/ lunes 15 de enero de 2024

Sic transit gloria mundi


No cabe duda. La vida es efímera. Sic transit gloria mundi, locución latina que significa: “Así pasa la gloria del mundo”.

En su momento fue la novedad, el centro de las preferencias, de los mimos, de los cariños, de los adornos. Fue por así decirlo el rey de la casa, pero sólo unos pocos días. Hoy ha quedado en la soledad, en el abandono, destinado a la basura, lo que nos muestra de manera cruda, de manera muy clara lo que es la ingratitud, el olvido, el utilitarismo. Me sirves: vales. No me sirves, eres materia de desecho, el desperdicio, la inutilidad.

Dicen que Napoleón Bonaparte en una ocasión que vio un boceto (proyecto o apunte, esquema en el que se prepara o resume una obra) dijo: “Un bon sketch vaut plus qu`un long discours” de donde surgió el conocido refrán popular, “Una imagen vale más que mil palabras”.

La idea de escribir este artículo surgió después de haber visto una fotografía donde se aprecia un árbol de navidad en la calle, afuera del cancel de una casa, esperando que pase el camión de la basura por él. Ya sin las luces, sin los adornos, sin la estrella, despojado de sus galas y sus glorias. Otrora, fue el centro de la atención, del festejo, de la honra, del honor, del cariño. Hoy: a la basura.

Independientemente del mensaje que quiero enviar al lector acerca del reciclado de los árboles de Navidad y la falta de conciencia de acudir a llevarlos al término de las fiestas a los centros de acopio que los Ayuntamientos pusieron a disposición de la ciudadanía y encontraron oídos sordos en muchos de nosotros y por flojera o por desobediencia innata decidimos mejor arrojarlos a la calle, en espera del recolector de desperdicios, hay otro mensaje de mucha mayor trascendencia.

Lo dije en el primer párrafo: lo efímero que resulta nuestra vida.

La esperanza de vida de los seres humanos según la OMS en un informe publicado en 2019 era de 73 años y en 2048 será de 78 sin embargo, la vida tarde o temprano llegará a su fin y allí surgirá nuestra leyenda, nuestro recuerdo, bueno o malo y de nosotros, solo de nosotros depende.

Mientras esto sucede, no podemos dejar pasar nuestros días inútilmente, condenados a ese fin inexorable y al ciclo natural de nacer, crecer, reproducirnos y finalmente morir y acabar como los arbolitos de navidad después de su uso, destinados a ser alimento para los gusanos mientras vamos caminando taciturnos o peor, cuando nuestro propósito fundamental es acumular la riqueza, el poder, los placeres.

Nuestro caminar por la vida debe ser tal, que dejemos huella indeleble de nuestra presencia física en la tierra, mediante la corrección de nuestros actos. Emmanuel Kant, el gran filósofo de Koegnisberg, Alemania, uno de los grandes ideólogos del derecho común, concibió la teoría de los imperativos categóricos, en donde decía que nuestro actuar debe ser un ejemplo. “Obra de tal suerte que tu conducta sea elevada a norma de universal observancia”. Ese debe ser nuestro cometido, nuestra meta; no debemos ambicionar la gloria, por eso sic transit gloria mundi.

Cualquier día es bueno para corregir el rumbo. Si ambicionamos la riqueza, el poder, la gloria, pronto pasará y solamente llenaremos nuestra alforja de polvo porque nada habremos de llevarnos y quizá dejemos problemas solamente y tristes recuerdos.

Hay que pensar de otra forma, que nuestro recuerdo permanezca siempre en los corazones de quienes son objeto de nuestra preocupación, de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestra ayuda, de nuestro verdadero amor por el prójimo.

Algún día rendiremos cuentas de nuestros actos. Mejor hacer las cosas bien y que no tengamos en nuestra conciencia ningún remordimiento cuando hayamos dejado este mundo, y tras de nosotros quedará la estela de las buenas acciones. Eso es lo que verdaderamente cuenta.


No cabe duda. La vida es efímera. Sic transit gloria mundi, locución latina que significa: “Así pasa la gloria del mundo”.

En su momento fue la novedad, el centro de las preferencias, de los mimos, de los cariños, de los adornos. Fue por así decirlo el rey de la casa, pero sólo unos pocos días. Hoy ha quedado en la soledad, en el abandono, destinado a la basura, lo que nos muestra de manera cruda, de manera muy clara lo que es la ingratitud, el olvido, el utilitarismo. Me sirves: vales. No me sirves, eres materia de desecho, el desperdicio, la inutilidad.

Dicen que Napoleón Bonaparte en una ocasión que vio un boceto (proyecto o apunte, esquema en el que se prepara o resume una obra) dijo: “Un bon sketch vaut plus qu`un long discours” de donde surgió el conocido refrán popular, “Una imagen vale más que mil palabras”.

La idea de escribir este artículo surgió después de haber visto una fotografía donde se aprecia un árbol de navidad en la calle, afuera del cancel de una casa, esperando que pase el camión de la basura por él. Ya sin las luces, sin los adornos, sin la estrella, despojado de sus galas y sus glorias. Otrora, fue el centro de la atención, del festejo, de la honra, del honor, del cariño. Hoy: a la basura.

Independientemente del mensaje que quiero enviar al lector acerca del reciclado de los árboles de Navidad y la falta de conciencia de acudir a llevarlos al término de las fiestas a los centros de acopio que los Ayuntamientos pusieron a disposición de la ciudadanía y encontraron oídos sordos en muchos de nosotros y por flojera o por desobediencia innata decidimos mejor arrojarlos a la calle, en espera del recolector de desperdicios, hay otro mensaje de mucha mayor trascendencia.

Lo dije en el primer párrafo: lo efímero que resulta nuestra vida.

La esperanza de vida de los seres humanos según la OMS en un informe publicado en 2019 era de 73 años y en 2048 será de 78 sin embargo, la vida tarde o temprano llegará a su fin y allí surgirá nuestra leyenda, nuestro recuerdo, bueno o malo y de nosotros, solo de nosotros depende.

Mientras esto sucede, no podemos dejar pasar nuestros días inútilmente, condenados a ese fin inexorable y al ciclo natural de nacer, crecer, reproducirnos y finalmente morir y acabar como los arbolitos de navidad después de su uso, destinados a ser alimento para los gusanos mientras vamos caminando taciturnos o peor, cuando nuestro propósito fundamental es acumular la riqueza, el poder, los placeres.

Nuestro caminar por la vida debe ser tal, que dejemos huella indeleble de nuestra presencia física en la tierra, mediante la corrección de nuestros actos. Emmanuel Kant, el gran filósofo de Koegnisberg, Alemania, uno de los grandes ideólogos del derecho común, concibió la teoría de los imperativos categóricos, en donde decía que nuestro actuar debe ser un ejemplo. “Obra de tal suerte que tu conducta sea elevada a norma de universal observancia”. Ese debe ser nuestro cometido, nuestra meta; no debemos ambicionar la gloria, por eso sic transit gloria mundi.

Cualquier día es bueno para corregir el rumbo. Si ambicionamos la riqueza, el poder, la gloria, pronto pasará y solamente llenaremos nuestra alforja de polvo porque nada habremos de llevarnos y quizá dejemos problemas solamente y tristes recuerdos.

Hay que pensar de otra forma, que nuestro recuerdo permanezca siempre en los corazones de quienes son objeto de nuestra preocupación, de nuestro cariño, de nuestra atención, de nuestra ayuda, de nuestro verdadero amor por el prójimo.

Algún día rendiremos cuentas de nuestros actos. Mejor hacer las cosas bien y que no tengamos en nuestra conciencia ningún remordimiento cuando hayamos dejado este mundo, y tras de nosotros quedará la estela de las buenas acciones. Eso es lo que verdaderamente cuenta.