/ domingo 31 de octubre de 2021

Límites al poder

El uso del poder es una fuente potencial de conflicto, uno de los factores desencadenantes de la desigualdad social, un riesgo inminente para cualquier estado, dada la condición de humana de quienes detentan, usan y disponen del poder público. La anterior afirmación, podría encajar en la mayoría de los países del mundo, en casi todas las épocas, aunque quizá con esfuerzo, alguien lograría encontrar excepciones que pudieran contradecirla, por lo cual, no pretendo opinar de ningún modo expresándome en valores absolutos.


La historia de la humanidad, la evolución de los pueblos, la Constitución de ciudades y el florecimiento de los estados nacionales, contienen numerosos hechos que revelan que el ser humano no ha sido y no es simétrico en su carácter, personalidad, ideología, construcción de principios y valores, en su moral ni en su comportamiento social. Entre los gobernantes han habido mujeres y hombres que detentan y poseen numerosos atributos, capacidades y talentos, algunos más que otros, entre diversas posibilidades y capacidades: liderazgos intelectuales, de ciencia, de fe, de armas, con capaces carismáticos, con fuerza, con riqueza, con apoyo comunitario, en fin, cada uno ha sido distinto, incluso contrastándolo consigo mismo entre una etapa y otra.

Pero lo que parece ser un rasgo distintivo de la mayoría de los gobernantes poderosos, es que la oportunidad, la circunstancia o escuchar el canto de las sirenas, les empuja a usar su mando en tomar decisiones no siempre racionales, no siempre de beneficio colectivo. El ego, la codicia, la soberbia, el afán de enriquecerse, la búsqueda de reconocimiento social, de pertenencia, la caza del respeto y la puerta falsa de pensar que lo que ellos piensen, digan o hagan es lo que debe de hacerse e incluso… lo que conviene al pueblo, son una realidad, que aunado a otras miserias humanas, que nos vuelven imperfectos a cualquiera, se encuentran documentados más que mitos en relatos históricos, en biografías, en pasajes que muestran como la condición humana es el principal enemigo del poder. El que lo tiene, sucumbe. El que lo usa, sufre tentación y desgaste. La lucha para sostenerse sin caer en los excesos que el poder implica, son constantes y aún quienes se vencen a si mismos, no lo hacen siempre ni lo hacen en todo.

Nuestra sociedad requiere que los ciudadanos pongamos límites al poder. Desde ahora y por el porvenir. Sin dedicatoria a partido político o a personaje alguno. Pensando en la generalidad y no en posibles excepciones, debemos proteger al erario público, al interés público. Se debe impedir que se gobierne por cualquiera en base a disposiciones caprichosas, por ocurrencias, por afanes de notoriedad o por decisiones de dudoso interés social, que no piense en la colectividad sino en el beneficio propio, de su grupo, de sus promotores, de sus patrocinadores y de sus aliados.

Proteger a la nación, exige limitar y contener a todo aquel que muestre voracidad, a quienes pretendan prolongarse, excederse, servirse o despacharse injustificadamente con los privilegios que da el tener el poder y el mando en el país. Por ello, la separación efectiva de poderes, el limitar aún más los privilegios y el uso discrecional del cargo y la función pública, el endurecer la vigilancia, la denuncia y el castigo contra el influyentismo, el dar cero tolerancia a la corrupción y el exigir real rendición de cuentas a los gobernantes ante la sociedad, deben ser la prioridad de cualquier modelo de construcción de ciudadanía, de cualquier intento de mejora en el país, de cualquier ejercicio de política, democracia y libertad ciudadana. A todos nos sirve y a los políticos, los limita incluso para bien de sí mismos.


www.inteligenciapolitica.org

El uso del poder es una fuente potencial de conflicto, uno de los factores desencadenantes de la desigualdad social, un riesgo inminente para cualquier estado, dada la condición de humana de quienes detentan, usan y disponen del poder público. La anterior afirmación, podría encajar en la mayoría de los países del mundo, en casi todas las épocas, aunque quizá con esfuerzo, alguien lograría encontrar excepciones que pudieran contradecirla, por lo cual, no pretendo opinar de ningún modo expresándome en valores absolutos.


La historia de la humanidad, la evolución de los pueblos, la Constitución de ciudades y el florecimiento de los estados nacionales, contienen numerosos hechos que revelan que el ser humano no ha sido y no es simétrico en su carácter, personalidad, ideología, construcción de principios y valores, en su moral ni en su comportamiento social. Entre los gobernantes han habido mujeres y hombres que detentan y poseen numerosos atributos, capacidades y talentos, algunos más que otros, entre diversas posibilidades y capacidades: liderazgos intelectuales, de ciencia, de fe, de armas, con capaces carismáticos, con fuerza, con riqueza, con apoyo comunitario, en fin, cada uno ha sido distinto, incluso contrastándolo consigo mismo entre una etapa y otra.

Pero lo que parece ser un rasgo distintivo de la mayoría de los gobernantes poderosos, es que la oportunidad, la circunstancia o escuchar el canto de las sirenas, les empuja a usar su mando en tomar decisiones no siempre racionales, no siempre de beneficio colectivo. El ego, la codicia, la soberbia, el afán de enriquecerse, la búsqueda de reconocimiento social, de pertenencia, la caza del respeto y la puerta falsa de pensar que lo que ellos piensen, digan o hagan es lo que debe de hacerse e incluso… lo que conviene al pueblo, son una realidad, que aunado a otras miserias humanas, que nos vuelven imperfectos a cualquiera, se encuentran documentados más que mitos en relatos históricos, en biografías, en pasajes que muestran como la condición humana es el principal enemigo del poder. El que lo tiene, sucumbe. El que lo usa, sufre tentación y desgaste. La lucha para sostenerse sin caer en los excesos que el poder implica, son constantes y aún quienes se vencen a si mismos, no lo hacen siempre ni lo hacen en todo.

Nuestra sociedad requiere que los ciudadanos pongamos límites al poder. Desde ahora y por el porvenir. Sin dedicatoria a partido político o a personaje alguno. Pensando en la generalidad y no en posibles excepciones, debemos proteger al erario público, al interés público. Se debe impedir que se gobierne por cualquiera en base a disposiciones caprichosas, por ocurrencias, por afanes de notoriedad o por decisiones de dudoso interés social, que no piense en la colectividad sino en el beneficio propio, de su grupo, de sus promotores, de sus patrocinadores y de sus aliados.

Proteger a la nación, exige limitar y contener a todo aquel que muestre voracidad, a quienes pretendan prolongarse, excederse, servirse o despacharse injustificadamente con los privilegios que da el tener el poder y el mando en el país. Por ello, la separación efectiva de poderes, el limitar aún más los privilegios y el uso discrecional del cargo y la función pública, el endurecer la vigilancia, la denuncia y el castigo contra el influyentismo, el dar cero tolerancia a la corrupción y el exigir real rendición de cuentas a los gobernantes ante la sociedad, deben ser la prioridad de cualquier modelo de construcción de ciudadanía, de cualquier intento de mejora en el país, de cualquier ejercicio de política, democracia y libertad ciudadana. A todos nos sirve y a los políticos, los limita incluso para bien de sí mismos.


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