/ viernes 20 de julio de 2018

Persistencia de la intolerancia religiosa

Los conflictos provocados por la intolerancia religiosa a través de los tiempos pudieron haberse evitado si las personas y grupos intolerantes hubieran admitido en sus semejantes una manera de creer, de ser, y de pensar diferente a la de ellos.

Faltó en aquellos tiempos lo que sigue faltando en la época actual: una cultura de respeto, capaz de eliminar la intolerancia religiosa y las crueldades que este fenómeno genera en perjuicio de los grupos minoritarios, tales como la persecución y la represión en contra de quienes se atreven a profesar una fe distinta a la mayoritaria.

La inquisición, “producto de la intolerancia religiosa”, es la expresión más cruel de este fenómeno a lo largo de la Edad Media. Se estableció con el propósito de erradicar la herejía, considerada entonces como un crimen contra el Estado y sin derecho a existir según la mentalidad católica de la época, por lo que era necesario combatirla a fondo para preservar la “pureza” de las creencias a cualquier costo.

¿Sabe usted a qué se le llamaba “herejía” en aquel tiempo? Vayamos al significado original del término: “una creencia a la que se llega por uno mismo (en griego, hairesis, “elección propia”)”. Habrá que recordar que, hasta hace algunos años, la Iglesia numéricamente mayoritaria prohibía que las personas utilizaran su pensamiento para llegar por sí mismos a conclusiones religiosas. Cometía pecado de herejía quienes vertían sus propias ideas y, al hacerlo, contradecían los artículos del credo y de las tradiciones de la Iglesia romana.

En los tiempos de la inquisición, los herejes debían ser conducidos a la hoguera sin ninguna contemplación, en lugar de procurar la restauración de las personas y grupos disidentes. La función de la inquisición era descubrir, perseguir, juzgar y condenar a éstos, a diferencia de la Iglesia que Jesucristo fundó, en la que tanto él como sus santos apóstoles procuraron y se ocuparon de la rehabilitación de los extraviados, echando mano del ministerio de la reconciliación que Dios confirió a cada uno de ellos.

Una de las actividades de la Inquisición contra los cátaros, por ejemplo, fue intentar el exterminio de todos ellos, peinando sistemáticamente el Languedoc, la región donde los cátaros o albigenses –a los que Roma llamaba herejes– "crecieron más y captaron discípulos en todos los sectores de la sociedad, desde pastores de la montaña y pequeños agricultores a nobles de las tierras bajas y mercaderes urbanos", refiere Stephen O'shea en su libro Los cátaros: La herejía perfecta.

Sé que hay personas a las que les molesta que se hable de una intolerancia supuestamente ida y sin posibilidad de retorno; sin embargo, la intolerancia religiosa, aun sin la inquisición y sin las cruzadas de la Edad Media, sigue teniendo presencia dañina en el mundo. Ejemplo de esta afirmación es el intolerante incendio de tres iglesias cristianas en las últimas seis semanas por parte de extremistas hindúes en el estado de Tamil Nadu, en el sur de la India.

En México las cosas no están bien en la materia, más allá de las declaraciones de algunos pastores evangélicos, quienes afirman con candidez que, en San Juan Chamula, Chiapas, la región con más casos de intolerancia en México en las últimas décadas, la intolerancia religiosa llegó a su fin.

Lo único cierto es que este fenómeno, causante de dolor y muerte desde tiempos inmemoriales, necesita ser combatido más a fondo, independientemente de que su procedencia sea musulmana, católica o protestante. La denuncia mediática sirve, pero no es suficiente para erradicar este mal ancestral. Se necesita que los Estados apliquen las leyes y los instrumentos internacionales que han sido creados para el combate de la intolerancia y discriminación religiosa, males que, por bien de la humanidad, es necesario erradicar.


Twitter: @armayacastro


Los conflictos provocados por la intolerancia religiosa a través de los tiempos pudieron haberse evitado si las personas y grupos intolerantes hubieran admitido en sus semejantes una manera de creer, de ser, y de pensar diferente a la de ellos.

Faltó en aquellos tiempos lo que sigue faltando en la época actual: una cultura de respeto, capaz de eliminar la intolerancia religiosa y las crueldades que este fenómeno genera en perjuicio de los grupos minoritarios, tales como la persecución y la represión en contra de quienes se atreven a profesar una fe distinta a la mayoritaria.

La inquisición, “producto de la intolerancia religiosa”, es la expresión más cruel de este fenómeno a lo largo de la Edad Media. Se estableció con el propósito de erradicar la herejía, considerada entonces como un crimen contra el Estado y sin derecho a existir según la mentalidad católica de la época, por lo que era necesario combatirla a fondo para preservar la “pureza” de las creencias a cualquier costo.

¿Sabe usted a qué se le llamaba “herejía” en aquel tiempo? Vayamos al significado original del término: “una creencia a la que se llega por uno mismo (en griego, hairesis, “elección propia”)”. Habrá que recordar que, hasta hace algunos años, la Iglesia numéricamente mayoritaria prohibía que las personas utilizaran su pensamiento para llegar por sí mismos a conclusiones religiosas. Cometía pecado de herejía quienes vertían sus propias ideas y, al hacerlo, contradecían los artículos del credo y de las tradiciones de la Iglesia romana.

En los tiempos de la inquisición, los herejes debían ser conducidos a la hoguera sin ninguna contemplación, en lugar de procurar la restauración de las personas y grupos disidentes. La función de la inquisición era descubrir, perseguir, juzgar y condenar a éstos, a diferencia de la Iglesia que Jesucristo fundó, en la que tanto él como sus santos apóstoles procuraron y se ocuparon de la rehabilitación de los extraviados, echando mano del ministerio de la reconciliación que Dios confirió a cada uno de ellos.

Una de las actividades de la Inquisición contra los cátaros, por ejemplo, fue intentar el exterminio de todos ellos, peinando sistemáticamente el Languedoc, la región donde los cátaros o albigenses –a los que Roma llamaba herejes– "crecieron más y captaron discípulos en todos los sectores de la sociedad, desde pastores de la montaña y pequeños agricultores a nobles de las tierras bajas y mercaderes urbanos", refiere Stephen O'shea en su libro Los cátaros: La herejía perfecta.

Sé que hay personas a las que les molesta que se hable de una intolerancia supuestamente ida y sin posibilidad de retorno; sin embargo, la intolerancia religiosa, aun sin la inquisición y sin las cruzadas de la Edad Media, sigue teniendo presencia dañina en el mundo. Ejemplo de esta afirmación es el intolerante incendio de tres iglesias cristianas en las últimas seis semanas por parte de extremistas hindúes en el estado de Tamil Nadu, en el sur de la India.

En México las cosas no están bien en la materia, más allá de las declaraciones de algunos pastores evangélicos, quienes afirman con candidez que, en San Juan Chamula, Chiapas, la región con más casos de intolerancia en México en las últimas décadas, la intolerancia religiosa llegó a su fin.

Lo único cierto es que este fenómeno, causante de dolor y muerte desde tiempos inmemoriales, necesita ser combatido más a fondo, independientemente de que su procedencia sea musulmana, católica o protestante. La denuncia mediática sirve, pero no es suficiente para erradicar este mal ancestral. Se necesita que los Estados apliquen las leyes y los instrumentos internacionales que han sido creados para el combate de la intolerancia y discriminación religiosa, males que, por bien de la humanidad, es necesario erradicar.


Twitter: @armayacastro