/ sábado 15 de junio de 2019

Enrique Alfaro: Gobernando en silencio


Carlos Anguiano Zamudio

En las últimas semanas, ha permanecido fuera de cámaras y reflectores. Su desaparición de la escena pública es notoria. No es un jugador activo. Esta guardado. No atraviesa por un buen momento en cuanto a su percepción social. Siendo Enrique Alfaro un político vivaz, inteligente, acostumbrado a jugar un rol protagónico, a imponer agenda, a jugar con fichas blancas, a manejar los tiempos políticos con estrategia en su favor, su distanciamiento de la exposición pública llama la atención y exige apuntar sobre el hecho.

Es cierto que tenía que dejar pasar el tiempo, para salir del atolladero en que se metió debido al polémico programa “A Toda Maquina”, que frenó su ímpetu inicial y diezmo su relación con los medios de comunicación, aunque logró cobertura nacional. También lo es, que sus niveles de popularidad y su calificación como gobernador fueron sensiblemente a la baja, llegando a niveles que rondan el 30%. Seguramente nuestro Gobernador ya esta siendo impactado por la percepción selectiva, que su grupo cálido de amigos, colaboradores y empleados le hace sentir, en una burbuja donde pareciera que todo marcha bien y le muestran la mejor cara de todos los hechos al líder, al jefe político, distorsionándole su percepción de la realidad al mantenerlo en una zona cómoda… irreal.

Imposible no ver que la relación entre Alfaro Ramírez y López Obrador, una vez que ambos asumieron sus funciones, varió. Inició extremadamente polarizada, se distensó, volvió a tensarse y pasa por ahora por momentos de sumisión, de colaboración manifiesta, de encuentro forzado. Vale la pena recordar que ambos recorrieron el camino a ganar sus respectivas elecciones, montados en el clamor popular, arropados con identidad con la mayoría de los mexicanos y de los jaliscienses que deseaban un cambio de ruta. Pero ahora, solamente López Obrador se conserva afinado a ese caudal de energía social. En cambio, Alfaro Ramírez descendió al pelotón de las minorías, dejando de ser considerado disruptivo, fresco, vanguardista, para catalogarse como un político tradicional.

En la Espiral del Silencio, libro de Elisabeth Noelle-Neumann, acerca de la piel social, de cómo hay mecanismos psicológicos que orientan nuestras actitudes, se revela que la gente está poco dispuesta a expresar sus opiniones en público cuando son minoría. Siendo la opinión pública una forma de control social, resulta que los individuos aceptan y adaptan su comportamiento a las actitudes dominantes. Al ser las personas seres sociales, el miedo a ser aislados, nos pueden llevar a sitios no necesariamente compartidos. Tal vez ahí se encuentra la explicación de un silencio supeditado, disciplinado. De un manso actuar cauteloso, sin nobleza, acechante al momento oportuno o al cambio de dirección de la opinión pública, para salir y asestar posicionamientos diferenciadores, si la censura, el temor, la represión presupuestal y la presión de sus correligionarios lo permiten con menor riesgo al actual.

El riesgo de ir contra la corriente obliga a Enrique Alfaro a permanecer en un silencio incomodo. No es tiempo de lucha. Quien sabe si ese tiempo se llegue. Por lo pronto, romper el silencio dependerá de que logre hacer un gran gobierno, lo cual hasta ahora, no esta sucediendo.

www.inteligenciapolitica.org


Imposible no ver que la relación entre Alfaro Ramírez y López Obrador, una vez que ambos asumieron sus funciones, varió. Inició extremadamente polarizada, se distensó, volvió a tensarse y pasa por ahora por momentos de sumisión, de colaboración manifiesta, de encuentro forzado


Carlos Anguiano Zamudio

En las últimas semanas, ha permanecido fuera de cámaras y reflectores. Su desaparición de la escena pública es notoria. No es un jugador activo. Esta guardado. No atraviesa por un buen momento en cuanto a su percepción social. Siendo Enrique Alfaro un político vivaz, inteligente, acostumbrado a jugar un rol protagónico, a imponer agenda, a jugar con fichas blancas, a manejar los tiempos políticos con estrategia en su favor, su distanciamiento de la exposición pública llama la atención y exige apuntar sobre el hecho.

Es cierto que tenía que dejar pasar el tiempo, para salir del atolladero en que se metió debido al polémico programa “A Toda Maquina”, que frenó su ímpetu inicial y diezmo su relación con los medios de comunicación, aunque logró cobertura nacional. También lo es, que sus niveles de popularidad y su calificación como gobernador fueron sensiblemente a la baja, llegando a niveles que rondan el 30%. Seguramente nuestro Gobernador ya esta siendo impactado por la percepción selectiva, que su grupo cálido de amigos, colaboradores y empleados le hace sentir, en una burbuja donde pareciera que todo marcha bien y le muestran la mejor cara de todos los hechos al líder, al jefe político, distorsionándole su percepción de la realidad al mantenerlo en una zona cómoda… irreal.

Imposible no ver que la relación entre Alfaro Ramírez y López Obrador, una vez que ambos asumieron sus funciones, varió. Inició extremadamente polarizada, se distensó, volvió a tensarse y pasa por ahora por momentos de sumisión, de colaboración manifiesta, de encuentro forzado. Vale la pena recordar que ambos recorrieron el camino a ganar sus respectivas elecciones, montados en el clamor popular, arropados con identidad con la mayoría de los mexicanos y de los jaliscienses que deseaban un cambio de ruta. Pero ahora, solamente López Obrador se conserva afinado a ese caudal de energía social. En cambio, Alfaro Ramírez descendió al pelotón de las minorías, dejando de ser considerado disruptivo, fresco, vanguardista, para catalogarse como un político tradicional.

En la Espiral del Silencio, libro de Elisabeth Noelle-Neumann, acerca de la piel social, de cómo hay mecanismos psicológicos que orientan nuestras actitudes, se revela que la gente está poco dispuesta a expresar sus opiniones en público cuando son minoría. Siendo la opinión pública una forma de control social, resulta que los individuos aceptan y adaptan su comportamiento a las actitudes dominantes. Al ser las personas seres sociales, el miedo a ser aislados, nos pueden llevar a sitios no necesariamente compartidos. Tal vez ahí se encuentra la explicación de un silencio supeditado, disciplinado. De un manso actuar cauteloso, sin nobleza, acechante al momento oportuno o al cambio de dirección de la opinión pública, para salir y asestar posicionamientos diferenciadores, si la censura, el temor, la represión presupuestal y la presión de sus correligionarios lo permiten con menor riesgo al actual.

El riesgo de ir contra la corriente obliga a Enrique Alfaro a permanecer en un silencio incomodo. No es tiempo de lucha. Quien sabe si ese tiempo se llegue. Por lo pronto, romper el silencio dependerá de que logre hacer un gran gobierno, lo cual hasta ahora, no esta sucediendo.

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Imposible no ver que la relación entre Alfaro Ramírez y López Obrador, una vez que ambos asumieron sus funciones, varió. Inició extremadamente polarizada, se distensó, volvió a tensarse y pasa por ahora por momentos de sumisión, de colaboración manifiesta, de encuentro forzado