/ miércoles 31 de octubre de 2018

Causas perdidas

Escuché esta anécdota por primera vez en labios del rector de mi alma mater. Cuentan que Jorge Luis Borges, escritor y poeta, fue invitado a la Universidad San Marcos de Lima. Era ya anciano, y estaba ciego. Perú estaba gobernado por una dictadura militar de corte progresista. Él había sido siempre un liberal de voz alta.

Cientos de estudiantes le abuchearon, hostigándolo en su postura, a pesar de su estatura y prestigio y a pesar de sus años -el verdadero costo de la juventud es el desconocimiento de la autoridad-. Cuando se cansaron de abuchearle, un estudiante le preguntó: “Señor Borges, ¿cómo es posible que un hombre tan culto e inteligente como usted se empeñe en oponerse al curso de la historia?”

Borges le respondió serenamente: “Oiga, joven, ¿no sabe usted que los caballeros solo defendemos causas perdidas?”

Esta semana ha sido una de caras largas. Solo hay una cosa peor que estar en una tormenta: ver la tormenta venir y no poderse mover. Ahora que las inversiones huyen; ahora que la gente teme; ahora que las peores advertencias (las que “eran imposibles”) se hacen realidad; ahora que la velocidad del tren arrecia… ¿qué sentido tiene hacer lo que sea?

En las pláticas de esta semana se bebe la derrota; la desesperanza ¿Qué sentido tiene ser oposición, si uno se opone a la aplanadora? ¿Qué sentido tiene hablar de democracia, de constitución o de leyes en el aula, si sus guardias son ahora sus verdugos? ¿Qué sentido tiene estudiar, trabajar o invertir? ¿Qué sentido tiene educar a los hijos? ¿Qué sentido tiene escribir este artículo?

Y en verdad, ojalá el mundo fuera redondo y sencillo; siempre pacífico y en desarrollo. Sobre todo, aunque duro, siempre legible, sensato y comprensible. Porque no son las políticas las que causan crisis. Las políticas se pueden entender y seguir; se puede jugar el juego aún en el deporte más extremo. Lo que aterra es el caos. Un torero puede enfrentar al toro más bravo, pero se requiere un héroe para enfrentar un enjambre de abejas; y un ejército de héroes para un ejército de abejas.

¿Tiene sentido hacer la vida cotidiana cuando todo alrededor parece perder piso? ¿Tiene sentido luchar cuando la batalla se ve perdida?

A ambas preguntas respondo con la serenidad del mismo Borges: tiene todo el sentido del mundo. Aún más: tiene más sentido que nunca antes. Don Quijote no atacaba los molinos porque fueran molinos, o porque fueran gigantes. Lo hacía porque él era un caballero. Y los caballeros –lo sabía Quijote igual que Borges- pelean con los dragones no porque sea posible vencerlos, sino porque no lo es. Sancho le preguntaba lo que ahora tantos preguntan ¿qué caso tiene, Señor Quijote? Pero el flaco caballero era el único sensato. Y tras el golpe, se puso de nuevo su armadura. Perdió esa batalla y perdería muchas más. Pero nunca, ni por un segundo, dejó de ser caballero.

Nosotros somos mexicanos, como Quijote fue caballero. Tenemos nuestros molinos. Tenemos nuestros dragones. ¿Qué caso tiene trabajar, estudiar, crecer, opinar? Todo el caso del mundo. Cada quien desde su trinchera; cada quien con su talento y con su trabajo. Los políticos y los empresarios, sí; pero también las madres, y los maestros y los alumnos. ¿Caras largas? Déjenlas a los caballos. Que perdamos cien batallas, pero que no dejemos nunca, ni por un segundo, de ser mexicanos.

@franciscogpr

Escuché esta anécdota por primera vez en labios del rector de mi alma mater. Cuentan que Jorge Luis Borges, escritor y poeta, fue invitado a la Universidad San Marcos de Lima. Era ya anciano, y estaba ciego. Perú estaba gobernado por una dictadura militar de corte progresista. Él había sido siempre un liberal de voz alta.

Cientos de estudiantes le abuchearon, hostigándolo en su postura, a pesar de su estatura y prestigio y a pesar de sus años -el verdadero costo de la juventud es el desconocimiento de la autoridad-. Cuando se cansaron de abuchearle, un estudiante le preguntó: “Señor Borges, ¿cómo es posible que un hombre tan culto e inteligente como usted se empeñe en oponerse al curso de la historia?”

Borges le respondió serenamente: “Oiga, joven, ¿no sabe usted que los caballeros solo defendemos causas perdidas?”

Esta semana ha sido una de caras largas. Solo hay una cosa peor que estar en una tormenta: ver la tormenta venir y no poderse mover. Ahora que las inversiones huyen; ahora que la gente teme; ahora que las peores advertencias (las que “eran imposibles”) se hacen realidad; ahora que la velocidad del tren arrecia… ¿qué sentido tiene hacer lo que sea?

En las pláticas de esta semana se bebe la derrota; la desesperanza ¿Qué sentido tiene ser oposición, si uno se opone a la aplanadora? ¿Qué sentido tiene hablar de democracia, de constitución o de leyes en el aula, si sus guardias son ahora sus verdugos? ¿Qué sentido tiene estudiar, trabajar o invertir? ¿Qué sentido tiene educar a los hijos? ¿Qué sentido tiene escribir este artículo?

Y en verdad, ojalá el mundo fuera redondo y sencillo; siempre pacífico y en desarrollo. Sobre todo, aunque duro, siempre legible, sensato y comprensible. Porque no son las políticas las que causan crisis. Las políticas se pueden entender y seguir; se puede jugar el juego aún en el deporte más extremo. Lo que aterra es el caos. Un torero puede enfrentar al toro más bravo, pero se requiere un héroe para enfrentar un enjambre de abejas; y un ejército de héroes para un ejército de abejas.

¿Tiene sentido hacer la vida cotidiana cuando todo alrededor parece perder piso? ¿Tiene sentido luchar cuando la batalla se ve perdida?

A ambas preguntas respondo con la serenidad del mismo Borges: tiene todo el sentido del mundo. Aún más: tiene más sentido que nunca antes. Don Quijote no atacaba los molinos porque fueran molinos, o porque fueran gigantes. Lo hacía porque él era un caballero. Y los caballeros –lo sabía Quijote igual que Borges- pelean con los dragones no porque sea posible vencerlos, sino porque no lo es. Sancho le preguntaba lo que ahora tantos preguntan ¿qué caso tiene, Señor Quijote? Pero el flaco caballero era el único sensato. Y tras el golpe, se puso de nuevo su armadura. Perdió esa batalla y perdería muchas más. Pero nunca, ni por un segundo, dejó de ser caballero.

Nosotros somos mexicanos, como Quijote fue caballero. Tenemos nuestros molinos. Tenemos nuestros dragones. ¿Qué caso tiene trabajar, estudiar, crecer, opinar? Todo el caso del mundo. Cada quien desde su trinchera; cada quien con su talento y con su trabajo. Los políticos y los empresarios, sí; pero también las madres, y los maestros y los alumnos. ¿Caras largas? Déjenlas a los caballos. Que perdamos cien batallas, pero que no dejemos nunca, ni por un segundo, de ser mexicanos.

@franciscogpr

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