/ lunes 27 de noviembre de 2023

Los mediadores


En 1984, Argentina y Chile, de no haber sido por la mediación del papa Juan Pablo II, hubieran tenido una confrontación bélica de gran envergadura por el asunto del Canal de Beagle; también el hoy Santo de la Iglesia Católica tuvo un importante papel en el conflicto social surgido en Polonia con el problema del sindicato Solidarnosk y Lech Walesa y sin duda representó un elemento definitivo en la caída del muro de Berlín en 1989 cuando llamó al diálogo a Margaret Tatcher, a Ronald Reagan y a Mihail Gorvachov y los puso en sintonía.

Incluso en cuestiones propias como la que se suscitó en 1929 llamada la “cuestión romana” y que culminó con el Concordato de Letrán el 11 de febrero de 1929 cuando Benito Mussolini y el Cardenal Pietro Gaspari que representaba en ese entonces a su Santidad el Papa Pío XI, suscribieron los acuerdos que conformaron definitivamente el Estado Vaticano, el papel del Papado fue definitivo.

Durante el pontificado de Juan Pablo II se realizaron 129 visitas a distintos países, incluido el nuestro en dos ocasiones, y su cercanía y participación para lograr la pacificación en conflictos internacionales es innegable. Ahí tenemos ejemplo claro en el conflicto entre Chile y Argentina.

En este caso el Vaticano contó con la buena disposición del entonces presidente Argentino Raúl Alfonsín y la eficaz participación del cardenal italiano Antonio Samoré pero nada hubiera sido posible sin la intervención decidida del sucesor de San Pedro para que se arreglaran las cosas entre esos dos países sudamericanos.

La doctrina social de la iglesia es el conjunto de enseñanzas morales en materia política, social, económica y familiar, y cobró auge cuando se publicó la Encíclica Rerum Novarum de Su Santidad León XIII en 1891, donde establece sus tres ejes principales: la solidaridad y justicia social, las relaciones pacíficas y armoniosas y la cooperación para el desarrollo.

La Doctrina Social de la Iglesia ha sido confirmada y reiterada al paso del tiempo. El Papa Juan Pablo II en “Centesimus Annus” publicada en 1991, decía que la doctrina social de la iglesia tiene además del valor de ser un instrumento de evangelización, el continente de los deberes del Estado en el ordenamiento de la sociedad tanto nacional como internacional, la vida económica, la guerra y la paz, así como el respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte.

Con ese bagaje, es imposible que los conflictos internacionales queden irresolutos por lo que la tarea, aun siendo ardua debe ser decidida. Tenemos hoy el triste caso de Ucrania y Rusia, y el de Hamás e Israel y la hasta hoy inocua participación del Vaticano con todo y la Doctrina Social de la Iglesia que es cuando más presencia debe tener y ya no como Iglesia en sí, sino como representante de un Estado libre y soberano surgido después del Concordato de Letrán y que representa una guía moral indiscutible para los pueblos del mundo gracias a esa dualidad.

En el conflicto de Israel y Hamás, Qatar y Egipto han sido los principales mediadores para lograr una pequeña tregua que permitió un intercambio de rehenes, un cese al fuego que facilitó la entrega de ayuda humanitaria, y aquí es donde se extraña la decidida participación del Estado Vaticano, como históricamente lo ha hecho, porque no se trata de una cuestión ni de evangelización ni de doctrina y mucho menos de ideología, sino de la misión consecuente de todos los jefes de Estado que deben velar por el bien propio de sus naciones y de la comunidad internacional. El Papa Francisco debiera ser más participativo en instar a la mediación y hacer un poco de lo que hizo con eficacia Juan Pablo II que logró la liberación de Polonia y la caída del Muro.

Uno de los precedentes históricos más importantes se produjo en el siglo XV cuando el papa Alejandro VI promulgó tres Bulas en 1493 y que puso fin con el Tratado de Tordesillas al conflicto entre Juan II de Portugal y los Reyes de Aragón y Castilla, Fernando e Isabel y que de paso terminó con el conflicto sucesorio del trono de Enrique IV entre la propia Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja.

La oración del Sumo Pontífice es valiosísima, pero sería más efectiva una participación como la que han tenido sus antecesores para lograr la paz en este mundo tan convulsionado.


En 1984, Argentina y Chile, de no haber sido por la mediación del papa Juan Pablo II, hubieran tenido una confrontación bélica de gran envergadura por el asunto del Canal de Beagle; también el hoy Santo de la Iglesia Católica tuvo un importante papel en el conflicto social surgido en Polonia con el problema del sindicato Solidarnosk y Lech Walesa y sin duda representó un elemento definitivo en la caída del muro de Berlín en 1989 cuando llamó al diálogo a Margaret Tatcher, a Ronald Reagan y a Mihail Gorvachov y los puso en sintonía.

Incluso en cuestiones propias como la que se suscitó en 1929 llamada la “cuestión romana” y que culminó con el Concordato de Letrán el 11 de febrero de 1929 cuando Benito Mussolini y el Cardenal Pietro Gaspari que representaba en ese entonces a su Santidad el Papa Pío XI, suscribieron los acuerdos que conformaron definitivamente el Estado Vaticano, el papel del Papado fue definitivo.

Durante el pontificado de Juan Pablo II se realizaron 129 visitas a distintos países, incluido el nuestro en dos ocasiones, y su cercanía y participación para lograr la pacificación en conflictos internacionales es innegable. Ahí tenemos ejemplo claro en el conflicto entre Chile y Argentina.

En este caso el Vaticano contó con la buena disposición del entonces presidente Argentino Raúl Alfonsín y la eficaz participación del cardenal italiano Antonio Samoré pero nada hubiera sido posible sin la intervención decidida del sucesor de San Pedro para que se arreglaran las cosas entre esos dos países sudamericanos.

La doctrina social de la iglesia es el conjunto de enseñanzas morales en materia política, social, económica y familiar, y cobró auge cuando se publicó la Encíclica Rerum Novarum de Su Santidad León XIII en 1891, donde establece sus tres ejes principales: la solidaridad y justicia social, las relaciones pacíficas y armoniosas y la cooperación para el desarrollo.

La Doctrina Social de la Iglesia ha sido confirmada y reiterada al paso del tiempo. El Papa Juan Pablo II en “Centesimus Annus” publicada en 1991, decía que la doctrina social de la iglesia tiene además del valor de ser un instrumento de evangelización, el continente de los deberes del Estado en el ordenamiento de la sociedad tanto nacional como internacional, la vida económica, la guerra y la paz, así como el respeto a la vida desde el momento de la concepción hasta la muerte.

Con ese bagaje, es imposible que los conflictos internacionales queden irresolutos por lo que la tarea, aun siendo ardua debe ser decidida. Tenemos hoy el triste caso de Ucrania y Rusia, y el de Hamás e Israel y la hasta hoy inocua participación del Vaticano con todo y la Doctrina Social de la Iglesia que es cuando más presencia debe tener y ya no como Iglesia en sí, sino como representante de un Estado libre y soberano surgido después del Concordato de Letrán y que representa una guía moral indiscutible para los pueblos del mundo gracias a esa dualidad.

En el conflicto de Israel y Hamás, Qatar y Egipto han sido los principales mediadores para lograr una pequeña tregua que permitió un intercambio de rehenes, un cese al fuego que facilitó la entrega de ayuda humanitaria, y aquí es donde se extraña la decidida participación del Estado Vaticano, como históricamente lo ha hecho, porque no se trata de una cuestión ni de evangelización ni de doctrina y mucho menos de ideología, sino de la misión consecuente de todos los jefes de Estado que deben velar por el bien propio de sus naciones y de la comunidad internacional. El Papa Francisco debiera ser más participativo en instar a la mediación y hacer un poco de lo que hizo con eficacia Juan Pablo II que logró la liberación de Polonia y la caída del Muro.

Uno de los precedentes históricos más importantes se produjo en el siglo XV cuando el papa Alejandro VI promulgó tres Bulas en 1493 y que puso fin con el Tratado de Tordesillas al conflicto entre Juan II de Portugal y los Reyes de Aragón y Castilla, Fernando e Isabel y que de paso terminó con el conflicto sucesorio del trono de Enrique IV entre la propia Isabel de Castilla y Juana la Beltraneja.

La oración del Sumo Pontífice es valiosísima, pero sería más efectiva una participación como la que han tenido sus antecesores para lograr la paz en este mundo tan convulsionado.