“Desde hace seis años vengo aguantando, día tras día, los muros que me encuentro en mi vida de persona discapacitada, más concretamente con una silla de ruedas. Igual no soy el más indicado para exponer mi queja, dado que me encierro mucho en mi casa (como persona que soy también tengo mis temores o alegrías, y no tengo todo el valor que otros parecen tener para aguantar los obstáculos diarios).
Lo cierto es que, a pesar de que sigo las campañas de concientizacion, los programas que nos dedican (escasísimos eso sí), charlas…, lo más elemental para una persona en mis circunstancias es que se pueda mover uno con dignidad, sentirse con “libertad de movimientos” con muchas más banquetas con rampas.
Y para colmo, las pocas que se hacen (con cuentagotas), o están obstaculizadas por vehículos de algunos que dicen ser “personas” o hay que irse a varios metros de donde uno desea ir…, y si no sabes subir una rampa (igual que unos sirven para correr maratones, estudiar química, subir montañas, hacer motociclismo, etc., otros por mucho que lo intenten tienen miedo, pánico a la hora de plantearse algo tan sencillo), al final, optas por no salir de tu casa, en donde incluso puedes tener dificultades de acceso a baños y habitaciones.
Y entre que no existen autobuses adaptados, o no se puede acceder a los centros comerciales y como nunca podré conducir un automóvil, pues….que me queda….pedirle a mis amigos o a mi madre que me acerquen a tal o cual sitio y tragarme mi orgullo de persona que soy.
En fin, así llevo estos seis años “adelante”, sacando mis estudios bien, y aún sigo preguntándome: ¿para qué? , si ya me han negado tres puestos por discapacidad y no por los conocimientos, que si los tengo. ¡Dios!, si muchos supieran lo que a veces cuesta poner una sonrisa y hacer creer que aquí no pasa nada. Y con que poco podría sentirme casi, casi feliz”.
Esta carta la escribe Joaquín Martínez Piñero desde su condición de discapacidad. Me ha dejado estupefacto, conmovido y frustrado pues recién acabo de asistir a una charla en la que entre otras cosas se habló de los avances en el tema. La conmoción a la que me condujo la carta no evita hacerme la siguiente pregunta, por enésima ocasión: ¿hasta cuándo tendrá justicia este desprotegido colectivo?, espero que su destino no sea la eterna espera.
Cabe reconocer que existen avances respecto al tema, pero a fuerza de ser sinceros y objetivos dichos avances apenas si cubren un porcentaje mínimo de las necesidades que requieren los diferentes colectivos de personas de acuerdo a su muy particulares casos. Falta suscribir el compromiso ético y legal de comunicar, tener presente, acompañar, denunciar y atender sus principales necesidades. Reiteramos que la gran deudora de justicia es la indiferencia.