/ viernes 7 de diciembre de 2018

Entre la 4ta transformación nacional y la refundación de Jalisco

Ernesto Díaz Martínez

Es muy probable que la mayoría de los mexicanos y de los jaliscienses coincidamos en la posibilidad de que a partir de los días primero y cinco del presente mes y año, en nuestro país y en nuestro estado haya un antes y un después en la forma en que las clases política y gobernante se relacionan con su pueblo, en que respetan los derechos humanos y actúan de modo que sus discursos se conviertan más en hechos que en antecedentes para documentar la hipocresía.

Para ello propongo comenzar por reconocer el derecho de cada quien en sentirse ilusionado o escéptico a las provocaciones mediáticas en relación a los discursos de los nuevos gobernantes del país y de Jalisco, cuyas versiones y comentarios periodísticos la mayoría favorables, proliferan en los medios de comunicación donde se informa y da a conocer la opinión publicada.

Por una parte, Andrés Manuel López Obrador, asumió el día primero la presidencia de la República, en condiciones envidiables de mayoría en las cámaras del Congreso de la Unión, y en 19 congresos locales, así como un alto nivel de popularidad, lo que aprovechó desde su discurso de toma de posesión para hacer un diagnóstico del país que recibe: por un lado, un pueblo agraviado por el modelo económico neoliberal, la corrupción oficial, la violencia y la impunidad; y por otro, ese mismo pueblo que se distingue por ser uno de los más trabajadores del mundo, establecido en un territorio rico en bendiciones de la naturaleza, al que sólo hace falta un buen gobierno que AMLO se propone encabezar.

Por su parte, Enrique Alfaro Ramírez, es desde el día cinco el gobernador de Jalisco, y al igual que AMLO, se estrena como primer mandatario estatal en condiciones igualmente favorables de mayoría en el Congreso local y en los gobiernos municipales del estado y sobre todo de la zona metropolitana de Guadalajara. También hay que decirlo, Alfaro asume el poder estatal en un ambiente precedido de deslindes en relación con decisiones del nuevo gobierno federal como lo son las competencias de los superdelegados federales, la conformación de la Guardia Nacional propuesta por AMLO y el inicial pronunciamiento presidencial de no investigar a ex presidentes.

En cuanto a ambos personajes, el Presiente y el Gobernador, nadie podrá regatearles que en varios momentos han sido opositores de gobernantes arrogantes y déspotas. No obstante, ambos comparten un origen priista que no es ni malo ni extraño en un país donde a la fecha la principal escuela de política tiene como referente al priismo, donde se distinguen al menos dos corrientes de pensamiento: la de los progresistas donde se ubican los grandes estadistas como el general Lázaro Cárdenas y la de los derechistas neoliberales que comprenden por lo menos desde el sexenio de Miguel de la Madrid, hasta el de Enrique Peña Nieto.

Asimismo, a los dos políticos les han llovido críticas a mi parecer bien fundadas. El Presidente López Obrador, ha entregado grandes espacios partidistas, candidaturas y puestos de gobierno a personajes ajenos a la lucha social o tan siquiera opositora al neoliberalismo. Se ha recibido con alfombra roja en Morena y en su gobierno a cuadros distinguidos de la mafia del poder y a intelectuales ajenos a las luchas campesinas contra el régimen corrupto y represivo. En eso también Alfaro tiene lo suyo: son públicamente conocidas sus alianzas con ex panistas, cuyos gobiernos en Jalisco se distinguieron por la indolencia, la soberbia y el influyentismo para favorecer a los suyos.

Así, en medio de estos claroscuros, son más los motivos para brindar un voto de confianza a los dos gobernantes. Aun así, ellos mismos tendrán que gastar más sus zapatos antes que caer en las tentaciones de la parafernalia del poder donde abundan lambiscones que en mucho contribuyen a mantenerlos lejos del pueblo y de su bendita esencia.


Ernesto Díaz Martínez

Es muy probable que la mayoría de los mexicanos y de los jaliscienses coincidamos en la posibilidad de que a partir de los días primero y cinco del presente mes y año, en nuestro país y en nuestro estado haya un antes y un después en la forma en que las clases política y gobernante se relacionan con su pueblo, en que respetan los derechos humanos y actúan de modo que sus discursos se conviertan más en hechos que en antecedentes para documentar la hipocresía.

Para ello propongo comenzar por reconocer el derecho de cada quien en sentirse ilusionado o escéptico a las provocaciones mediáticas en relación a los discursos de los nuevos gobernantes del país y de Jalisco, cuyas versiones y comentarios periodísticos la mayoría favorables, proliferan en los medios de comunicación donde se informa y da a conocer la opinión publicada.

Por una parte, Andrés Manuel López Obrador, asumió el día primero la presidencia de la República, en condiciones envidiables de mayoría en las cámaras del Congreso de la Unión, y en 19 congresos locales, así como un alto nivel de popularidad, lo que aprovechó desde su discurso de toma de posesión para hacer un diagnóstico del país que recibe: por un lado, un pueblo agraviado por el modelo económico neoliberal, la corrupción oficial, la violencia y la impunidad; y por otro, ese mismo pueblo que se distingue por ser uno de los más trabajadores del mundo, establecido en un territorio rico en bendiciones de la naturaleza, al que sólo hace falta un buen gobierno que AMLO se propone encabezar.

Por su parte, Enrique Alfaro Ramírez, es desde el día cinco el gobernador de Jalisco, y al igual que AMLO, se estrena como primer mandatario estatal en condiciones igualmente favorables de mayoría en el Congreso local y en los gobiernos municipales del estado y sobre todo de la zona metropolitana de Guadalajara. También hay que decirlo, Alfaro asume el poder estatal en un ambiente precedido de deslindes en relación con decisiones del nuevo gobierno federal como lo son las competencias de los superdelegados federales, la conformación de la Guardia Nacional propuesta por AMLO y el inicial pronunciamiento presidencial de no investigar a ex presidentes.

En cuanto a ambos personajes, el Presiente y el Gobernador, nadie podrá regatearles que en varios momentos han sido opositores de gobernantes arrogantes y déspotas. No obstante, ambos comparten un origen priista que no es ni malo ni extraño en un país donde a la fecha la principal escuela de política tiene como referente al priismo, donde se distinguen al menos dos corrientes de pensamiento: la de los progresistas donde se ubican los grandes estadistas como el general Lázaro Cárdenas y la de los derechistas neoliberales que comprenden por lo menos desde el sexenio de Miguel de la Madrid, hasta el de Enrique Peña Nieto.

Asimismo, a los dos políticos les han llovido críticas a mi parecer bien fundadas. El Presidente López Obrador, ha entregado grandes espacios partidistas, candidaturas y puestos de gobierno a personajes ajenos a la lucha social o tan siquiera opositora al neoliberalismo. Se ha recibido con alfombra roja en Morena y en su gobierno a cuadros distinguidos de la mafia del poder y a intelectuales ajenos a las luchas campesinas contra el régimen corrupto y represivo. En eso también Alfaro tiene lo suyo: son públicamente conocidas sus alianzas con ex panistas, cuyos gobiernos en Jalisco se distinguieron por la indolencia, la soberbia y el influyentismo para favorecer a los suyos.

Así, en medio de estos claroscuros, son más los motivos para brindar un voto de confianza a los dos gobernantes. Aun así, ellos mismos tendrán que gastar más sus zapatos antes que caer en las tentaciones de la parafernalia del poder donde abundan lambiscones que en mucho contribuyen a mantenerlos lejos del pueblo y de su bendita esencia.