las campañas, más cortas que antes, igual o más caras, navegan por el calendario de proselitismo abierto a través de los medios tradicionales de barrido casa por casa, cruceros de pega de calcas y repartición de impresos e incluso la realización de mítines y eventos vecinales que cada vez se caracterizan más porque entre sus asistentes son más los miembros del equipo del candidato, su staff y su partido que la cantidad de vecinos que se acercan con la expectativa de escuchar, informarse o apoyar a alguna o alguno de los candidatos en campaña.

La política tradicional puesta en marcha con campañas como las de siempre, solamente ha visto chispazos de modernidad y disrupción con el uso de las redes sociales, actividad que realizan en su mayoría, con buenas intenciones sin lograr aprovecharlas al máximo los contendientes y sus equipos, que le restan seriedad y calidad al esfuerzo de retroalimentación con la ciudadanía por la vía digital. Discursos vacíos, promesas huecas, oídos sordos, optimismo irracional y descaro pleno es lo que se escucha en la mayoría de los casos, como ofertas de campañas. El sistema electoral permite aún que candidatas o candidatos sin ninguna posibilidad real de ganar en las urnas, realicen promesas y ofrezcan obras, servicios y programas que saben que son inviables, que perversamente conocen que no tendrán que cumplirlas, pues no ganarían la elección si no ocurriera algo extraordinario de plano, por lo que enrarecen el ambiente, llevando la simulación y el engaño fuera de límites éticos y morales, en perjuicio del ciudadano y de la actividad política misma.

La sociedad, ávida de diversión y entretenimiento, se ha vuelto gran consumidora de propaganda negra, de rumores, de insultos, descalificaciones, burlas y contrastes entre los contendientes. Quizá por ello las campañas lucen desangeladas, sin emotividad y algarabía más allá de contingentes de nómina y la fidelización de los escasos militantes y simpatizantes que se involucran en la campaña y que son quienes padecen la falta de motivación de los electores de involucrarse más, de participar activamente en las campañas, de confrontar las ideas y cuestionar a las y a los candidatos en su comunidad.

Se agota el tiempo y se recorre sin grandes sobresaltos la ruta de las campañas, con la peculiaridad de que los políticos se hablan entre ellos y los ciudadanos se sienten audiencia no tomada en cuenta, aburridos de las viejas prácticas, que recuerdan a la minería de pico y pala por su obsolescencia y lentitud para desplazarse, atraer la atención, generar comparación positiva y conquistar la intención del votante.

La recta final de las campañas se distinguirá por la petición del voto, sin racionalizar mucho en por qué ni justificar por qué el interés del político puede ser útil al ciudadano común. Mucho queda por hacer para recuperar el tejido social y regresar al país a un estado democrático, justo y popular. Otra vez quieren el voto y otra vez el elector desperdicia el poder de exigir rendición de cuentas y forzar los compromisos reales entre candidatos y la comunidad que deberían de representar. Es lo que hay.

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Ante la proximidad de la elección presidencial del 2 de junio, así como las locales de renovación de gobernador y autoridades locales, siendo que será la elección donde se elija el mayor número de cargos de elección en la historia democrática de México, el electorado se aprecia distante, escéptico, apático, incrédulo e indiferente ante el despliegue propagandístico que realizan las diferentes opciones por conquistarlo y obtener su voto. Aunque se proyecta que el nivel de participación ciudadana en los comicios rebase el 60% del listado nominal de electores, el ambiente de campaña evidencia que la brecha entre los políticos y los ciudadanos sigue abriéndose cada día más y que el despertar del elector se activa más en el rechazo y en la intención de voto negativo o de castigo a sus gobernantes.

Las campañas, más cortas que antes, igual o más caras, navegan por el calendario de proselitismo abierto a través de los medios tradicionales de barrido casa por casa, cruceros de pega de calcas y repartición de impresos e incluso la realización de mítines y eventos vecinales que cada vez se caracterizan más porque entre sus asistentes son más los miembros del equipo del candidato, su staff y su partido que la cantidad de vecinos que se acercan con la expectativa de escuchar, informarse o apoyar a alguna o alguno de los candidatos en campaña.

La política tradicional puesta en marcha con campañas como las de siempre, solamente ha visto chispazos de modernidad y disrupción con el uso de las redes sociales, actividad que realizan en su mayoría, con buenas intenciones sin lograr aprovecharlas al máximo los contendientes y sus equipos, que le restan seriedad y calidad al esfuerzo de retroalimentación con la ciudadanía por la vía digital. Discursos vacíos, promesas huecas, oídos sordos, optimismo irracional y descaro pleno es lo que se escucha en la mayoría de los casos, como ofertas de campañas. El sistema electoral permite aún que candidatas o candidatos sin ninguna posibilidad real de ganar en las urnas, realicen promesas y ofrezcan obras, servicios y programas que saben que son inviables, que perversamente conocen que no tendrán que cumplirlas, pues no ganarían la elección si no ocurriera algo extraordinario de plano, por lo que enrarecen el ambiente, llevando la simulación y el engaño fuera de límites éticos y morales, en perjuicio del ciudadano y de la actividad política misma.

La sociedad, ávida de diversión y entretenimiento, se ha vuelto gran consumidora de propaganda negra, de rumores, de insultos, descalificaciones, burlas y contrastes entre los contendientes. Quizá por ello las campañas lucen desangeladas, sin emotividad y algarabía más allá de contingentes de nómina y la fidelización de los escasos militantes y simpatizantes que se involucran en la campaña y que son quienes padecen la falta de motivación de los electores de involucrarse más, de participar activamente en las campañas, de confrontar las ideas y cuestionar a las y a los candidatos en su comunidad.

Se agota el tiempo y se recorre sin grandes sobresaltos la ruta de las campañas, con la peculiaridad de que los políticos se hablan entre ellos y los ciudadanos se sienten audiencia no tomada en cuenta, aburridos de las viejas prácticas, que recuerdan a la minería de pico y pala por su obsolescencia y lentitud para desplazarse, atraer la atención, generar comparación positiva y conquistar la intención del votante.

La recta final de las campañas se distinguirá por la petición del voto, sin racionalizar mucho en por qué ni justificar por qué el interés del político puede ser útil al ciudadano común. Mucho queda por hacer para recuperar el tejido social y regresar al país a un estado democrático, justo y popular. Otra vez quieren el voto y otra vez el elector desperdicia el poder de exigir rendición de cuentas y forzar los compromisos reales entre candidatos y la comunidad que deberían de representar. Es lo que hay.