/ viernes 29 de junio de 2018

Asistir a votar

Por José Luis Cuéllar

En toda elección la expectativa es un elemento sine qua non, no será la excepción esta que se llevará a cabo el próximo domingo primero de julio. Dicha expectativa está en relación directa con la cantidad de votantes, mientras mayor número de votantes acudamos a las urnas nos internaremos mayormente en los anhelados espacios de la democracia, ese sistema político cuyo anhelo principal es priorizar y garantizar la soberanía del pueblo y todas sus benéficas consecuencias.

A fuerza de ser sinceros y salvo por razones de salud, no existe ninguna razón, mucho menos excusas para no asistir a las casillas que nos han tocado y emitir nuestros votos. El ejercicio del voto garantiza y potencia la capacidad de desarrollo social con sus inevitables consecuencias de progreso. Es también de considerar que entre mayor número de mexicanos acudamos a las urnas la labor y los esfuerzos de las autoridades del ramo habrán justificado no sólo los elevados gastos en la organización sino la participación de tantos y tan talentosos mexicanos que han aportado sus luces y conocimientos para fijar los cimientos de un sistema político de acuerdo a las necesidades de la población. Normas y reglas fijadas lucidamente y sin eliminar la inteligencia rigen las competencias electorales, de tal suerte que resulta arriesgado hablar de fraudes. No resulta exagerado asegurar que con mi voto estoy decidiendo en el presente para asegurar el futuro.

Un país con 120 millones de habitantes tiene aun grande deudas de justicia social con esa masa desposeídas que viven en rincones llenos de miseria, de silencio y de negrura. Quien no asiste a votar se convierte en persona con poca autoridad para exigir, se convierte en sujeto acrítico, sin credibilidad ni congruencia y con opiniones que se estacionan en la superficialidad lo que le causa no distinguir los hechos de los rumores confundiendo propuestas con realidades.

Votar es sinónimo de madurez civilizada, lo contrario, no votar, es poner obstáculos al bienestar común, es muestra de menosprecio, desdén y desinterés por el presente y futuro de los mexicanos, sinónimo de una declinante civilidad. Dejo de ejercer lo fácil: acudir a las urnas para luego pretender exigir; lo difícil: ponernos de acuerdo. Han transcurrido más de 100 años desde que el presidente Porfirio Díaz exclamara aquella desafortunada y ofensiva frase cuando el pueblo se oponía a sus muchas reelecciones: "Hay que echarles huesos a los perros para que dejen de ladrar". Hoy los perros ya no ladran, ya son ciudadanos que saben sus derechos entre los cuales esta el de exigir, el de pedir cuentas el de desaprobar comportamientos de los gobernantes, se acabaron los perros, se acabaron los huesos, gracias a que existe un sistema que garantiza la legalidad de las instituciones electorales, instituciones que dejan de operar cuando el ciudadano no acude a votar.


Por José Luis Cuéllar

En toda elección la expectativa es un elemento sine qua non, no será la excepción esta que se llevará a cabo el próximo domingo primero de julio. Dicha expectativa está en relación directa con la cantidad de votantes, mientras mayor número de votantes acudamos a las urnas nos internaremos mayormente en los anhelados espacios de la democracia, ese sistema político cuyo anhelo principal es priorizar y garantizar la soberanía del pueblo y todas sus benéficas consecuencias.

A fuerza de ser sinceros y salvo por razones de salud, no existe ninguna razón, mucho menos excusas para no asistir a las casillas que nos han tocado y emitir nuestros votos. El ejercicio del voto garantiza y potencia la capacidad de desarrollo social con sus inevitables consecuencias de progreso. Es también de considerar que entre mayor número de mexicanos acudamos a las urnas la labor y los esfuerzos de las autoridades del ramo habrán justificado no sólo los elevados gastos en la organización sino la participación de tantos y tan talentosos mexicanos que han aportado sus luces y conocimientos para fijar los cimientos de un sistema político de acuerdo a las necesidades de la población. Normas y reglas fijadas lucidamente y sin eliminar la inteligencia rigen las competencias electorales, de tal suerte que resulta arriesgado hablar de fraudes. No resulta exagerado asegurar que con mi voto estoy decidiendo en el presente para asegurar el futuro.

Un país con 120 millones de habitantes tiene aun grande deudas de justicia social con esa masa desposeídas que viven en rincones llenos de miseria, de silencio y de negrura. Quien no asiste a votar se convierte en persona con poca autoridad para exigir, se convierte en sujeto acrítico, sin credibilidad ni congruencia y con opiniones que se estacionan en la superficialidad lo que le causa no distinguir los hechos de los rumores confundiendo propuestas con realidades.

Votar es sinónimo de madurez civilizada, lo contrario, no votar, es poner obstáculos al bienestar común, es muestra de menosprecio, desdén y desinterés por el presente y futuro de los mexicanos, sinónimo de una declinante civilidad. Dejo de ejercer lo fácil: acudir a las urnas para luego pretender exigir; lo difícil: ponernos de acuerdo. Han transcurrido más de 100 años desde que el presidente Porfirio Díaz exclamara aquella desafortunada y ofensiva frase cuando el pueblo se oponía a sus muchas reelecciones: "Hay que echarles huesos a los perros para que dejen de ladrar". Hoy los perros ya no ladran, ya son ciudadanos que saben sus derechos entre los cuales esta el de exigir, el de pedir cuentas el de desaprobar comportamientos de los gobernantes, se acabaron los perros, se acabaron los huesos, gracias a que existe un sistema que garantiza la legalidad de las instituciones electorales, instituciones que dejan de operar cuando el ciudadano no acude a votar.


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