/ lunes 8 de octubre de 2018

El Nobel de la Paz

Renato Descartes acuñó la máxima “Pienso luego existo”; es decir, que, pase lo que pase en nuestro entorno, si no es percibido y procesado por nuestra mente, no existe en nuestro mundo. Por ello, la confrontación entre el bien y el mal, lo apolíneo y dionisíaco, lo blanco y lo negro, cuentan con una dinámica permanente en nuestros sentidos, a tal grado que se convierte en una dialéctica existencial que arroja una realidad cada vez más presente. La confección del concepto de paz es exclusivo de la mente humana; no solo es ordenar el caos, sino justificar la existencia del hombre como especie, es explicarle al destino que la humanidad merece ocupar el tiempo y el espacio; de ahí que, a pesar de que la maldad y el horror nos rodean, la luz de un mundo en paz nos da esperanza para seguir reiniciándonos todos los días de cada mes, año, lustro, decenio, siglo y milenio.


En días pasados el prestigioso Premio Nobel de la Paz, que es otorgado por el Comité del Nobel Noruego, fue entregado al ginecólogo Denis Mukwege, de la República Democrática del Congo, así como a Nadia Murad, de Irak, por luchar en contra de la violencia de género y las violaciones a los derechos humanos de mujeres y personas indefensas, siendo esta ocupación muy especial, y por ello podemos generar tres puntos de vista:

En primer término, habría que decir que el Premio Nobel de la Paz es una de las distinciones más importantes que se le puede dar a las personas u organismos que se dedican a buscar crear un mundo mejor para todos. Este galardón se le ha dado a ciertos personajes e instituciones que luchan sin cuartel en contra de la semilla del desorden sistemático, la anarquía y los actos irracionales que avasallan la tranquilidad y la buena convivencia de los ciudadanos del mundo. Esta decisión abona a la buena fe del ser humano y robustece el sentido del buen derecho en la convivencia enmarcada dentro del pacto social, pero, lo más importante, premia la capacidad de resiliencia de los seres humanos que exaltan los valores primordiales por encima de la conducta violenta, opresora y totalitaria; de ahí la importancia de este reconocimiento, y por ello, es trascendente saber cada año a quién se le entregará, ya que nos enteramos de actos excepcionales que realizan seres humanos únicos, así como podemos saber de sus luchas en contra de otros habitantes de este mundo que se empeñan en lastimar, doblegar y ensombrecer el destino de la raza humana.

En segundo término, habría que decir que el premio de este año es doblemente importante, no solo porque se le entrega a personas excepcionales que supieron sobreponerse ante el infortunio, sino porque recae en seres humanos que fueron víctimas de actos atroces, sujetos a vejaciones y dolor corporal y espiritual, y sus almas no fueron doblegadas, no renunciaron a su esencia como personas, no enfrentaron el mal con el mal, sino todo lo contrario, construyeron dentro de su ser un castillo de sentimientos positivos que a la postre se reflejaron en la realidad de forma constructiva y mostraron una fuerza de voluntad de titanes que les ha permitido destacar por encima de los demás. El sufrimiento al que fue enfrentada Nadia Murad es inenarrable, el dolor que debió experimentar es incomprensible por que se encuentra fuera de la conciencia cotidiana y se lanza a la nube de lo inconcebible, cohabitando con el odio, la sinrazón, la discriminación, la intolerancia, el fanatismo, el sectarismo, pero, sobre todo, con la violencia que carcome el destino de las personas y de las naciones. Una mujer como Nadia que fue tan brutalmente lastimada y que se levanta de sus cenizas para erigirse como ejemplo de valentía y fuerza es digna de aplaudirse y de entregarle el Nobel de la Paz, como el más amplio reconocimiento de toda la humanidad a su sacrificio; de la misma manera al doctor Denis Mukwege, quien también ha enfrentado estas circunstancias apoyando a personas sometidas a estos umbrales del dolor.

En tercer término, habría que decir que había inscritos más de 331 participantes para competir por el premio; 216 personas y 115 organizaciones, entre los cuales se encontraban algunos mexicanos que también se han enfrentado de forma desmedida contra el mal, que han visto las fauces de la fiera que devora almas. Estos personajes han cargado en sus hombros las lágrimas de cientos de desaparecidos, han delirado con el llanto de miles de niños que desde hace décadas fueron arrancados de sus hogares para terminar en el purgatorio de la ignominia. En nuestra tierra también se está gestando una realidad dantesca que a su vez produce paladines valientes que se enfrentan a las sombras del terror con la luz de su alma; en estas tierras como en las de la sufrida Nadia también se cuentan historias atroces de cadáveres itinerantes, cuerpos disueltos, ejecuciones sumarias, levantamientos cotidianos, torturas, segregación y vejación de mujeres, niños y padres indefensos, amén de las afrentas del día a día, que van desde la explotación laboral hasta la falta de oportunidades. Es cierto que los exponentes que fueron partícipes de este premio no fueron escogidos todavía para ello, pero, al paso que vamos, quizás abarrotemos con nuestras desgracias los muros de esta prestigiada institución, porque por dolor y sufrimiento aquí tampoco paramos.

Enhorabuena que se le haya otorgado este galardón a Denis Mukwege y a Nadia Murad; es un buen principio para tratar de terminar el mal dondequiera que esté, para poner un dique a la crueldad, pero, sobre todo, una forma de que entre seres humanos demostremos que los buenos somos más, que la fe mueve montañas y que estamos seguros de que se impondrá un mundo mejor en beneficio de nuestros descendientes ¿No creen, estimados lectores?

reacolaborador@yahoo.com.mx

Renato Descartes acuñó la máxima “Pienso luego existo”; es decir, que, pase lo que pase en nuestro entorno, si no es percibido y procesado por nuestra mente, no existe en nuestro mundo. Por ello, la confrontación entre el bien y el mal, lo apolíneo y dionisíaco, lo blanco y lo negro, cuentan con una dinámica permanente en nuestros sentidos, a tal grado que se convierte en una dialéctica existencial que arroja una realidad cada vez más presente. La confección del concepto de paz es exclusivo de la mente humana; no solo es ordenar el caos, sino justificar la existencia del hombre como especie, es explicarle al destino que la humanidad merece ocupar el tiempo y el espacio; de ahí que, a pesar de que la maldad y el horror nos rodean, la luz de un mundo en paz nos da esperanza para seguir reiniciándonos todos los días de cada mes, año, lustro, decenio, siglo y milenio.


En días pasados el prestigioso Premio Nobel de la Paz, que es otorgado por el Comité del Nobel Noruego, fue entregado al ginecólogo Denis Mukwege, de la República Democrática del Congo, así como a Nadia Murad, de Irak, por luchar en contra de la violencia de género y las violaciones a los derechos humanos de mujeres y personas indefensas, siendo esta ocupación muy especial, y por ello podemos generar tres puntos de vista:

En primer término, habría que decir que el Premio Nobel de la Paz es una de las distinciones más importantes que se le puede dar a las personas u organismos que se dedican a buscar crear un mundo mejor para todos. Este galardón se le ha dado a ciertos personajes e instituciones que luchan sin cuartel en contra de la semilla del desorden sistemático, la anarquía y los actos irracionales que avasallan la tranquilidad y la buena convivencia de los ciudadanos del mundo. Esta decisión abona a la buena fe del ser humano y robustece el sentido del buen derecho en la convivencia enmarcada dentro del pacto social, pero, lo más importante, premia la capacidad de resiliencia de los seres humanos que exaltan los valores primordiales por encima de la conducta violenta, opresora y totalitaria; de ahí la importancia de este reconocimiento, y por ello, es trascendente saber cada año a quién se le entregará, ya que nos enteramos de actos excepcionales que realizan seres humanos únicos, así como podemos saber de sus luchas en contra de otros habitantes de este mundo que se empeñan en lastimar, doblegar y ensombrecer el destino de la raza humana.

En segundo término, habría que decir que el premio de este año es doblemente importante, no solo porque se le entrega a personas excepcionales que supieron sobreponerse ante el infortunio, sino porque recae en seres humanos que fueron víctimas de actos atroces, sujetos a vejaciones y dolor corporal y espiritual, y sus almas no fueron doblegadas, no renunciaron a su esencia como personas, no enfrentaron el mal con el mal, sino todo lo contrario, construyeron dentro de su ser un castillo de sentimientos positivos que a la postre se reflejaron en la realidad de forma constructiva y mostraron una fuerza de voluntad de titanes que les ha permitido destacar por encima de los demás. El sufrimiento al que fue enfrentada Nadia Murad es inenarrable, el dolor que debió experimentar es incomprensible por que se encuentra fuera de la conciencia cotidiana y se lanza a la nube de lo inconcebible, cohabitando con el odio, la sinrazón, la discriminación, la intolerancia, el fanatismo, el sectarismo, pero, sobre todo, con la violencia que carcome el destino de las personas y de las naciones. Una mujer como Nadia que fue tan brutalmente lastimada y que se levanta de sus cenizas para erigirse como ejemplo de valentía y fuerza es digna de aplaudirse y de entregarle el Nobel de la Paz, como el más amplio reconocimiento de toda la humanidad a su sacrificio; de la misma manera al doctor Denis Mukwege, quien también ha enfrentado estas circunstancias apoyando a personas sometidas a estos umbrales del dolor.

En tercer término, habría que decir que había inscritos más de 331 participantes para competir por el premio; 216 personas y 115 organizaciones, entre los cuales se encontraban algunos mexicanos que también se han enfrentado de forma desmedida contra el mal, que han visto las fauces de la fiera que devora almas. Estos personajes han cargado en sus hombros las lágrimas de cientos de desaparecidos, han delirado con el llanto de miles de niños que desde hace décadas fueron arrancados de sus hogares para terminar en el purgatorio de la ignominia. En nuestra tierra también se está gestando una realidad dantesca que a su vez produce paladines valientes que se enfrentan a las sombras del terror con la luz de su alma; en estas tierras como en las de la sufrida Nadia también se cuentan historias atroces de cadáveres itinerantes, cuerpos disueltos, ejecuciones sumarias, levantamientos cotidianos, torturas, segregación y vejación de mujeres, niños y padres indefensos, amén de las afrentas del día a día, que van desde la explotación laboral hasta la falta de oportunidades. Es cierto que los exponentes que fueron partícipes de este premio no fueron escogidos todavía para ello, pero, al paso que vamos, quizás abarrotemos con nuestras desgracias los muros de esta prestigiada institución, porque por dolor y sufrimiento aquí tampoco paramos.

Enhorabuena que se le haya otorgado este galardón a Denis Mukwege y a Nadia Murad; es un buen principio para tratar de terminar el mal dondequiera que esté, para poner un dique a la crueldad, pero, sobre todo, una forma de que entre seres humanos demostremos que los buenos somos más, que la fe mueve montañas y que estamos seguros de que se impondrá un mundo mejor en beneficio de nuestros descendientes ¿No creen, estimados lectores?

reacolaborador@yahoo.com.mx

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