/ jueves 19 de marzo de 2020

Propuesta con sabor armónico

La directora de la escuela de educación especial me comento telefónicamente que se habían presentado con ella un grupo de jóvenes que ofrecían apoyar a los chicos con discapacidad durante un semestre con trabajos y actividades de tema artístico: música, danza y pintura, así como llevar a cabo un estudio de las condiciones socio—económicas en las que vivían los alumnos, sus familias y el entorno que habitaban. El ofrecimiento sonaba muy interesante.

Como el apoyo filantrópico desinteresado se presenta, de vez en vez y como “rara avis”, es decir: con menos frecuencia de la deseada, le hice a la directora Paty las preguntas de rigor antes de aceptar la oferta: quienes son, de donde vienen y quien los recomienda. Paty atajo mi cuestionario diciéndome que ella prefería que yo mismo los entrevistara; note, por el tono de su voz que su petición contenía una cierta carga de duda, confusión o misterio. Acepte sin remilgos y agendamos para el siguiente día la cita.

Al otro día, ya en mi despacho, mi secretaria anuncio la visita. En lo primero que repare fue en la exacta puntualidad de los jóvenes, fenómeno extraño en estos tiempos y peor aún entre los de esa edad. Pasaron a la sala de juntas tres jóvenes, vienteañeros todos ellos, educados, y dada su forma de vestir, aparentemente de buena posición económica, suposición acertada que verifique luego, cuando los despedí, al ver los automóviles que cada uno conducía. Casi sin preámbulos comentaron que eran egresados de diversas universidades de la localidad, privadas todas ellas, y que estaban llevando a cabo estudios sociales, antropológicos, económicos e históricos de grupos minoritarios que han sido sometidos a discriminación por diversas causas. Abundaron en explicaciones que me permitieron conocer que, cuentan con cultura, inteligencia y conocimientos del tema de la discriminación... Supe que forman un grupo de estudio y que están en vías de formar una empresa de consultoría en temas sociales. Su aspiración concreta es que la procuración de fondos para ayuda a grupos vulnerables en nuestro país se convierta en una profesión no solo digna y reconocida sino, además, justamente recompensada en el aspecto de honorarios, en otras palabras: cambiar la cultura de la caridad mal entendida por una cultura filantrópica profesionalizada y por convicción.

Tan claro tienen la conceptualización del reto que enfrentan, que pudimos coincidir en que los equívocos interpretativos de todos los grupos sujetos a discriminación por causa de discapacidad, pobreza, orientación sexual, raza, creencias religiosas y otras, impiden su cabal reconocimiento y en consecuencia su debida atención. La reunión se prolongaba y con ello crecía mi atención e interés en el plan que proponían trabajar con la Fundación que atiende a chicas y chicos con algún tipo de discapacidad. Paralelo a los talleres---dos horas cada tercer día---de música, danza y pintura proponían llevar a cabo el censo cuyo protocolo está perfectamente diseñado.

Después de explicarles los tramites que requerimos para aceptar, a través del Consejo que rige la vida de la Fundación, su voluntariado y estando ellos de acuerdo en cumplirlos, quedamos de seguir en contacto. Antes de despedirse, uno de ellos, me hizo una innecesaria y sorpresiva observación: “Habremos de comentarle que todos los que pertenecemos a nuestra empresa formamos una organización “gay”; como ni queremos sorprenderlos, muchos menos causarles un problema desde ahora se lo informamos para que su Consejo lo tome en cuenta”. Por lo pronto les adelanto que su comentario es irrelevante y que el Consejo opinara igual.

La directora de la escuela de educación especial me comento telefónicamente que se habían presentado con ella un grupo de jóvenes que ofrecían apoyar a los chicos con discapacidad durante un semestre con trabajos y actividades de tema artístico: música, danza y pintura, así como llevar a cabo un estudio de las condiciones socio—económicas en las que vivían los alumnos, sus familias y el entorno que habitaban. El ofrecimiento sonaba muy interesante.

Como el apoyo filantrópico desinteresado se presenta, de vez en vez y como “rara avis”, es decir: con menos frecuencia de la deseada, le hice a la directora Paty las preguntas de rigor antes de aceptar la oferta: quienes son, de donde vienen y quien los recomienda. Paty atajo mi cuestionario diciéndome que ella prefería que yo mismo los entrevistara; note, por el tono de su voz que su petición contenía una cierta carga de duda, confusión o misterio. Acepte sin remilgos y agendamos para el siguiente día la cita.

Al otro día, ya en mi despacho, mi secretaria anuncio la visita. En lo primero que repare fue en la exacta puntualidad de los jóvenes, fenómeno extraño en estos tiempos y peor aún entre los de esa edad. Pasaron a la sala de juntas tres jóvenes, vienteañeros todos ellos, educados, y dada su forma de vestir, aparentemente de buena posición económica, suposición acertada que verifique luego, cuando los despedí, al ver los automóviles que cada uno conducía. Casi sin preámbulos comentaron que eran egresados de diversas universidades de la localidad, privadas todas ellas, y que estaban llevando a cabo estudios sociales, antropológicos, económicos e históricos de grupos minoritarios que han sido sometidos a discriminación por diversas causas. Abundaron en explicaciones que me permitieron conocer que, cuentan con cultura, inteligencia y conocimientos del tema de la discriminación... Supe que forman un grupo de estudio y que están en vías de formar una empresa de consultoría en temas sociales. Su aspiración concreta es que la procuración de fondos para ayuda a grupos vulnerables en nuestro país se convierta en una profesión no solo digna y reconocida sino, además, justamente recompensada en el aspecto de honorarios, en otras palabras: cambiar la cultura de la caridad mal entendida por una cultura filantrópica profesionalizada y por convicción.

Tan claro tienen la conceptualización del reto que enfrentan, que pudimos coincidir en que los equívocos interpretativos de todos los grupos sujetos a discriminación por causa de discapacidad, pobreza, orientación sexual, raza, creencias religiosas y otras, impiden su cabal reconocimiento y en consecuencia su debida atención. La reunión se prolongaba y con ello crecía mi atención e interés en el plan que proponían trabajar con la Fundación que atiende a chicas y chicos con algún tipo de discapacidad. Paralelo a los talleres---dos horas cada tercer día---de música, danza y pintura proponían llevar a cabo el censo cuyo protocolo está perfectamente diseñado.

Después de explicarles los tramites que requerimos para aceptar, a través del Consejo que rige la vida de la Fundación, su voluntariado y estando ellos de acuerdo en cumplirlos, quedamos de seguir en contacto. Antes de despedirse, uno de ellos, me hizo una innecesaria y sorpresiva observación: “Habremos de comentarle que todos los que pertenecemos a nuestra empresa formamos una organización “gay”; como ni queremos sorprenderlos, muchos menos causarles un problema desde ahora se lo informamos para que su Consejo lo tome en cuenta”. Por lo pronto les adelanto que su comentario es irrelevante y que el Consejo opinara igual.

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