/ lunes 22 de abril de 2024

¡No les voy a fallar!

No recuerdo la hora; quizá era el mediodía. Pero sí recuerdo el día; lo tengo bien grabado en la memoria; era el primero de diciembre de 2018.

Estaba en mi sillón siguiendo la transmisión que hacía la televisión de la ceremonia del cambio de poderes; veía entusiasmado como el pueblo había salido a las calles, una imagen similar a la que se repitió cuando la visita de Juan Pablo II y un poco menos con Benedicto XVI todos veíamos con mucha emoción el trayecto de un Volkswagen Jetta, color blanco, en el que sin guardaespaldas ni comitiva, en el asiento delantero iba el hombre que había ganado las elecciones y representaba la esperanza de México. Saludaba agitando sus manos, muy sonriente a cuanta gente había salido a las calles a vitorearlo, era el candidato triunfador en las elecciones, el presidente electo. Aquello era apoteósico.

Pocas calles le faltaban para llegar al recinto parlamentario para la ceremonia de la investidura que tanto había anhelado y se le aproximó un joven en bicicleta siguiendo la marcha del carro; nadie hizo el intento de apartarlo, ni falta que hacía; el pueblo estaba entregado totalmente. El grito del entusiasmado presidente electo era continuo: ¡No te voy a fallar! ... ¡No les voy a fallar!

La emoción me embargó, he de confesarlo. Pensé, que por fin México había retomado el rumbo; que finalmente habíamos acertado y llegaría al poder alguien que reivindicaría los derechos de la clase trabajadora, defendería las instituciones, lucharía contra la delincuencia, restablecería el orden, velaría por la observancia de la ley, pelearía con uñas y dientes por los más pobres, estimularía el proceso de industrialización, elevaría la producción agrícola y ganadera, fortalecería nuestra economía, acabaría con las desigualdades, lucharía por la justicia, pondría a nuestro país en el sitio que le correspondía en el concierto internacional de las naciones, una nación respetada y que fomentara el amor y la conciencia de la solidaridad internacional; que mejoraría nuestro sistema de salud; que velaría por el estricto cumplimiento de la Constitución y sus leyes reglamentarias. Su palabra era ley: ¡no les voy a fallar! Estaba dicho.

Pero… la esperanza fue vana. Pasaron ya cinco años y medio. Las cosas cambiaron drásticamente.

No veo ninguna transformación; esa esperanza tiene ahora otros propósitos; ahí tenemos esa captura de los ahorros de quienes han trabajado toda su vida para tenerlos; dejaron alma, corazón y vida, no le importó su pueblo; necesita de los más de 40 mil millones de pesos para administrarlos él, aun a costa del despojo a los legítimos propietarios de esos ahorros.

Las reformas a la ley de amparo son otro paso más al exterminio de las libertades y a la vulneración de los derechos del pueblo y eso es lo más reciente; repasemos lo que ha venido sucediendo a lo largo de estos cinco años y medio, en donde hay acusaciones pero no hay culpables; fraudes con obras del pasado sin sanciones; promesas falsas; peleados entre nosotros y desprestigiados internacionalmente; con una cifra espeluznante de muertos: 178,000 y contando; muertos por todos lados incluyendo del propio partido del que habita en un palacio mientras su pueblo vive con extrema carencia; un país tristemente dividido, encolerizado, viendo como cada vez se le muerden sus derechos y libertades.

Sigue habiendo un gobierno rico con un pueblo pobre.

La frase ¡No les voy a fallar! Resultó hueca; vana promesa, engaño; nos falló el hombre que era la esperanza de México. ¡No me vengan con que la ley es la ley! La esperanza fue fallida. La historia se encargará de juzgar a quien nos traicionó.

No recuerdo la hora; quizá era el mediodía. Pero sí recuerdo el día; lo tengo bien grabado en la memoria; era el primero de diciembre de 2018.

Estaba en mi sillón siguiendo la transmisión que hacía la televisión de la ceremonia del cambio de poderes; veía entusiasmado como el pueblo había salido a las calles, una imagen similar a la que se repitió cuando la visita de Juan Pablo II y un poco menos con Benedicto XVI todos veíamos con mucha emoción el trayecto de un Volkswagen Jetta, color blanco, en el que sin guardaespaldas ni comitiva, en el asiento delantero iba el hombre que había ganado las elecciones y representaba la esperanza de México. Saludaba agitando sus manos, muy sonriente a cuanta gente había salido a las calles a vitorearlo, era el candidato triunfador en las elecciones, el presidente electo. Aquello era apoteósico.

Pocas calles le faltaban para llegar al recinto parlamentario para la ceremonia de la investidura que tanto había anhelado y se le aproximó un joven en bicicleta siguiendo la marcha del carro; nadie hizo el intento de apartarlo, ni falta que hacía; el pueblo estaba entregado totalmente. El grito del entusiasmado presidente electo era continuo: ¡No te voy a fallar! ... ¡No les voy a fallar!

La emoción me embargó, he de confesarlo. Pensé, que por fin México había retomado el rumbo; que finalmente habíamos acertado y llegaría al poder alguien que reivindicaría los derechos de la clase trabajadora, defendería las instituciones, lucharía contra la delincuencia, restablecería el orden, velaría por la observancia de la ley, pelearía con uñas y dientes por los más pobres, estimularía el proceso de industrialización, elevaría la producción agrícola y ganadera, fortalecería nuestra economía, acabaría con las desigualdades, lucharía por la justicia, pondría a nuestro país en el sitio que le correspondía en el concierto internacional de las naciones, una nación respetada y que fomentara el amor y la conciencia de la solidaridad internacional; que mejoraría nuestro sistema de salud; que velaría por el estricto cumplimiento de la Constitución y sus leyes reglamentarias. Su palabra era ley: ¡no les voy a fallar! Estaba dicho.

Pero… la esperanza fue vana. Pasaron ya cinco años y medio. Las cosas cambiaron drásticamente.

No veo ninguna transformación; esa esperanza tiene ahora otros propósitos; ahí tenemos esa captura de los ahorros de quienes han trabajado toda su vida para tenerlos; dejaron alma, corazón y vida, no le importó su pueblo; necesita de los más de 40 mil millones de pesos para administrarlos él, aun a costa del despojo a los legítimos propietarios de esos ahorros.

Las reformas a la ley de amparo son otro paso más al exterminio de las libertades y a la vulneración de los derechos del pueblo y eso es lo más reciente; repasemos lo que ha venido sucediendo a lo largo de estos cinco años y medio, en donde hay acusaciones pero no hay culpables; fraudes con obras del pasado sin sanciones; promesas falsas; peleados entre nosotros y desprestigiados internacionalmente; con una cifra espeluznante de muertos: 178,000 y contando; muertos por todos lados incluyendo del propio partido del que habita en un palacio mientras su pueblo vive con extrema carencia; un país tristemente dividido, encolerizado, viendo como cada vez se le muerden sus derechos y libertades.

Sigue habiendo un gobierno rico con un pueblo pobre.

La frase ¡No les voy a fallar! Resultó hueca; vana promesa, engaño; nos falló el hombre que era la esperanza de México. ¡No me vengan con que la ley es la ley! La esperanza fue fallida. La historia se encargará de juzgar a quien nos traicionó.