/ miércoles 20 de febrero de 2019

Histórica visita del apóstol Naasón Joaquín a Dominicana

Armando Maya Castro


La reunión de Santo Domingo para el mundo se efectuó en el salón Churchill del hotel Presidente Intercontinental de la capital dominicana, fundada en 1496 a la orilla izquierda del río Ozama, el cuarto afluente más importante del país.

Esta importante urbe caribeña tuvo el privilegio de ser visitada por primera vez en su historia por un auténtico Apóstol de Jesucristo, quien se dirigió con su característica sabiduría y espiritualidad a los fieles que con reconocimiento y amor le dieron la bienvenida a su país de origen.

Al comienzo de su presentación definió a los dominicanos como “gente humilde, sencilla, amable y religiosa”, para enseguida afirmar: “por ello yo contemplo una grande Iglesia en este lugar, porque sé que la Palabra de Dios ha de llegar a cada uno de ellos a través de cada uno de vosotros”.

Inició luego su explicación con base en un texto bíblico que, como explicó el Apóstol de Dios, ayuda a analizar, discernir y comprender cuál es en realidad el propósito de Dios para con el mundo, aunque éste rechace su inmenso amor, expresó.

“Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”, leyó el Ungido de Dios en Mateo 22:14, para enseguida explicar a su pueblo: “El llamamiento de Dios es la obra más hermosa que puede recibir la humanidad, después de recibir el amor de Dios, el cual fue manifestado al enviar a su Hijo unigénito”.

Ese amor, indicó categórico, “fue manifestado a toda la humanidad, no importa raza, color, lengua, nacionalidad, estatus social, político o económico. El amor de Dios viene a ser para toda la humanidad”, recalcó.

Tras esta afirmación que arrancó un "gloria a Dios" prolongado y un "amén" unísono de la totalidad de los fieles de la Iglesia, el Apóstol de Dios se refirió a “las tres partes principales que Dios hace para manifestar, para llamar y para escoger a los que han de ser salvos. Porque, aunque Dios manifestó su amor al mundo, éste a veces no le quiere recibir, aunque el llamamiento viene también al mundo, no todos aceptan vivir conforme Cristo nos ha enseñado. Entonces Dios hace una selección de aquellos que quisieron hacer la voluntad de Dios”.

Al hablar de la primera parte, es decir de la manifestación gloriosa de la salvación, señaló: Dios, en su grande amor por el mundo entero, sabiendo el gran pecado en que se encuentra, conociendo que no habría forma de librarse de la condenación por su forma de vida, y después del fracaso de Adán, su grande desobediencia y su maldad de querer ser igual a Dios, mandó al Ser más perfecto, santo y digno, mandó a su propio Hijo”.

Esta salvación se manifiesta a favor del mundo entero, pero para que el hombre la obtenga, debe creer de todo corazón, es decir obedecer las reglas divinas establecidas, esa es la condición que Dios pone, explicó el Apóstol de Jesucristo. En más sobre este punto, señaló que el hombre ha estado siempre dispuesto a sujetarse a las reglas de los hombres, de las instituciones y las empresas, pero a Dios no siempre quiere obedecer.

Se refirió luego a la segunda parte, es decir al llamamiento, acerca del cual dijo: “Después de la manifestación de ese amor de Dios para el mundo, el llamamiento es la obra más hermosa que podemos nosotros disfrutar de parte de Dios, cuando él nos llama”. Este llamado lo hace Dios a través del evangelio revelado, y beneficia únicamente a las almas que cumplen el propósito de ese llamamiento, que es la obediencia por fe de su santa voluntad.

A quienes se preguntan, ¿entonces para qué nos llamó el Señor?, el Ungido de Dios les respondió: “Dios te llamó para manifestar su gracia, pero tú no quisiste, no tuviste tiempo, no te sujetaste, no te gustó la doctrina, no te gustó el evangelio, le quisiste dar rienda suelta a tu carne”.

Así que los antes mencionados, por menospreciar el don de Dios destinado para ellos, se quedaron sólo en el terreno del llamamiento, sin disfrutar la parte definitiva y gloriosa, que es la mejor parte, la que corresponde a los escogidos, que son los que cumplen en todo tiempo las reglas que Dios establece para salvación.

Armando Maya Castro


La reunión de Santo Domingo para el mundo se efectuó en el salón Churchill del hotel Presidente Intercontinental de la capital dominicana, fundada en 1496 a la orilla izquierda del río Ozama, el cuarto afluente más importante del país.

Esta importante urbe caribeña tuvo el privilegio de ser visitada por primera vez en su historia por un auténtico Apóstol de Jesucristo, quien se dirigió con su característica sabiduría y espiritualidad a los fieles que con reconocimiento y amor le dieron la bienvenida a su país de origen.

Al comienzo de su presentación definió a los dominicanos como “gente humilde, sencilla, amable y religiosa”, para enseguida afirmar: “por ello yo contemplo una grande Iglesia en este lugar, porque sé que la Palabra de Dios ha de llegar a cada uno de ellos a través de cada uno de vosotros”.

Inició luego su explicación con base en un texto bíblico que, como explicó el Apóstol de Dios, ayuda a analizar, discernir y comprender cuál es en realidad el propósito de Dios para con el mundo, aunque éste rechace su inmenso amor, expresó.

“Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”, leyó el Ungido de Dios en Mateo 22:14, para enseguida explicar a su pueblo: “El llamamiento de Dios es la obra más hermosa que puede recibir la humanidad, después de recibir el amor de Dios, el cual fue manifestado al enviar a su Hijo unigénito”.

Ese amor, indicó categórico, “fue manifestado a toda la humanidad, no importa raza, color, lengua, nacionalidad, estatus social, político o económico. El amor de Dios viene a ser para toda la humanidad”, recalcó.

Tras esta afirmación que arrancó un "gloria a Dios" prolongado y un "amén" unísono de la totalidad de los fieles de la Iglesia, el Apóstol de Dios se refirió a “las tres partes principales que Dios hace para manifestar, para llamar y para escoger a los que han de ser salvos. Porque, aunque Dios manifestó su amor al mundo, éste a veces no le quiere recibir, aunque el llamamiento viene también al mundo, no todos aceptan vivir conforme Cristo nos ha enseñado. Entonces Dios hace una selección de aquellos que quisieron hacer la voluntad de Dios”.

Al hablar de la primera parte, es decir de la manifestación gloriosa de la salvación, señaló: Dios, en su grande amor por el mundo entero, sabiendo el gran pecado en que se encuentra, conociendo que no habría forma de librarse de la condenación por su forma de vida, y después del fracaso de Adán, su grande desobediencia y su maldad de querer ser igual a Dios, mandó al Ser más perfecto, santo y digno, mandó a su propio Hijo”.

Esta salvación se manifiesta a favor del mundo entero, pero para que el hombre la obtenga, debe creer de todo corazón, es decir obedecer las reglas divinas establecidas, esa es la condición que Dios pone, explicó el Apóstol de Jesucristo. En más sobre este punto, señaló que el hombre ha estado siempre dispuesto a sujetarse a las reglas de los hombres, de las instituciones y las empresas, pero a Dios no siempre quiere obedecer.

Se refirió luego a la segunda parte, es decir al llamamiento, acerca del cual dijo: “Después de la manifestación de ese amor de Dios para el mundo, el llamamiento es la obra más hermosa que podemos nosotros disfrutar de parte de Dios, cuando él nos llama”. Este llamado lo hace Dios a través del evangelio revelado, y beneficia únicamente a las almas que cumplen el propósito de ese llamamiento, que es la obediencia por fe de su santa voluntad.

A quienes se preguntan, ¿entonces para qué nos llamó el Señor?, el Ungido de Dios les respondió: “Dios te llamó para manifestar su gracia, pero tú no quisiste, no tuviste tiempo, no te sujetaste, no te gustó la doctrina, no te gustó el evangelio, le quisiste dar rienda suelta a tu carne”.

Así que los antes mencionados, por menospreciar el don de Dios destinado para ellos, se quedaron sólo en el terreno del llamamiento, sin disfrutar la parte definitiva y gloriosa, que es la mejor parte, la que corresponde a los escogidos, que son los que cumplen en todo tiempo las reglas que Dios establece para salvación.