/ lunes 16 de octubre de 2023

El impacto humano de la Universidad de Guadalajara


A lo largo de sus 98 años, la Universidad de Guadalajara ha transformado la vida de miles de personas. El pasado 12 de octubre se conmemoró el 98 aniversario de su refundación y quise aprovechar estas líneas para hablar de su impacto, no solo en cifras, sino en el aspecto humano.

La UdeG significa tanto. Para mi familia significó la esperanza de mejorar nuestra situación económica, de avanzar en la escalera social para abandonar la pobreza, pero más aún, fue fuente de confianza y empoderamiento, elementos indispensables para crecer como individuo. En un mundo donde por décadas las mujeres se han enfrentado a un techo de cristal, la educación pública ha sido una herramienta para enfrentar esos techos, así lo vi con dos grandes mujeres de mi familia: la ingeniera Perla y la licenciada Margarita.

Tras el fallecimiento de mi padre en enero del 2002, al panorama que pintaba desolador se le atravesó un rayo de luz cuando mi mamá Margarita fue admitida como estudiante en la Facultad de Derecho. En ese momento era impensable que una mujer viuda de 34 años con la responsabilidad de trabajar para mantener a dos hijos, una adolescente de 14 y un niño de 10, pudiera estudiar una licenciatura, no obstante hay formas de hacerlo posible, esa forma fue la modalidad semiescolarizada. Esta modalidad permite asistir solo dos días a la semana a clases, viernes y sábado, así mi mamá pudo trabajar y estudiar al mismo tiempo. El camino no fue sencillo, no pudo conseguir trabajo en el gobierno a pesar de sus excelentes calificaciones y premios Mariano Otero, por carecer del tiempo para ser meritoria, sin embargo, pudo ejercer su profesión litigando por su cuenta y combinando con la docencia. Si no hubiera transitado ese duro camino quizá no hubiera encontrado su vocación crítica y de lucha, que ahora son pilares en la defensa del parque Resistencia Huentitán.

Otra historia en la que la UdeG determinó un mejor porvenir fue la de mi hermana Perla. Ella en 2010 tuvo que suspender sus estudios de Ingeniería en CUCEI por maternidad. Por más de diez años se vio impedida de regresar a la escuela y un sentimiento de resignación impedía ver la posibilidad de concluir sus estudios. Una vez que sus dos hijos tuvieron edad suficiente para alistarse y trasladarse a la escuela por su cuenta, y ante la emergencia sanitaria que hizo que durante 2020, 2021 y 2022 las clases fueran en línea, mi hermana retomó sus estudios, alcanzando su título de Ingeniera este año 2023. Más allá del orgullo que siento por ella, una frase que me quedó marcada fue “gracias a la universidad recuperé la fe en mí”. Ese título enmarcado en su casa representa más que una licencia para ejercer una profesión, es un recordatorio de que no hay imposibles y que las mamás también pueden y tienen derecho a poder.

Ir a la vanguardia significa también reconocer el contexto de millones de familias mexicanas y sus dificultades, el progreso se alcanza en la capacidad de las universidades de adaptar sus planes de estudio a la realidad con modalidades flexibles como el semiescolarizado o la virtualidad. Esto es lo que permite muchos finales felices, como el de Perla y Margarita.

Claudia Goldin, recién galardonada con el Premio Nobel de Economía, ha puntualizado dos causas como las principales responsables de la desigualdad entre hombres y mujeres: las diferencias en el nivel educativo y el nacimiento del primer hijo o hija. Por su parte, la Universidad de Guadalajara atendiendo a la realidad, no solo ha aumentado su matrícula de manera constante sino que da pasos agigantados para combatir la brecha de género y esto es evidente porque a día de hoy las mujeres representan más del 50% de su matrícula a nivel superior; un cambio de paradigma al de 1925 cuando la matrícula de mujeres no llegaba ni al 15%.

Ante los retos actuales, el papel que juegan las universidades es determinante. Miles de familias se verán beneficiadas por el efecto de empoderamiento de la educación. Las historias de éxito también pueden replicarse en personas con discapacidad como la comunidad sorda, queda pendiente la creación de una licenciatura de intérpretes; en integrantes de una comunidad indígena (Tuxpan y la zona norte), en campesinos del interior del estado y muchas más. Estoy convencido que la universidad pública es el mayor gesto de generosidad en la historia de la humanidad, por eso la UdeG es la principal fuente de esperanza para muchas familias que como a la mía nos permitió “pensar y trabajar”. ¡Que viva la Universidad de Guadalajara!


A lo largo de sus 98 años, la Universidad de Guadalajara ha transformado la vida de miles de personas. El pasado 12 de octubre se conmemoró el 98 aniversario de su refundación y quise aprovechar estas líneas para hablar de su impacto, no solo en cifras, sino en el aspecto humano.

La UdeG significa tanto. Para mi familia significó la esperanza de mejorar nuestra situación económica, de avanzar en la escalera social para abandonar la pobreza, pero más aún, fue fuente de confianza y empoderamiento, elementos indispensables para crecer como individuo. En un mundo donde por décadas las mujeres se han enfrentado a un techo de cristal, la educación pública ha sido una herramienta para enfrentar esos techos, así lo vi con dos grandes mujeres de mi familia: la ingeniera Perla y la licenciada Margarita.

Tras el fallecimiento de mi padre en enero del 2002, al panorama que pintaba desolador se le atravesó un rayo de luz cuando mi mamá Margarita fue admitida como estudiante en la Facultad de Derecho. En ese momento era impensable que una mujer viuda de 34 años con la responsabilidad de trabajar para mantener a dos hijos, una adolescente de 14 y un niño de 10, pudiera estudiar una licenciatura, no obstante hay formas de hacerlo posible, esa forma fue la modalidad semiescolarizada. Esta modalidad permite asistir solo dos días a la semana a clases, viernes y sábado, así mi mamá pudo trabajar y estudiar al mismo tiempo. El camino no fue sencillo, no pudo conseguir trabajo en el gobierno a pesar de sus excelentes calificaciones y premios Mariano Otero, por carecer del tiempo para ser meritoria, sin embargo, pudo ejercer su profesión litigando por su cuenta y combinando con la docencia. Si no hubiera transitado ese duro camino quizá no hubiera encontrado su vocación crítica y de lucha, que ahora son pilares en la defensa del parque Resistencia Huentitán.

Otra historia en la que la UdeG determinó un mejor porvenir fue la de mi hermana Perla. Ella en 2010 tuvo que suspender sus estudios de Ingeniería en CUCEI por maternidad. Por más de diez años se vio impedida de regresar a la escuela y un sentimiento de resignación impedía ver la posibilidad de concluir sus estudios. Una vez que sus dos hijos tuvieron edad suficiente para alistarse y trasladarse a la escuela por su cuenta, y ante la emergencia sanitaria que hizo que durante 2020, 2021 y 2022 las clases fueran en línea, mi hermana retomó sus estudios, alcanzando su título de Ingeniera este año 2023. Más allá del orgullo que siento por ella, una frase que me quedó marcada fue “gracias a la universidad recuperé la fe en mí”. Ese título enmarcado en su casa representa más que una licencia para ejercer una profesión, es un recordatorio de que no hay imposibles y que las mamás también pueden y tienen derecho a poder.

Ir a la vanguardia significa también reconocer el contexto de millones de familias mexicanas y sus dificultades, el progreso se alcanza en la capacidad de las universidades de adaptar sus planes de estudio a la realidad con modalidades flexibles como el semiescolarizado o la virtualidad. Esto es lo que permite muchos finales felices, como el de Perla y Margarita.

Claudia Goldin, recién galardonada con el Premio Nobel de Economía, ha puntualizado dos causas como las principales responsables de la desigualdad entre hombres y mujeres: las diferencias en el nivel educativo y el nacimiento del primer hijo o hija. Por su parte, la Universidad de Guadalajara atendiendo a la realidad, no solo ha aumentado su matrícula de manera constante sino que da pasos agigantados para combatir la brecha de género y esto es evidente porque a día de hoy las mujeres representan más del 50% de su matrícula a nivel superior; un cambio de paradigma al de 1925 cuando la matrícula de mujeres no llegaba ni al 15%.

Ante los retos actuales, el papel que juegan las universidades es determinante. Miles de familias se verán beneficiadas por el efecto de empoderamiento de la educación. Las historias de éxito también pueden replicarse en personas con discapacidad como la comunidad sorda, queda pendiente la creación de una licenciatura de intérpretes; en integrantes de una comunidad indígena (Tuxpan y la zona norte), en campesinos del interior del estado y muchas más. Estoy convencido que la universidad pública es el mayor gesto de generosidad en la historia de la humanidad, por eso la UdeG es la principal fuente de esperanza para muchas familias que como a la mía nos permitió “pensar y trabajar”. ¡Que viva la Universidad de Guadalajara!