/ viernes 6 de julio de 2018

¡Ganó México!

El pasado domingo 1 de julio México se probó a sí mismo. Lo hizo por la vía electoral, signo por antonomasia de la democracia. El resultado nos alienta a renovar nuestra confianza y entusiasmo hacia las instituciones nacionales, así como nuestra fe en el pueblo, quien sobre todo en forma intuitiva más que informada salió multitudinariamente a ejercer su derecho al sufragio. Lo hizo sin miedo y con convicción a pesar de las muchas amenazas y advertencias de cualquier sino y origen y no obstante el clima de violencia que en algunas regiones del país, persiste. ¡Viva México!

Andrés Manuel López Obrador se ha alzado con el triunfo, por fin. Han concurrido para ello diversos factores, muchos de ellos ajenos a él mismo, desde el hartazgo y la insatisfacción hacia un gobierno que ya eclipsa, sumido justa o injustamente en el descrédito popular en razón sobre todo de que su evidente indiferencia, o arrogancia, no le permitió advertir la distancia que desde un principio se fue haciendo cada vez más grande entre el gobernante y sus gobernados; entre quienes ostentan el poder y aquellos que en el 2012 le votaron para ejercerlo con ponderación y rectitud. Desde esto, hasta un candidato que por más honesto y preparado que fuere, por diversos motivos no alcanzó a superar dos hechos fundamentales: el fardo enorme que significa llevar a cuestas la divisa de este gobierno que concluye, más el desgaste natural de un partido político como lo es el PRI, que por muchos años ha luchado sobre todo consigo mismo para encontrar de nuevo su esencia y su proyecto, años ha extraviado entre deslealtad, traiciones, ineptitud y arrogancia. El golpe mayor fue haberle impuesto a su militancia un candidato “externo”, para lo cual, presurosa, su dirigencia se aprestó a modificar estatutos y procedimientos a fin de ajustarlos al hombre seleccionado por el dedo omnipotente, sin que nadie osara advertir el peligro que todo ello entrañaría hacia el futuro político inminente. Atrás, muy atrás, habían quedado los tiempos en que tales acciones podían realizarse sin mayores consecuencias, en un contexto harto distinto y circunstancias que exigían como condición inexcusable talento, disciplina y lealtad a toda prueba.

A su vez, Ricardo Anaya, sin miramiento alguno y haciendo a un lado principios esenciales de conducta humana, -gratitud y lealtad-, ambiciosamente y a base de maniobras de toda laya fue construyendo a hachazos una candidatura, sin reparar en que así minaba las otrora sólidas estructuras de un PAN por cuyas filas pasaron hace lustros, mentes lúcidas y brillantes que dieron lustre a ese instituto político. Al mal llamado “joven maravilla” le importó poco intentar juntar al agua y al aceite en una alianza que siempre estuvo destinada a fracasar dada su falsía original, carente de propuesta y de viabilidad.

Jaime Rodríguez Calderón, el “Bronco”, dio a la campaña sin proponérselo, el tono festivo, jocoso, burlón y pendenciero que a millones de mexicanos gusta, entusiasma y divierte. Pero además, él sí planteó propuestas concretas con las que se puede o no estar de acuerdo, pero su actitud llana y directa se llevó muchos más votos de los que podría imaginarse. No obstante, los resultados indican que la figura de los candidatos “independientes” por lo pronto no cuajó como algunos esperaban o deseaban, como así ocurrió también con el candidato al Senado, Pedro Kumamoto, quien deberá seguir trabajando en tal sentido, creo yo que con firme convicción y compromiso.

Morelia, Michoacán a 6 de julio de 2018.

(Continuará)

El pasado domingo 1 de julio México se probó a sí mismo. Lo hizo por la vía electoral, signo por antonomasia de la democracia. El resultado nos alienta a renovar nuestra confianza y entusiasmo hacia las instituciones nacionales, así como nuestra fe en el pueblo, quien sobre todo en forma intuitiva más que informada salió multitudinariamente a ejercer su derecho al sufragio. Lo hizo sin miedo y con convicción a pesar de las muchas amenazas y advertencias de cualquier sino y origen y no obstante el clima de violencia que en algunas regiones del país, persiste. ¡Viva México!

Andrés Manuel López Obrador se ha alzado con el triunfo, por fin. Han concurrido para ello diversos factores, muchos de ellos ajenos a él mismo, desde el hartazgo y la insatisfacción hacia un gobierno que ya eclipsa, sumido justa o injustamente en el descrédito popular en razón sobre todo de que su evidente indiferencia, o arrogancia, no le permitió advertir la distancia que desde un principio se fue haciendo cada vez más grande entre el gobernante y sus gobernados; entre quienes ostentan el poder y aquellos que en el 2012 le votaron para ejercerlo con ponderación y rectitud. Desde esto, hasta un candidato que por más honesto y preparado que fuere, por diversos motivos no alcanzó a superar dos hechos fundamentales: el fardo enorme que significa llevar a cuestas la divisa de este gobierno que concluye, más el desgaste natural de un partido político como lo es el PRI, que por muchos años ha luchado sobre todo consigo mismo para encontrar de nuevo su esencia y su proyecto, años ha extraviado entre deslealtad, traiciones, ineptitud y arrogancia. El golpe mayor fue haberle impuesto a su militancia un candidato “externo”, para lo cual, presurosa, su dirigencia se aprestó a modificar estatutos y procedimientos a fin de ajustarlos al hombre seleccionado por el dedo omnipotente, sin que nadie osara advertir el peligro que todo ello entrañaría hacia el futuro político inminente. Atrás, muy atrás, habían quedado los tiempos en que tales acciones podían realizarse sin mayores consecuencias, en un contexto harto distinto y circunstancias que exigían como condición inexcusable talento, disciplina y lealtad a toda prueba.

A su vez, Ricardo Anaya, sin miramiento alguno y haciendo a un lado principios esenciales de conducta humana, -gratitud y lealtad-, ambiciosamente y a base de maniobras de toda laya fue construyendo a hachazos una candidatura, sin reparar en que así minaba las otrora sólidas estructuras de un PAN por cuyas filas pasaron hace lustros, mentes lúcidas y brillantes que dieron lustre a ese instituto político. Al mal llamado “joven maravilla” le importó poco intentar juntar al agua y al aceite en una alianza que siempre estuvo destinada a fracasar dada su falsía original, carente de propuesta y de viabilidad.

Jaime Rodríguez Calderón, el “Bronco”, dio a la campaña sin proponérselo, el tono festivo, jocoso, burlón y pendenciero que a millones de mexicanos gusta, entusiasma y divierte. Pero además, él sí planteó propuestas concretas con las que se puede o no estar de acuerdo, pero su actitud llana y directa se llevó muchos más votos de los que podría imaginarse. No obstante, los resultados indican que la figura de los candidatos “independientes” por lo pronto no cuajó como algunos esperaban o deseaban, como así ocurrió también con el candidato al Senado, Pedro Kumamoto, quien deberá seguir trabajando en tal sentido, creo yo que con firme convicción y compromiso.

Morelia, Michoacán a 6 de julio de 2018.

(Continuará)

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