/ jueves 8 de febrero de 2018

Abrazos

José Luis Cuéllar De Dios

Para toda la sociedad de esta hermosa ciudad.

Convencido de la fuerza del amor, invoco a Blaise Pascal,

Filosofo y escritor francés, quien dice: “a fuerza de hablar de amor,

Uno llega a enamorarse”

Con esporádica frecuencia esta colaboración narra las íntimas experiencias que vivo con mi hija, Martita, persona con discapacidad intelectual de nacimiento. Cuando lo hago,  me propongo asumir el riesgo de caer en lo cursi, hoy asumo, de nueva cuenta ese riesgo y comparto con los lectores uno de los rasgos más entrañables de ella: SUS ABRAZOS. Tal vez ilusamente comparto estas experiencias con la idea que resulten útiles, tanto para padres de familia, como para la propia sociedad, al saber que todas las manifestaciones de cariño que expresan las personas con discapacidad intelectual son la unión amorosa entre un ser terrenal -nosotros- y uno espiritual -ellos-.

Debo confesar que Martita, con 36 años, apenas hace unos cinco o seis años le dio por abrazar. Me sorprende que, espontáneamente sólo abrace a su mamá y eventualmente a mí; si alguien le pide un abrazo se lo da, aunque en esos casos su lenguaje corporal es radicalmente diferente.

Los abrazos de Martita a su madre son mensajes de amor, de paz, sobre todo de agradecimiento, mi hija carece de lenguaje aunque un abrazo de ella, vestido de absoluta sinceridad, dice más cosas que las que pudiera expresar su lenguaje. Su poder es la risa y ahora los abrazos, breves pero amorosamente espontáneos. Vive en una especie de retiro, ausente del mundo, lo hace tan metida dentro de su espíritu que creo que ese retiro es un pedazo del paraíso.

Mi hija ama profundamente a su madre, seguramente ese amor genera el maravilloso impulso de abrazarla, impulso que nace de su corazón, no de su cerebro; he llegado a creer que la dulzura de los abrazos de Martita borra la amargura que ha experimentado su madre por las discriminaciones sufridas. Ah, si pudieran todos conocer la hermosura del alma de estos maravillosos seres jamás los discriminarían, por el contrario irían del abrazo al nudo en la garganta. Quienes reciben abrazos de las personas con discapacidad intelectual se enseñan a dar abrazos, gestos que nos dejan con el alma renovada.

La presencia de una hija(o) con discapacidad intelectual en un hogar es como un libro que contiene paginas hermosas pero portada dolorosa, no nos atrevemos abrirlo, mucho menos entenderlo; sin embargo, cuando nos decidimos adentrarnos en el, llegaremos a sonrojarnos por la sencillez y generosidad de su enigmática naturaleza. Soy un hombre creyente, empedernido de errores, pero creo firmemente que solamente Martita -y todas las personas como ella- cumple, al pie de la letra, la voluntad de Dios. Si bien nunca podré resolver su vulnerabilidad, si le agradezco, hasta el infinito, esos momentos de éxtasis que me provocan sus abrazos.

José Luis Cuéllar De Dios

Para toda la sociedad de esta hermosa ciudad.

Convencido de la fuerza del amor, invoco a Blaise Pascal,

Filosofo y escritor francés, quien dice: “a fuerza de hablar de amor,

Uno llega a enamorarse”

Con esporádica frecuencia esta colaboración narra las íntimas experiencias que vivo con mi hija, Martita, persona con discapacidad intelectual de nacimiento. Cuando lo hago,  me propongo asumir el riesgo de caer en lo cursi, hoy asumo, de nueva cuenta ese riesgo y comparto con los lectores uno de los rasgos más entrañables de ella: SUS ABRAZOS. Tal vez ilusamente comparto estas experiencias con la idea que resulten útiles, tanto para padres de familia, como para la propia sociedad, al saber que todas las manifestaciones de cariño que expresan las personas con discapacidad intelectual son la unión amorosa entre un ser terrenal -nosotros- y uno espiritual -ellos-.

Debo confesar que Martita, con 36 años, apenas hace unos cinco o seis años le dio por abrazar. Me sorprende que, espontáneamente sólo abrace a su mamá y eventualmente a mí; si alguien le pide un abrazo se lo da, aunque en esos casos su lenguaje corporal es radicalmente diferente.

Los abrazos de Martita a su madre son mensajes de amor, de paz, sobre todo de agradecimiento, mi hija carece de lenguaje aunque un abrazo de ella, vestido de absoluta sinceridad, dice más cosas que las que pudiera expresar su lenguaje. Su poder es la risa y ahora los abrazos, breves pero amorosamente espontáneos. Vive en una especie de retiro, ausente del mundo, lo hace tan metida dentro de su espíritu que creo que ese retiro es un pedazo del paraíso.

Mi hija ama profundamente a su madre, seguramente ese amor genera el maravilloso impulso de abrazarla, impulso que nace de su corazón, no de su cerebro; he llegado a creer que la dulzura de los abrazos de Martita borra la amargura que ha experimentado su madre por las discriminaciones sufridas. Ah, si pudieran todos conocer la hermosura del alma de estos maravillosos seres jamás los discriminarían, por el contrario irían del abrazo al nudo en la garganta. Quienes reciben abrazos de las personas con discapacidad intelectual se enseñan a dar abrazos, gestos que nos dejan con el alma renovada.

La presencia de una hija(o) con discapacidad intelectual en un hogar es como un libro que contiene paginas hermosas pero portada dolorosa, no nos atrevemos abrirlo, mucho menos entenderlo; sin embargo, cuando nos decidimos adentrarnos en el, llegaremos a sonrojarnos por la sencillez y generosidad de su enigmática naturaleza. Soy un hombre creyente, empedernido de errores, pero creo firmemente que solamente Martita -y todas las personas como ella- cumple, al pie de la letra, la voluntad de Dios. Si bien nunca podré resolver su vulnerabilidad, si le agradezco, hasta el infinito, esos momentos de éxtasis que me provocan sus abrazos.