/ jueves 24 de febrero de 2022

Como echarle aire al fuego

Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, la semana pasada el Presidente le regaló al público de la mañanera un momento sensible tras referirse de nuevo al escándalo de su hijo José Ramón. Aunque no podemos asegurar si fue un gesto genuino o más bien otro intento fallido de controlar el escándalo de la “Casa Gris”, como la han apodado los medios haciendo referencia a la versión del mismo escándalo de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera; lo que sí queda claro es que es el resultado de la ausencia de un manejo de crisis profesional lo que hoy muestra al Presidente, que parecía tener más vidas que un gato, como nunca lo hemos visto: contra las cuerdas.


La crisis comunicacional se ha prolongado más de lo que esperaba el Presidente. Al día de hoy, suman 27 días de fuego vivo desde que se transmitió por primera vez el capítulo de LatinUs en el que se desvelaba la investigación en torno a la lujosa mansión en Houston propiedad de un ejecutivo de Baker Hughes en la que vivió el hijo de Andrés Manuel López Obrador entre 2020 y 2021. Sin duda, se trata de un escándalo que pone, una vez más, en tela de juicio el discurso de AMLO sobre la austeridad y la lucha contra la corrupción, dejando entrever posibles conflictos de interés relacionados con contratos entre la compañía y PEMEX. Sin embargo, esta no es la primera vez que la presidencia enfrenta escándalos así de graves, pues en lo que va del sexenio han sido varios los señalamientos a altos funcionarios y familiares cercanos a AMLO, apenas el año pasado los protagonistas eran los hermanos del Presidente con aquellos innegables videos recibiendo dinero en efectivo de manos de David León. Con eso en consideración, si no es la gravedad del tema o la cercanía del protagonista con quien se sienta en la silla del águila, ¿qué ha sido distinto de esta ocasión que ha extendido la duración de la crisis más de lo que la 4T está acostumbrada?

El Presidente, que siempre ha tenido algún refrán popular o apodo peyorativo para sacudirse los escándalos, se olvidó que no hay líder carismático que pueda librarlas todas y confió más de lo que debería en sus habilidades de comunicación cometiendo el mismo error que muchos otros, que por saber comunicar se olvidan de rodearse de asesores expertos en la materia para escucharlos cuando ellos estén tan inmersos en la crisis que no puedan ver con claridad cómo manejarla. En consecuencia, lo que hemos visto con el transcurrir de los días ha sido una progresión de desatinos, que en el intento de apagar el fuego, no han hecho más que echarle aire.

La base de un buen manejo de crisis es una evaluación correcta de la situación. En ese sentido, el primer error fue no contemplar que después de los señalamientos contra Pío, Martín, Bartlett e Irma Eréndira, hay un desgaste considerable que difícilmente soporta un escándalo más relacionado con corrupción y menos aún protagonizado por el hijo del mismo Presidente que ha sido tan enfático en su supuesta lucha contra la corrupción y el tráfico de influencias. Si se hubiera tomado ese desgaste en consideración tras una evaluación atinada de la situación, probablemente se habría generado una estrategia más sólida que evitara el segundo error: la falta de una respuesta consistente que no dejara frentes abiertos y que fuera sensible al contexto determinado.

Que si José Ramón es un príncipe azul que conquistó el corazón de una millonaria relacionada con el sector energético y que cubre todos sus gastos, que si realmente trabaja como asesor jurídico en una inmobiliaria sin desarrollos de los hijos de un concesionario del gobierno federal, que si el Presidente y sus hijos estaban siendo víctimas de un ataque de la mafia del poder, todas versiones distintas y respuestas desenganchadas que solo reiteraban lo evidente, que el Presidente no sabía qué decir.

Aunque por tratarse de su hijo, pareciera lo obvio, el último y más grave de los errores del Presidente fue engancharse a nivel personal y empezar en consecuencia una batalla que incluso de haberse ganado, no habría sido más que una victoria pírrica. En el afán por desacreditar la fuente de la acusación en contra de José Ramón, el Presidente embistió en contra de Carlos Loret de Mola, un periodista reconocido, apenas unos días después del asesinato de Lourdes Maldonado. Con esa nula sensibilidad por el contexto, lejos de poder articular un caso en contra de las acusaciones de la Casa Gris, el Presidente solo se provocó a sí mismo una crisis más, ahora relacionada a la libertad de expresión. No solo eso, sino que cada vez que el Presidente utilizaba el podio de la mañanera para atacar de nuevo al periodista, generaba en paralelo picos de conversación en redes sociales y publicaciones en línea de noticias en torno al tema de la Casa Gris. Así, con una secuencia de errores, el fuego se hizo incendio.


* * Especialista en Comunicación Política

Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta, la semana pasada el Presidente le regaló al público de la mañanera un momento sensible tras referirse de nuevo al escándalo de su hijo José Ramón. Aunque no podemos asegurar si fue un gesto genuino o más bien otro intento fallido de controlar el escándalo de la “Casa Gris”, como la han apodado los medios haciendo referencia a la versión del mismo escándalo de Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera; lo que sí queda claro es que es el resultado de la ausencia de un manejo de crisis profesional lo que hoy muestra al Presidente, que parecía tener más vidas que un gato, como nunca lo hemos visto: contra las cuerdas.


La crisis comunicacional se ha prolongado más de lo que esperaba el Presidente. Al día de hoy, suman 27 días de fuego vivo desde que se transmitió por primera vez el capítulo de LatinUs en el que se desvelaba la investigación en torno a la lujosa mansión en Houston propiedad de un ejecutivo de Baker Hughes en la que vivió el hijo de Andrés Manuel López Obrador entre 2020 y 2021. Sin duda, se trata de un escándalo que pone, una vez más, en tela de juicio el discurso de AMLO sobre la austeridad y la lucha contra la corrupción, dejando entrever posibles conflictos de interés relacionados con contratos entre la compañía y PEMEX. Sin embargo, esta no es la primera vez que la presidencia enfrenta escándalos así de graves, pues en lo que va del sexenio han sido varios los señalamientos a altos funcionarios y familiares cercanos a AMLO, apenas el año pasado los protagonistas eran los hermanos del Presidente con aquellos innegables videos recibiendo dinero en efectivo de manos de David León. Con eso en consideración, si no es la gravedad del tema o la cercanía del protagonista con quien se sienta en la silla del águila, ¿qué ha sido distinto de esta ocasión que ha extendido la duración de la crisis más de lo que la 4T está acostumbrada?

El Presidente, que siempre ha tenido algún refrán popular o apodo peyorativo para sacudirse los escándalos, se olvidó que no hay líder carismático que pueda librarlas todas y confió más de lo que debería en sus habilidades de comunicación cometiendo el mismo error que muchos otros, que por saber comunicar se olvidan de rodearse de asesores expertos en la materia para escucharlos cuando ellos estén tan inmersos en la crisis que no puedan ver con claridad cómo manejarla. En consecuencia, lo que hemos visto con el transcurrir de los días ha sido una progresión de desatinos, que en el intento de apagar el fuego, no han hecho más que echarle aire.

La base de un buen manejo de crisis es una evaluación correcta de la situación. En ese sentido, el primer error fue no contemplar que después de los señalamientos contra Pío, Martín, Bartlett e Irma Eréndira, hay un desgaste considerable que difícilmente soporta un escándalo más relacionado con corrupción y menos aún protagonizado por el hijo del mismo Presidente que ha sido tan enfático en su supuesta lucha contra la corrupción y el tráfico de influencias. Si se hubiera tomado ese desgaste en consideración tras una evaluación atinada de la situación, probablemente se habría generado una estrategia más sólida que evitara el segundo error: la falta de una respuesta consistente que no dejara frentes abiertos y que fuera sensible al contexto determinado.

Que si José Ramón es un príncipe azul que conquistó el corazón de una millonaria relacionada con el sector energético y que cubre todos sus gastos, que si realmente trabaja como asesor jurídico en una inmobiliaria sin desarrollos de los hijos de un concesionario del gobierno federal, que si el Presidente y sus hijos estaban siendo víctimas de un ataque de la mafia del poder, todas versiones distintas y respuestas desenganchadas que solo reiteraban lo evidente, que el Presidente no sabía qué decir.

Aunque por tratarse de su hijo, pareciera lo obvio, el último y más grave de los errores del Presidente fue engancharse a nivel personal y empezar en consecuencia una batalla que incluso de haberse ganado, no habría sido más que una victoria pírrica. En el afán por desacreditar la fuente de la acusación en contra de José Ramón, el Presidente embistió en contra de Carlos Loret de Mola, un periodista reconocido, apenas unos días después del asesinato de Lourdes Maldonado. Con esa nula sensibilidad por el contexto, lejos de poder articular un caso en contra de las acusaciones de la Casa Gris, el Presidente solo se provocó a sí mismo una crisis más, ahora relacionada a la libertad de expresión. No solo eso, sino que cada vez que el Presidente utilizaba el podio de la mañanera para atacar de nuevo al periodista, generaba en paralelo picos de conversación en redes sociales y publicaciones en línea de noticias en torno al tema de la Casa Gris. Así, con una secuencia de errores, el fuego se hizo incendio.


* * Especialista en Comunicación Política