/ miércoles 11 de mayo de 2022

Los Hechos | Un planeta que llora

Si nos detuviéramos por un momento a observar la bóveda celeste, podríamos darnos cuenta de que entre tantas y tantas estrellas que brillan, hay un planeta que llora. Y ese es el planeta Tierra, habitado por seres que son llamados humanos, pero que a ratos parecen no serlo tanto.

Podríamos darnos cuenta asimismo, de que gran número de habitantes del globo terráqueo lloran de tristeza. Pero a ratos también de rabia y de impotencia.

Podemos apuntar sobre esta situación antes descrita, que en un libro escrito por el autor de esta columna y que se titula “Los Sentimientos” (impreso en una edición extremadamente económica y no puesto aún a la venta) hacemos una particular exposición respecto al juego de los sentimientos que durante todo el tiempo ha sido parte de la historia de la humanidad. Los sentimientos humanos son parte intrínseca de la dialéctica histórica. Son al mismo tiempo, causa y efecto del devenir de la humanidad.

Llegamos al convencimiento -en lo que consideramos un principio filosófico digno de tomarse en cuenta-, de que finalmente lo realmente importante para todos nosotros, lo que está en el fondo de todo, son el sufrimiento y la felicidad. Porque todo, prácticamente todo, se hace con la finalidad de evitar el sufrimiento y con el propósito de encontrar la felicidad. Ya sea la de uno en particular, o la de la colectividad en lo general.

Pues bien, sobre este base que hemos expuesto, lo que queremos comentar en el presente artículo es la manera en que los sentimientos negativos del hombre han crecido en los últimos años y han dominado gran parte del orbe, imponiéndose a los positivos. (Todo lo contrario a lo que recomendamos en “Los Sentimientos”).

La gente llora de tristeza, porque se repiten más que en otros tiempos, las injustificables pérdidas humanas a causa de la expansión del crimen y el azote de enfermedades. La gente llora de rabia y de impotencia, por la falta de medicamentos; y por la insuficiencia de servicios y acciones que le permitan evitar o combatir los padecimientos de salud; por la carencia de sistemas que permitan el acceso a la justicia y el castigo a quienes se ponen del lado de los malos.

¿Ejemplos? Los hay por todas partes. Las ejecuciones en todos lados y a cualquier hora del día; no la ola, sino el tsunami de desaparecidos que sobre todo en nuestro país, se presenta como un castigo infernal ciertamente inmerecido; la mortandad a causa de la pandemia de coronavirus; la creciente corrupción que entre malos políticos se extiende como una epidemia demencial. El azote de los amantes de lo ajeno; la insuficiencia de servicios elementales, que en lugar de mejorar decrecen.

Aquí en Guadalajara, tenemos muestras cotidianas de ello, que se presentan a cualquier hora de cualquier día, en este mundo en llanto de que hablamos. Las marchas a veces ya no son triunfales, sino que son de luto, de protesta o de exigencia de justicia. La división de la sociedad parece en ratos amenazar a la unidad.

Ya hemos señalado en ocasiones anteriores que ciertamente no todo está perdido, puesto que existen aún millones de mexicanos felices. Pero -reiteramos- sigue en aumento la comunidad que sufre los embates de la injusticia y de las fuerzas del mal.

Y esa es la razón de que sobre la faz de la tierra, el actual juego de los sentimientos sea entre los que llevan a malas personas a los abusos, los homicidios, el mal manejo de recursos, el robo; junto con el rencor, la tristeza, las inconformidades y hasta la rabia de las víctimas, ante la impotencia.

Es por eso que junto a infinidad de estrellas que brillan, vemos un planeta que llora.

Y es por eso que el llamado sigue siendo a la conciliación, a la armonía, al trabajo en conjunto. Lo que podría representar un pañuelo con que la Tierra pueda enjugar sus lágrimas.

Si nos detuviéramos por un momento a observar la bóveda celeste, podríamos darnos cuenta de que entre tantas y tantas estrellas que brillan, hay un planeta que llora. Y ese es el planeta Tierra, habitado por seres que son llamados humanos, pero que a ratos parecen no serlo tanto.

Podríamos darnos cuenta asimismo, de que gran número de habitantes del globo terráqueo lloran de tristeza. Pero a ratos también de rabia y de impotencia.

Podemos apuntar sobre esta situación antes descrita, que en un libro escrito por el autor de esta columna y que se titula “Los Sentimientos” (impreso en una edición extremadamente económica y no puesto aún a la venta) hacemos una particular exposición respecto al juego de los sentimientos que durante todo el tiempo ha sido parte de la historia de la humanidad. Los sentimientos humanos son parte intrínseca de la dialéctica histórica. Son al mismo tiempo, causa y efecto del devenir de la humanidad.

Llegamos al convencimiento -en lo que consideramos un principio filosófico digno de tomarse en cuenta-, de que finalmente lo realmente importante para todos nosotros, lo que está en el fondo de todo, son el sufrimiento y la felicidad. Porque todo, prácticamente todo, se hace con la finalidad de evitar el sufrimiento y con el propósito de encontrar la felicidad. Ya sea la de uno en particular, o la de la colectividad en lo general.

Pues bien, sobre este base que hemos expuesto, lo que queremos comentar en el presente artículo es la manera en que los sentimientos negativos del hombre han crecido en los últimos años y han dominado gran parte del orbe, imponiéndose a los positivos. (Todo lo contrario a lo que recomendamos en “Los Sentimientos”).

La gente llora de tristeza, porque se repiten más que en otros tiempos, las injustificables pérdidas humanas a causa de la expansión del crimen y el azote de enfermedades. La gente llora de rabia y de impotencia, por la falta de medicamentos; y por la insuficiencia de servicios y acciones que le permitan evitar o combatir los padecimientos de salud; por la carencia de sistemas que permitan el acceso a la justicia y el castigo a quienes se ponen del lado de los malos.

¿Ejemplos? Los hay por todas partes. Las ejecuciones en todos lados y a cualquier hora del día; no la ola, sino el tsunami de desaparecidos que sobre todo en nuestro país, se presenta como un castigo infernal ciertamente inmerecido; la mortandad a causa de la pandemia de coronavirus; la creciente corrupción que entre malos políticos se extiende como una epidemia demencial. El azote de los amantes de lo ajeno; la insuficiencia de servicios elementales, que en lugar de mejorar decrecen.

Aquí en Guadalajara, tenemos muestras cotidianas de ello, que se presentan a cualquier hora de cualquier día, en este mundo en llanto de que hablamos. Las marchas a veces ya no son triunfales, sino que son de luto, de protesta o de exigencia de justicia. La división de la sociedad parece en ratos amenazar a la unidad.

Ya hemos señalado en ocasiones anteriores que ciertamente no todo está perdido, puesto que existen aún millones de mexicanos felices. Pero -reiteramos- sigue en aumento la comunidad que sufre los embates de la injusticia y de las fuerzas del mal.

Y esa es la razón de que sobre la faz de la tierra, el actual juego de los sentimientos sea entre los que llevan a malas personas a los abusos, los homicidios, el mal manejo de recursos, el robo; junto con el rencor, la tristeza, las inconformidades y hasta la rabia de las víctimas, ante la impotencia.

Es por eso que junto a infinidad de estrellas que brillan, vemos un planeta que llora.

Y es por eso que el llamado sigue siendo a la conciliación, a la armonía, al trabajo en conjunto. Lo que podría representar un pañuelo con que la Tierra pueda enjugar sus lágrimas.