/ lunes 18 de marzo de 2024

Debate político: frivolidad y momentum


El debate político es una herramienta democrática que se ha vuelto indispensable en el desarrollo de las campañas. Su uso generalizado en procesos electorales que necesitan acercar la información relacionada con las y los candidatos, con sus plataformas electorales, discusiones ideológicas y propuestas como ejes diferenciadores entre ellos, son una oportunidad útil para que un número amplío de ciudadanos obtenga datos y califique el desempeño de quienes aspiran a ganar un cargo público.

La oportunidad de reunir candidaturas pares, en un formato ordenado para proponer temas en roles preestablecidos, ayuda a los medios de comunicación a dar la cobertura informativa y a ampliar el número de ciudadanos que visualizan el debate en vivo, así como los análisis posteriores, crítica de generadores de opinión, analistas, académicos y sociedad organizada. Sin duda es una oportunidad de piso parejo para que se desenvuelvan en igualdad de circunstancias al menos en esos momentos de la verdad, quienes pretenden darse a conocer ante su electorado.

Una práctica que se ha vuelto común entre los participantes, es desaprovechar el tiempo insultando, ofendiendo, intentando debilitar moralmente y cuestionar la honorabilidad de los contrincantes. De ahí que la frivolidad, el histrionismo, la vulgaridad y la falta de propuestas convincentes dominen y consuman el tiempo de los debates. Un candidato con buena telegenia, con habilidad para enfrentar la improvisación y los asaltos mentales, podrá imponerse a sus adversarios y sobresalir ante los espectadores que privilegiaran el entretenimiento al análisis profundo y a la crítica seria a las propuestas y perfiles en contienda.

La posterior guerra en redes sociales que se desprende de los debates se cocina aparte. Clips de video con los mejores momentos propios, los peores ajenos, los que surgen de los errores del adversario, intentaran viralizarse y generar impulso o retroceso en los porcentajes de nivel de conocimiento e intención del voto de los candidatos. La posibilidad de editar videos, de seleccionar las partes buenas y desechar las zonas grises y errores del candidato, produce materiales que se pautan y nutren los contenidos de organizaciones partidistas, que los simpatizantes y los activistas utilizan para defender la supuesta victoria de sus preferidos y en contra sentido, para atacar, cuestionar y desgastar a sus adversarios políticos.

Sin ser estrictamente decisivos para asegurar el resultado final de una elección, los debates son parte esencial de las campañas electorales. Prepararse para causar buena impresión, para defender las propias ideas y para incentivar al público a inclinarse por la opción que cada quien representa, es una prioridad estratégica. El debate sirve como inyección de animosidad para el equipo de campaña, que se motiva, que vitorea, respalda y promueve en sus propias redes a quien goza de su preferencia. Es generalizado que cada participante termine declarándose vencedor del debate y celebre su faena, cobijado por sus seguidores. En conclusión, se puede ganar la campaña, ganar el debate incluso y aun así, perder la elección el día de la jornada. Los esfuerzos por conducir los temas, por equilibrar el formato a fin de que ningún conteniente obtenga ventajas sobre otros, así como que no insulten, respeten los tiempos pactados y se conduzcan con propiedad durante el debate son tareas difíciles que los árbitros enfrentan, de cara al público, que les exige imparcialidad y autoridad sobre los participantes. Es un ejercicio que debe abrirse a nuevos formatos, dándole oportunidad a la ciudadanía que visualiza en vivo de retroalimentar, cuestionar y preguntar a sus candidatos, enriqueciendo el sentido democrático de la herramienta y dándole mayor atractivo para incrementar su visualización.

www.youtube.com/c/carlosanguianoz


El debate político es una herramienta democrática que se ha vuelto indispensable en el desarrollo de las campañas. Su uso generalizado en procesos electorales que necesitan acercar la información relacionada con las y los candidatos, con sus plataformas electorales, discusiones ideológicas y propuestas como ejes diferenciadores entre ellos, son una oportunidad útil para que un número amplío de ciudadanos obtenga datos y califique el desempeño de quienes aspiran a ganar un cargo público.

La oportunidad de reunir candidaturas pares, en un formato ordenado para proponer temas en roles preestablecidos, ayuda a los medios de comunicación a dar la cobertura informativa y a ampliar el número de ciudadanos que visualizan el debate en vivo, así como los análisis posteriores, crítica de generadores de opinión, analistas, académicos y sociedad organizada. Sin duda es una oportunidad de piso parejo para que se desenvuelvan en igualdad de circunstancias al menos en esos momentos de la verdad, quienes pretenden darse a conocer ante su electorado.

Una práctica que se ha vuelto común entre los participantes, es desaprovechar el tiempo insultando, ofendiendo, intentando debilitar moralmente y cuestionar la honorabilidad de los contrincantes. De ahí que la frivolidad, el histrionismo, la vulgaridad y la falta de propuestas convincentes dominen y consuman el tiempo de los debates. Un candidato con buena telegenia, con habilidad para enfrentar la improvisación y los asaltos mentales, podrá imponerse a sus adversarios y sobresalir ante los espectadores que privilegiaran el entretenimiento al análisis profundo y a la crítica seria a las propuestas y perfiles en contienda.

La posterior guerra en redes sociales que se desprende de los debates se cocina aparte. Clips de video con los mejores momentos propios, los peores ajenos, los que surgen de los errores del adversario, intentaran viralizarse y generar impulso o retroceso en los porcentajes de nivel de conocimiento e intención del voto de los candidatos. La posibilidad de editar videos, de seleccionar las partes buenas y desechar las zonas grises y errores del candidato, produce materiales que se pautan y nutren los contenidos de organizaciones partidistas, que los simpatizantes y los activistas utilizan para defender la supuesta victoria de sus preferidos y en contra sentido, para atacar, cuestionar y desgastar a sus adversarios políticos.

Sin ser estrictamente decisivos para asegurar el resultado final de una elección, los debates son parte esencial de las campañas electorales. Prepararse para causar buena impresión, para defender las propias ideas y para incentivar al público a inclinarse por la opción que cada quien representa, es una prioridad estratégica. El debate sirve como inyección de animosidad para el equipo de campaña, que se motiva, que vitorea, respalda y promueve en sus propias redes a quien goza de su preferencia. Es generalizado que cada participante termine declarándose vencedor del debate y celebre su faena, cobijado por sus seguidores. En conclusión, se puede ganar la campaña, ganar el debate incluso y aun así, perder la elección el día de la jornada. Los esfuerzos por conducir los temas, por equilibrar el formato a fin de que ningún conteniente obtenga ventajas sobre otros, así como que no insulten, respeten los tiempos pactados y se conduzcan con propiedad durante el debate son tareas difíciles que los árbitros enfrentan, de cara al público, que les exige imparcialidad y autoridad sobre los participantes. Es un ejercicio que debe abrirse a nuevos formatos, dándole oportunidad a la ciudadanía que visualiza en vivo de retroalimentar, cuestionar y preguntar a sus candidatos, enriqueciendo el sentido democrático de la herramienta y dándole mayor atractivo para incrementar su visualización.

www.youtube.com/c/carlosanguianoz