/ martes 26 de febrero de 2019

“Roma” y la discriminación racial

La película “Roma”, en la que Alfonso Cuarón plasma la relación desigual y discriminatoria que se da generalmente en las familias mexicanas y sus empleadas domésticas, ganó tres premios Óscar el pasado domingo 24 de febrero: Mejor Dirección, Mejor Película Extranjera y Mejor Fotografía.

Yalitza Aparicio Martínez se presenta en la alfombra roja nominada por la Academia de Cine de Hollywood a mejor actriz, pero no gana el Óscar, a pesar de que el crítico de espectáculos, Álvaro Cueva, llegó a decir que la protagonista de Roma tenía claras posibilidades de ganar la estatuilla a la Mejor Actriz. ¡Y claro que las tenía!

Lo que sí se ganó la actriz de 26 años fue la solidaridad y el corazón de México, un pueblo que, previo a la entrega de los Óscar, observó con asombro e indignación las reacciones racistas y de envidia de algunos artistas, los cuales, en lugar de reconocer el logro artístico de Yalitza, le menosprecian por su origen oaxaqueño, como si el talento de las personas dependiera de su lengua, raza y lugar de origen.

Antes de que Roma ganara los tres Óscar, Cuarón fue testigo de las expresiones de racismo en agravio de Yalitza, y opinó al respecto: “Estamos en un momento en que el país debe reconocerse a sí mismo como una nación racista. Sé que estoy diciendo una generalidad, pero la estructura social se construyó bajo esa base. Y esto ha sido lo más interesante de la temporada del Oscar”.

El director, guionista y productor de cine mexicano dijo también sobre el racismo: “Yo creo que en el mundo en general las diferencias de clase y las diferencias sociales van mano a mano. En México es muy específico con los pueblos indígenas, no es muy difícil ver dónde está el poder económico a partir del color de la piel, y los pueblos indígenas son los que terminan con mucho menor privilegio”.

El tema no es sólo para lamentar que la lucha contra la discriminación racial no haya podido erradicar del todo el racimo en nuestro país, sino para admitir que necesitamos hacer mucho más para mejorar como seres humanos y como sociedad, y para que seamos capaces de colocar de una buena vez el racismo lejos de nuestras vidas.

No hablo, evidentemente, de la creación de más leyes, porque las que hasta ahora han sido creadas prohíben terminantemente y con claridad la discriminación por motivos raciales. Me refiero a la necesidad de que algunos sectores de la sociedad modifiquen su actitud racista que se caracteriza por el rechazo a los diferentes, a quienes en determinados momentos llegan a considerar inferiores y no merecedores del reconocimiento a sus esfuerzos, logros y talento.

Tenemos que agradecer la existencia de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, así como la creación hace tres lustros del Conapred, por ser instrumentos que nacieron para combatir el fenómeno en cuestión; sin embargo, tenemos que insistir en algo que es muy cierto: la discriminación sigue afectando la vida cotidiana de los pueblos indígenas, tan olvidados por una clase política que, desde que tengo memoria, sólo se acuerda de ellos cuando les interesa su voto para ascender a cargos de elección popular. Cuando no existe esta necesidad, el olvido es total.

Para acabar con este mal endémico, causante de explotación, desprecios y persecución, es necesario que las autoridades de gobierno y los organismos defensores de los derechos humanos trabajen más y mejor en la solución de esta problemática. Pero no les dejemos a ellos toda la responsabilidad; hagamos como ciudadanos la parte que nos corresponde, a fin de que, en el futuro inmediato, ser o parecer indígena deje de ser motivo de discriminación.

Este trabajo debe ser permanente, y debe procurar que las personas que pertenecen a las etnias de México, discriminadas desde tiempos ancestrales por el color de su piel y su precaria situación económica, puedan acceder a mejores condiciones de vida, y que sus derechos, lo mismo en la ciudad que en sus lugares de origen, sean debidamente respetados.

Basta ya de despreciar la cultura y la raza indígena, y de tratar a ésta con absoluta desconsideración; recordemos que hablamos de seres humanos de carne y hueso, con necesidades y sentimientos, pero sobre todo con el derecho inalienable a vivir dignamente, el cual debe ser respetado por todos. Tratémoslos en todo tiempo y circunstancia como a nosotros nos gustaría ser tratados.

Twitter: @armayacastro

La película “Roma”, en la que Alfonso Cuarón plasma la relación desigual y discriminatoria que se da generalmente en las familias mexicanas y sus empleadas domésticas, ganó tres premios Óscar el pasado domingo 24 de febrero: Mejor Dirección, Mejor Película Extranjera y Mejor Fotografía.

Yalitza Aparicio Martínez se presenta en la alfombra roja nominada por la Academia de Cine de Hollywood a mejor actriz, pero no gana el Óscar, a pesar de que el crítico de espectáculos, Álvaro Cueva, llegó a decir que la protagonista de Roma tenía claras posibilidades de ganar la estatuilla a la Mejor Actriz. ¡Y claro que las tenía!

Lo que sí se ganó la actriz de 26 años fue la solidaridad y el corazón de México, un pueblo que, previo a la entrega de los Óscar, observó con asombro e indignación las reacciones racistas y de envidia de algunos artistas, los cuales, en lugar de reconocer el logro artístico de Yalitza, le menosprecian por su origen oaxaqueño, como si el talento de las personas dependiera de su lengua, raza y lugar de origen.

Antes de que Roma ganara los tres Óscar, Cuarón fue testigo de las expresiones de racismo en agravio de Yalitza, y opinó al respecto: “Estamos en un momento en que el país debe reconocerse a sí mismo como una nación racista. Sé que estoy diciendo una generalidad, pero la estructura social se construyó bajo esa base. Y esto ha sido lo más interesante de la temporada del Oscar”.

El director, guionista y productor de cine mexicano dijo también sobre el racismo: “Yo creo que en el mundo en general las diferencias de clase y las diferencias sociales van mano a mano. En México es muy específico con los pueblos indígenas, no es muy difícil ver dónde está el poder económico a partir del color de la piel, y los pueblos indígenas son los que terminan con mucho menor privilegio”.

El tema no es sólo para lamentar que la lucha contra la discriminación racial no haya podido erradicar del todo el racimo en nuestro país, sino para admitir que necesitamos hacer mucho más para mejorar como seres humanos y como sociedad, y para que seamos capaces de colocar de una buena vez el racismo lejos de nuestras vidas.

No hablo, evidentemente, de la creación de más leyes, porque las que hasta ahora han sido creadas prohíben terminantemente y con claridad la discriminación por motivos raciales. Me refiero a la necesidad de que algunos sectores de la sociedad modifiquen su actitud racista que se caracteriza por el rechazo a los diferentes, a quienes en determinados momentos llegan a considerar inferiores y no merecedores del reconocimiento a sus esfuerzos, logros y talento.

Tenemos que agradecer la existencia de la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, así como la creación hace tres lustros del Conapred, por ser instrumentos que nacieron para combatir el fenómeno en cuestión; sin embargo, tenemos que insistir en algo que es muy cierto: la discriminación sigue afectando la vida cotidiana de los pueblos indígenas, tan olvidados por una clase política que, desde que tengo memoria, sólo se acuerda de ellos cuando les interesa su voto para ascender a cargos de elección popular. Cuando no existe esta necesidad, el olvido es total.

Para acabar con este mal endémico, causante de explotación, desprecios y persecución, es necesario que las autoridades de gobierno y los organismos defensores de los derechos humanos trabajen más y mejor en la solución de esta problemática. Pero no les dejemos a ellos toda la responsabilidad; hagamos como ciudadanos la parte que nos corresponde, a fin de que, en el futuro inmediato, ser o parecer indígena deje de ser motivo de discriminación.

Este trabajo debe ser permanente, y debe procurar que las personas que pertenecen a las etnias de México, discriminadas desde tiempos ancestrales por el color de su piel y su precaria situación económica, puedan acceder a mejores condiciones de vida, y que sus derechos, lo mismo en la ciudad que en sus lugares de origen, sean debidamente respetados.

Basta ya de despreciar la cultura y la raza indígena, y de tratar a ésta con absoluta desconsideración; recordemos que hablamos de seres humanos de carne y hueso, con necesidades y sentimientos, pero sobre todo con el derecho inalienable a vivir dignamente, el cual debe ser respetado por todos. Tratémoslos en todo tiempo y circunstancia como a nosotros nos gustaría ser tratados.

Twitter: @armayacastro