/ jueves 29 de abril de 2021

La mitad de la cara

La experiencia de taparnos el rostro ha sido un factor digno de comentar, secuela del virus que aún persiste en el mundo y modificó nuestros hábitos, convencionalismos y formas de convivencia de manera notable.

A finales de 2009, México sufrió una epidemia por una mutación del virus de la influenza. En ese entonces, el contagio se frenó aproximadamente 18 meses después. El gobierno reconoció que alrededor de 1.000 personas murieron y más de 70.000 resultaron contagiadas. En ese momento, la mayoría de loas generaciones de mexicanos que seguimos vivos, conocimos y utilizamos por primera vez los hoy tristemente celebres cubrebocas. Además, la necesidad de lavarnos frecuentemente las manos expandió el uso del gel de alcohol antibacterial. 10 años después, a finales de 2019, la pandemia de COVID-19 fue recibida en México con cierta confianza en que superaríamos rápido y con consecuencias similares a la experiencia anterior la emergencia sanitaria. No fue así. De hecho, aunque existen las vacunas contra la influenza y se sabe que la enfermedad puede llegar a ser mortal, las dosis aplicadas cada año son cifras menores en relación a la población mexicana.

A nadie le gusta estar enfermo y el temor a la muerte nos estandariza a los humanos, aunque en México por cultura le somos irreverentes y la retamos usualmente. Después de un largo recorrido que nos ha causado daños a todos los mexicanos sin distinción, esta versión de coronavirus que sigue sin parar nos ha dejado cansados y con deseos de volver el tiempo atrás, pero esa, no es la realidad que nos esta tocando vivir. Ahora, el uso de cubrebocas se ha vuelto indispensable. Quienes no lo utilizan, enfrentan niveles elevados de tensión social, agresión y hasta violencia en el transporte público, en las calles, en plazas y centros comerciales, en mercados y espacios abiertos.

El uso de los cubrebocas ha variado durante los últimos 14 o 15 meses. Empezamos usando el tradicional cubrebocas azul, de 1 o dos capas, que eran sumamente económicos. Después, nos hicieron entender que debían ser de 3 capas. Aprendimos a utilizarlos con la practica. Enfrentamos el no saber que hacer y donde colocarlos cuando no estaban colocados en nuestra cara, si echarlos a la bolsa, si desecharlos en cualquier bote de basura. Aún es frecuente caminar por las calles y encontrar cubrebocas desechados en la vía publica sin cuidado alguno. Cuando se extendió el contagio y se prolongo la alerta sanitaria, el uso del cubrebocas se fue generalizando y se volvió el accesorio imprescindible de nuestra vida cotidiana. Salir de casa obligaba a revisar si se traía consigo al menos una de esas mascaras protectoras a las que les hemos depositado fe y las hemos hecho responsables de nuestra protección.

Llegaron los coloridos, los hechos de tela, de velcro, de licra y de diversos materiales. Los hay bordados, impresos y con diseño replica de mascaras de héroes o de los luchadores del ring. Algunos registran ya la identidad corporativa. Hasta los partidos políticos y los equipos deportivos han hecho del cubrebocas un medio de propaganda para difundirse entre la población.

Hoy tapamos la mitad de nuestra cara varias horas al día. Antes, solo los forajidos, los ladrones o los grupos de vándalos en manifestaciones lo hacían. Era impensable entrar a un banco con la cara cubierta a sacar dinero. Hoy, es obligatorio. Ahora son responsables también de la distancia social, pues no es fácil reconocer en la vía publica a gente con el rostro cubierto y además, esconden la expresividad del rostro. Pero esta vez, estarán presentes en nuestra vida por una larga temporada.


www.youtube.com/user/carlosanguianoz

La experiencia de taparnos el rostro ha sido un factor digno de comentar, secuela del virus que aún persiste en el mundo y modificó nuestros hábitos, convencionalismos y formas de convivencia de manera notable.

A finales de 2009, México sufrió una epidemia por una mutación del virus de la influenza. En ese entonces, el contagio se frenó aproximadamente 18 meses después. El gobierno reconoció que alrededor de 1.000 personas murieron y más de 70.000 resultaron contagiadas. En ese momento, la mayoría de loas generaciones de mexicanos que seguimos vivos, conocimos y utilizamos por primera vez los hoy tristemente celebres cubrebocas. Además, la necesidad de lavarnos frecuentemente las manos expandió el uso del gel de alcohol antibacterial. 10 años después, a finales de 2019, la pandemia de COVID-19 fue recibida en México con cierta confianza en que superaríamos rápido y con consecuencias similares a la experiencia anterior la emergencia sanitaria. No fue así. De hecho, aunque existen las vacunas contra la influenza y se sabe que la enfermedad puede llegar a ser mortal, las dosis aplicadas cada año son cifras menores en relación a la población mexicana.

A nadie le gusta estar enfermo y el temor a la muerte nos estandariza a los humanos, aunque en México por cultura le somos irreverentes y la retamos usualmente. Después de un largo recorrido que nos ha causado daños a todos los mexicanos sin distinción, esta versión de coronavirus que sigue sin parar nos ha dejado cansados y con deseos de volver el tiempo atrás, pero esa, no es la realidad que nos esta tocando vivir. Ahora, el uso de cubrebocas se ha vuelto indispensable. Quienes no lo utilizan, enfrentan niveles elevados de tensión social, agresión y hasta violencia en el transporte público, en las calles, en plazas y centros comerciales, en mercados y espacios abiertos.

El uso de los cubrebocas ha variado durante los últimos 14 o 15 meses. Empezamos usando el tradicional cubrebocas azul, de 1 o dos capas, que eran sumamente económicos. Después, nos hicieron entender que debían ser de 3 capas. Aprendimos a utilizarlos con la practica. Enfrentamos el no saber que hacer y donde colocarlos cuando no estaban colocados en nuestra cara, si echarlos a la bolsa, si desecharlos en cualquier bote de basura. Aún es frecuente caminar por las calles y encontrar cubrebocas desechados en la vía publica sin cuidado alguno. Cuando se extendió el contagio y se prolongo la alerta sanitaria, el uso del cubrebocas se fue generalizando y se volvió el accesorio imprescindible de nuestra vida cotidiana. Salir de casa obligaba a revisar si se traía consigo al menos una de esas mascaras protectoras a las que les hemos depositado fe y las hemos hecho responsables de nuestra protección.

Llegaron los coloridos, los hechos de tela, de velcro, de licra y de diversos materiales. Los hay bordados, impresos y con diseño replica de mascaras de héroes o de los luchadores del ring. Algunos registran ya la identidad corporativa. Hasta los partidos políticos y los equipos deportivos han hecho del cubrebocas un medio de propaganda para difundirse entre la población.

Hoy tapamos la mitad de nuestra cara varias horas al día. Antes, solo los forajidos, los ladrones o los grupos de vándalos en manifestaciones lo hacían. Era impensable entrar a un banco con la cara cubierta a sacar dinero. Hoy, es obligatorio. Ahora son responsables también de la distancia social, pues no es fácil reconocer en la vía publica a gente con el rostro cubierto y además, esconden la expresividad del rostro. Pero esta vez, estarán presentes en nuestra vida por una larga temporada.


www.youtube.com/user/carlosanguianoz