/ lunes 26 de febrero de 2024

La elegía y la égloga


Somos forzados espectadores en el teatro nacional de dos obras: la elegía de la justicia y la égloga del gobierno. La justicia, virtud que consiste en dar a cada uno lo que le corresponde según lo definieron en Roma Ulpiano, Celso y Justiniano, habrá que buscarla arriba, donde está Dios como decía uno de mis maestros de la universidad, a quien afectuosamente le llamábamos Don Lencho, el severo pero muy didáctico profesor Don Lorenzo Martínez Negrete, de feliz memoria.

Es verdad. La justicia de los hombres, que debiera ser orientada hacia el epítome que es la Divina, la conmutativa e inmanente, se encuentra perdida por completo. En México la justicia es relativa e infortunadamente convenientemente impartida porque la imparcialidad no siempre está presente.

Las recientes declaraciones del señor Presidente, en la que puso en completa evidencia la independencia del poder judicial, al afirmar que cuando el señor Arturo Saldívar Lelo de Larrea fungía como Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, le pedía su intervención supuestamente para que a su vez el Ministro en descrédito diera instrucciones a los jueces para que no liberaran delincuentes nos muestra la injerencia del ejecutivo en las decisiones del judicial y corrobora esa elegía de la justicia.

La égloga del poder presidencial está presente en todo momento. Ese afán permanente de López Obrador de andar buscando votos a diestra y siniestra engañando a los bobalicones que aun creen en él y tratando de seducir a los despistados que no saben si van o vienen, lo ha llevado a desgastar tanto a las instituciones, que se van erosionando paulatinamente y cada vez se ve más difícil que se puedan reparar por lo que en caso de que exista alternancia en los siguientes comicios, se tendrán que reconstruir.

El señor López Obrador vive en una suerte de égloga, una ensoñación, un marco idealizado de lo que es gobernar un país de 130 millones de habitantes en el que todos viven felices y contentos. Patrañas.

190 mil muertos a manos de la delincuencia que impunemente se pasea por calles y caminos ante la pasividad desesperante de un gobierno inútil que no acierta a diseñar una política preventiva y no reactiva; 600,000 muertos por el torpe manejo de la pandemia de Covid19, 30,000 desaparecidos que seguramente estarán muertos también son macabros botones de muestra de que no es verdad que todo el pueblo esté feliz, feliz, que México esté en paz y la gente contenta.

Se engaña solo el presidente en su égloga, en su mundo feliz, en sus ensoñaciones que lamentablemente están llevando al país al precipicio. Son realidades, aunque sus huestes convenencieras digan lo contrario.

Una cifra cercana al millón de muertos en su sexenio en un país que no está en guerra son prueba contundente de sus errores gravísimos.

Para darnos una idea de cómo están las cosas en México, la ONU reveló en agosto del año pasado a través del New York Times, que la guerra entre Ucrania y Rusia ha causado 120,000 muertos del lado ruso y del lado ucraniano 70,000 pérdidas militares y 25,000 civiles. Una guerra que inició hace tres años el 14 de febrero. México, país que no está en guerra con nadie, tiene 190,000 muertos a la fecha en este sexenio, una cifra igual a la de los dos países contenientes en una guerra declarada.

Absurdo que se diga que el pueblo esté contento, no puede estarlo cuando todos los días nos encomendamos a todos los santos para no ser víctimas de la delincuencia en todas sus manifestaciones incluyendo los consabidos efectos colaterales de las disputas entre los cárteles.

Esa es la realidad, no la que cada mañana en su égloga nos quiere presentar López Obrador.

Contrastes: la elegía de la justicia y la égloga del jefe del ejecutivo.


Somos forzados espectadores en el teatro nacional de dos obras: la elegía de la justicia y la égloga del gobierno. La justicia, virtud que consiste en dar a cada uno lo que le corresponde según lo definieron en Roma Ulpiano, Celso y Justiniano, habrá que buscarla arriba, donde está Dios como decía uno de mis maestros de la universidad, a quien afectuosamente le llamábamos Don Lencho, el severo pero muy didáctico profesor Don Lorenzo Martínez Negrete, de feliz memoria.

Es verdad. La justicia de los hombres, que debiera ser orientada hacia el epítome que es la Divina, la conmutativa e inmanente, se encuentra perdida por completo. En México la justicia es relativa e infortunadamente convenientemente impartida porque la imparcialidad no siempre está presente.

Las recientes declaraciones del señor Presidente, en la que puso en completa evidencia la independencia del poder judicial, al afirmar que cuando el señor Arturo Saldívar Lelo de Larrea fungía como Ministro Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, le pedía su intervención supuestamente para que a su vez el Ministro en descrédito diera instrucciones a los jueces para que no liberaran delincuentes nos muestra la injerencia del ejecutivo en las decisiones del judicial y corrobora esa elegía de la justicia.

La égloga del poder presidencial está presente en todo momento. Ese afán permanente de López Obrador de andar buscando votos a diestra y siniestra engañando a los bobalicones que aun creen en él y tratando de seducir a los despistados que no saben si van o vienen, lo ha llevado a desgastar tanto a las instituciones, que se van erosionando paulatinamente y cada vez se ve más difícil que se puedan reparar por lo que en caso de que exista alternancia en los siguientes comicios, se tendrán que reconstruir.

El señor López Obrador vive en una suerte de égloga, una ensoñación, un marco idealizado de lo que es gobernar un país de 130 millones de habitantes en el que todos viven felices y contentos. Patrañas.

190 mil muertos a manos de la delincuencia que impunemente se pasea por calles y caminos ante la pasividad desesperante de un gobierno inútil que no acierta a diseñar una política preventiva y no reactiva; 600,000 muertos por el torpe manejo de la pandemia de Covid19, 30,000 desaparecidos que seguramente estarán muertos también son macabros botones de muestra de que no es verdad que todo el pueblo esté feliz, feliz, que México esté en paz y la gente contenta.

Se engaña solo el presidente en su égloga, en su mundo feliz, en sus ensoñaciones que lamentablemente están llevando al país al precipicio. Son realidades, aunque sus huestes convenencieras digan lo contrario.

Una cifra cercana al millón de muertos en su sexenio en un país que no está en guerra son prueba contundente de sus errores gravísimos.

Para darnos una idea de cómo están las cosas en México, la ONU reveló en agosto del año pasado a través del New York Times, que la guerra entre Ucrania y Rusia ha causado 120,000 muertos del lado ruso y del lado ucraniano 70,000 pérdidas militares y 25,000 civiles. Una guerra que inició hace tres años el 14 de febrero. México, país que no está en guerra con nadie, tiene 190,000 muertos a la fecha en este sexenio, una cifra igual a la de los dos países contenientes en una guerra declarada.

Absurdo que se diga que el pueblo esté contento, no puede estarlo cuando todos los días nos encomendamos a todos los santos para no ser víctimas de la delincuencia en todas sus manifestaciones incluyendo los consabidos efectos colaterales de las disputas entre los cárteles.

Esa es la realidad, no la que cada mañana en su égloga nos quiere presentar López Obrador.

Contrastes: la elegía de la justicia y la égloga del jefe del ejecutivo.