/ lunes 12 de noviembre de 2018

El Armisticio

La vida interior del ser se manifiesta de diversas formas en la realidad primaria, muchas de ellas son propias de su voluntad, otras de sus deseos y las más de la necesidad imperante de completar su ciclo existencial, el cual no siempre es virtuoso. De ahí que, cuando la ambición de poder, la búsqueda desmedida de riqueza y la necesidad de dominar territorios y almas se apoderan de una conciencia colectiva, el resultado es atroz. Las grandes guerras mundiales que han habido no han sido hechas por un solo hombre, sino por generaciones enteras que lastimaron a la humanidad, dejando en los anales de la historia la cicatriz indeleble de sus malas acciones.

En días pasados se conmemoraron los cien años del Armisticio, el cual fue firmado el 11 de noviembre de 1918 en el Bosque de Compiegne, dentro de un vagón de tren; en el cual estuvieron presentes por parte de los aliados, el comandante Ferdinand Foch, Maxime Weygand, Rosslyn Wemyss, George Hope y Jack Marriott; por parte de los alemanes estuvo Ernst Vanselow, el Conde Alfred von Oberndorff y Detlof von Winterfeldt, quienes firmaron un acuerdo que ponía fin de forma definitiva a las hostilidades de la Primera Guerra Mundial, situación que nos invita a generar tres puntos de vista:

En primer término, habría que decir que cuando se habla de una guerra mundial se evoca a uno de los eventos más aberrantes de la historia de la humanidad, ya que además de lo horroroso que significa echar a andar una maquinaria de muerte para destruir y asesinar a millones de personas en todo el globo, también se está hablando de la osadía del espíritu humano para rebasar los límites de la decencia y el respeto a la vida. Cuando se decidió empezar esa vorágine bélica ya no hubo retorno para el hombre, que optó por encaminarse por una senda plena de odio, muerte, sufrimiento y desazón. Quienes decidieron llevar el intelecto humano a las sombras de la creación de métodos de exterminio y destrucción masiva, así como al sentido equivocado de dominar al mundo mediante la violencia generalizada, cruzaron la línea y confeccionaron la herramienta más deleznable que existe, que es el deseo de la aniquilación de los contrarios para implantar mediante la fuerza la cosmovisión de una de las partes mediante la guerra.

En segundo término, habría que decir que la confrontación de dos puntos de vista llevaron a la sociedad a construir un monstruo que fue la Primera Guerra Mundial, en donde el imperialismo, la sed de riqueza y el sentido equivocado de supremacía arrinconó al mundo en un momento obscuro y pleno de sufrimiento, en donde murieron dieciocho millones de personas y dejó devastados a varios países que participaron en la misma; de ahí que cuando se logró terminar ese conflicto armado se frenó por un momento el impulso de la semilla de la destrucción que ya estaba sembrada en el espíritu de algunos individuos, la cual después suscitó la Segunda Guerra Mundial, y ahora sigue revoloteando en la mente de algunos megalómanos que no han aprendido la lección.

En tercer término, habría que decir que es alentador que en el marco de la celebración de ese momento histórico de relevancia para todos, se puedan sentar a dialogar mandatarios de países que en otras épocas fueron enemigos y que han aprendido que el camino no es la violencia ni la confrontación, sino al contrario, es el diálogo y la unidad de criterios positivos lo que sirve para que el hombre encuentre un sentido digno hacia el futuro. En la celebración en donde estuvieron presentes el presidente francés Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel, el premier ruso Vladimir Putin, el presidente Donald Trump, así como otros sesenta y ocho mandatarios de otras naciones que comulgaron con los anhelos de paz, en el marco de la celebración realizada en la capital francesa y haciendo honores en el monumento del soldado desconocido, se pudo escuchar la voz del presidente francés Emmanuel Macron, quien en un discurso clásico, sin recovecos ni lisonjas y con un lenguaje directo mencionó que de nuevo estamos siendo testigos del resurgimiento de un nacionalismo malintencionado que trata de sobreponerse sobre el patriotismo, el cual es el motivo de todo hombre para enaltecer a su país y enorgullecerse de él. Asimismo, resaltó que lo que hace grande a una nación son sus valores morales.

Celebrar momentos tan importantes como este es recordar las grandes gestas en donde se ha luchado por la libertad, en donde han existido personas que con coraje le han plantado cara a quienes enfundados en uniformes, ideas, creencias o motivos radicales, han buscado separar, discriminar, segregar o destruir a los diferentes, a quienes no piensan igual que ellos, a los que quieren ser libres. Estas ceremonias deben de recordarnos que los pueblos no se deben polarizar y enfrentar por situaciones coyunturales y que los extremos no son buenos. Cada individuo tiene derechos universales que deben ser respetados, cada ser humano vale y debe de ser valorado, todas las opiniones deben ser escuchadas e integrarse en una cosmovisión universal, debemos cerrar el paso a la discordia.

El hombre es el continente de un enorme macrocosmos; ahí debe de reinar la inteligencia y la razón, pero, sobre todo, el respeto irrestricto a los derechos humanos y a las libertades civiles que son inherentes a una democracia sana; apostarle a lo contrario es regresar a un pasado equivocado que ya fue sancionado por la historia ¿No creen, estimados lectores?

reacolaborador@yahoo.com.mx

La vida interior del ser se manifiesta de diversas formas en la realidad primaria, muchas de ellas son propias de su voluntad, otras de sus deseos y las más de la necesidad imperante de completar su ciclo existencial, el cual no siempre es virtuoso. De ahí que, cuando la ambición de poder, la búsqueda desmedida de riqueza y la necesidad de dominar territorios y almas se apoderan de una conciencia colectiva, el resultado es atroz. Las grandes guerras mundiales que han habido no han sido hechas por un solo hombre, sino por generaciones enteras que lastimaron a la humanidad, dejando en los anales de la historia la cicatriz indeleble de sus malas acciones.

En días pasados se conmemoraron los cien años del Armisticio, el cual fue firmado el 11 de noviembre de 1918 en el Bosque de Compiegne, dentro de un vagón de tren; en el cual estuvieron presentes por parte de los aliados, el comandante Ferdinand Foch, Maxime Weygand, Rosslyn Wemyss, George Hope y Jack Marriott; por parte de los alemanes estuvo Ernst Vanselow, el Conde Alfred von Oberndorff y Detlof von Winterfeldt, quienes firmaron un acuerdo que ponía fin de forma definitiva a las hostilidades de la Primera Guerra Mundial, situación que nos invita a generar tres puntos de vista:

En primer término, habría que decir que cuando se habla de una guerra mundial se evoca a uno de los eventos más aberrantes de la historia de la humanidad, ya que además de lo horroroso que significa echar a andar una maquinaria de muerte para destruir y asesinar a millones de personas en todo el globo, también se está hablando de la osadía del espíritu humano para rebasar los límites de la decencia y el respeto a la vida. Cuando se decidió empezar esa vorágine bélica ya no hubo retorno para el hombre, que optó por encaminarse por una senda plena de odio, muerte, sufrimiento y desazón. Quienes decidieron llevar el intelecto humano a las sombras de la creación de métodos de exterminio y destrucción masiva, así como al sentido equivocado de dominar al mundo mediante la violencia generalizada, cruzaron la línea y confeccionaron la herramienta más deleznable que existe, que es el deseo de la aniquilación de los contrarios para implantar mediante la fuerza la cosmovisión de una de las partes mediante la guerra.

En segundo término, habría que decir que la confrontación de dos puntos de vista llevaron a la sociedad a construir un monstruo que fue la Primera Guerra Mundial, en donde el imperialismo, la sed de riqueza y el sentido equivocado de supremacía arrinconó al mundo en un momento obscuro y pleno de sufrimiento, en donde murieron dieciocho millones de personas y dejó devastados a varios países que participaron en la misma; de ahí que cuando se logró terminar ese conflicto armado se frenó por un momento el impulso de la semilla de la destrucción que ya estaba sembrada en el espíritu de algunos individuos, la cual después suscitó la Segunda Guerra Mundial, y ahora sigue revoloteando en la mente de algunos megalómanos que no han aprendido la lección.

En tercer término, habría que decir que es alentador que en el marco de la celebración de ese momento histórico de relevancia para todos, se puedan sentar a dialogar mandatarios de países que en otras épocas fueron enemigos y que han aprendido que el camino no es la violencia ni la confrontación, sino al contrario, es el diálogo y la unidad de criterios positivos lo que sirve para que el hombre encuentre un sentido digno hacia el futuro. En la celebración en donde estuvieron presentes el presidente francés Emmanuel Macron, la canciller alemana Angela Merkel, el premier ruso Vladimir Putin, el presidente Donald Trump, así como otros sesenta y ocho mandatarios de otras naciones que comulgaron con los anhelos de paz, en el marco de la celebración realizada en la capital francesa y haciendo honores en el monumento del soldado desconocido, se pudo escuchar la voz del presidente francés Emmanuel Macron, quien en un discurso clásico, sin recovecos ni lisonjas y con un lenguaje directo mencionó que de nuevo estamos siendo testigos del resurgimiento de un nacionalismo malintencionado que trata de sobreponerse sobre el patriotismo, el cual es el motivo de todo hombre para enaltecer a su país y enorgullecerse de él. Asimismo, resaltó que lo que hace grande a una nación son sus valores morales.

Celebrar momentos tan importantes como este es recordar las grandes gestas en donde se ha luchado por la libertad, en donde han existido personas que con coraje le han plantado cara a quienes enfundados en uniformes, ideas, creencias o motivos radicales, han buscado separar, discriminar, segregar o destruir a los diferentes, a quienes no piensan igual que ellos, a los que quieren ser libres. Estas ceremonias deben de recordarnos que los pueblos no se deben polarizar y enfrentar por situaciones coyunturales y que los extremos no son buenos. Cada individuo tiene derechos universales que deben ser respetados, cada ser humano vale y debe de ser valorado, todas las opiniones deben ser escuchadas e integrarse en una cosmovisión universal, debemos cerrar el paso a la discordia.

El hombre es el continente de un enorme macrocosmos; ahí debe de reinar la inteligencia y la razón, pero, sobre todo, el respeto irrestricto a los derechos humanos y a las libertades civiles que son inherentes a una democracia sana; apostarle a lo contrario es regresar a un pasado equivocado que ya fue sancionado por la historia ¿No creen, estimados lectores?

reacolaborador@yahoo.com.mx

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