/ viernes 29 de junio de 2018

Dolorosa migración

Acatando la veda electoral que prevalece este tiempo, me referiré a otro tema de la mayor trascendencia y preocupación para el mundo y en particular para México, como lo es el dolor que están sufriendo nuestros compatriotas y otros migrantes centroamericanos que se han visto obligados a trasladarse a territorio de los Estados Unidos en busca de oportunidades de trabajo y de superación que lamentablemente no encuentran en su suelo, sólo para encontrarse con la desgracia de ser tratados como delincuentes, o peor aún, como animales.

Y todo por ese espíritu racista que domina a millones de norteamericanos, empezando por el tal Donald Trump, inquilino temporal de la Casa Blanca, quien con arrebatos de odio y arrogancia ha ordenado y firmado decretos ejecutivos que bajo el argumento de tolerancia cero a la inmigración hacia su país, ha abierto la puerta a un caudal de violaciones a los derechos humanos de esas personas y los de sus familias, así como vejaciones y tratos inhumanos irreparables como los que ahora sufren miles de niños y niñas a quienes se ha encerrado en jaulas ubicadas en puestos fronterizos con México, cuyo delito ha sido el de ser llevados por sus padres hasta allá en busca del “sueño americano”.

La sociedad internacional en masa ha cuestionado tales hechos, desde jerarcas religiosos como el papa Francisco, hasta líderes de gobierno y de organismos e instituciones públicas y privadas, pasando por millones que nos hemos manifestado en diversas formas contra estas inconcebibles y absurdas medidas, las que nos llevan a equiparar a Trump con Adolfo Hitler en un paralelismo de ideologías y de conductas, extraordinario, pero también de desviaciones y padecimientos mentales y emocionales que cada día van apareciendo más evidentes.

Pero no basta. Es indispensable utilizar todas las herramientas políticas, jurídicas, diplomáticas y económicas a fin de obligar al gobierno estadounidense a abandonar esta persecución contra personas inocentes. Nadie cuestiona su derecho a defender sus fronteras ni su seguridad interior, pero no a costa de tanto sufrimiento para quienes sólo aspiran a vivir mejor.

Entonces, por una parte y dado que no son pocos los mexicanos que han sufrido este acoso, nuestro gobierno denunciar ante todos los foros internacionales a su alcance, políticos y jurisdiccionales, al gobierno de Trump por las graves violaciones cometidas por él al Derecho Internacional y a los derechos humanos de millones de personas con esta política racista y cruel, pero también la sociedad internacional, mayormente sustentada en los más altos valores del hombre, debidamente catalogados en los documentos fundamentales de los organismos internacionales, así como en las constituciones de prácticamente todos los países del orbe, movilizarse para cerrar el paso a las pretensiones autoritarias y hegemónicas de Trump y hacerle entender que todas las personas tenemos los mismos derechos en cualquier rincón del planeta, sea cual sea nuestro origen étnico o nuestra condición social o nuestra ubicación geográfica, o nuestras creencias religiosas o políticas, o nuestras preferencias sexuales, y que cada nación tiene, más allá de sus capacidades económicas o su extensión geográfica, la misma condición política en el concierto internacional. Hacerlo de tal manera que llegue a convencerse de ello aunque no le guste, pues es claro que el señor presidente de los Estados Unidos es un perfecto ignorante de las reglas elementales de la convivencia social y mucho más de las normas y procedimientos jurídicos y de los efectos de una resolución judicial. Es tiempo de pasar de las palabras a los hechos para impedir que este fulano siga cometiendo más desmanes en el mundo.


Acatando la veda electoral que prevalece este tiempo, me referiré a otro tema de la mayor trascendencia y preocupación para el mundo y en particular para México, como lo es el dolor que están sufriendo nuestros compatriotas y otros migrantes centroamericanos que se han visto obligados a trasladarse a territorio de los Estados Unidos en busca de oportunidades de trabajo y de superación que lamentablemente no encuentran en su suelo, sólo para encontrarse con la desgracia de ser tratados como delincuentes, o peor aún, como animales.

Y todo por ese espíritu racista que domina a millones de norteamericanos, empezando por el tal Donald Trump, inquilino temporal de la Casa Blanca, quien con arrebatos de odio y arrogancia ha ordenado y firmado decretos ejecutivos que bajo el argumento de tolerancia cero a la inmigración hacia su país, ha abierto la puerta a un caudal de violaciones a los derechos humanos de esas personas y los de sus familias, así como vejaciones y tratos inhumanos irreparables como los que ahora sufren miles de niños y niñas a quienes se ha encerrado en jaulas ubicadas en puestos fronterizos con México, cuyo delito ha sido el de ser llevados por sus padres hasta allá en busca del “sueño americano”.

La sociedad internacional en masa ha cuestionado tales hechos, desde jerarcas religiosos como el papa Francisco, hasta líderes de gobierno y de organismos e instituciones públicas y privadas, pasando por millones que nos hemos manifestado en diversas formas contra estas inconcebibles y absurdas medidas, las que nos llevan a equiparar a Trump con Adolfo Hitler en un paralelismo de ideologías y de conductas, extraordinario, pero también de desviaciones y padecimientos mentales y emocionales que cada día van apareciendo más evidentes.

Pero no basta. Es indispensable utilizar todas las herramientas políticas, jurídicas, diplomáticas y económicas a fin de obligar al gobierno estadounidense a abandonar esta persecución contra personas inocentes. Nadie cuestiona su derecho a defender sus fronteras ni su seguridad interior, pero no a costa de tanto sufrimiento para quienes sólo aspiran a vivir mejor.

Entonces, por una parte y dado que no son pocos los mexicanos que han sufrido este acoso, nuestro gobierno denunciar ante todos los foros internacionales a su alcance, políticos y jurisdiccionales, al gobierno de Trump por las graves violaciones cometidas por él al Derecho Internacional y a los derechos humanos de millones de personas con esta política racista y cruel, pero también la sociedad internacional, mayormente sustentada en los más altos valores del hombre, debidamente catalogados en los documentos fundamentales de los organismos internacionales, así como en las constituciones de prácticamente todos los países del orbe, movilizarse para cerrar el paso a las pretensiones autoritarias y hegemónicas de Trump y hacerle entender que todas las personas tenemos los mismos derechos en cualquier rincón del planeta, sea cual sea nuestro origen étnico o nuestra condición social o nuestra ubicación geográfica, o nuestras creencias religiosas o políticas, o nuestras preferencias sexuales, y que cada nación tiene, más allá de sus capacidades económicas o su extensión geográfica, la misma condición política en el concierto internacional. Hacerlo de tal manera que llegue a convencerse de ello aunque no le guste, pues es claro que el señor presidente de los Estados Unidos es un perfecto ignorante de las reglas elementales de la convivencia social y mucho más de las normas y procedimientos jurídicos y de los efectos de una resolución judicial. Es tiempo de pasar de las palabras a los hechos para impedir que este fulano siga cometiendo más desmanes en el mundo.


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