/ lunes 25 de marzo de 2024

La violación a la ley, norma vigente

El título de esta entrega para EL OCCIDENTAL suena contradictorio y les habrá hecho fruncir el ceño a más de alguno de mis estimados lectores. Pero les aseguro que le encontrarán sentido al título conforme avancen en su lectura.

Felipe López Rosado en su libro de Civismo III, que tal vez algunos de ustedes lo habrán llevado como texto en la Secundaria, decía que “una norma es como una horma, un modelo a seguir” y según tuvieran bilateralidad y coercibilidad, sobre todo esta última, se diferenciaban entre sí, en jurídicas, morales y sociales.

Así, las jurídicas son reglas de conducta bilaterales y coercitivas, de observancia obligatoria impuestas por el estado; las normas morales son las reglas de conducta que nos impone la conciencia y por tanto son unilaterales e incoercibles ya que nadie puede exigirnos su cumplimiento a no ser nosotros mismos; finalmente, las normas sociales son también reglas de conducta bilaterales pero incoercibles, ya que aunque son impuestas por la sociedad a través de los llamados convencionalismos sociales, carecen de la facultad coactiva del grupo social; si una persona no los cumple, es marginada por la sociedad pero no trasciende más a como una sanción corporal o pecuniaria que en cambio sí tienen las normas jurídicas cuando se transgreden.

El punto que tienen en común es que son reglas de conducta; todas son hormas o modelos para seguir y en el caso de las jurídicas, frente a la desobediencia del particular se encuentra el Estado que tiene el poder de hacerlas cumplir.

El artículo 87 de la Constitución Federal le impone la obligación al Presidente de la República de rendir su protesta de ley al asumir el cargo; es el compromiso de guardar y hacer guardar la constitución federal y las leyes que de ella emanen, mirando en todo por el bien y la prosperidad de la Nación; y es que se supone que es la máxima autoridad del país -jefe del ejecutivo- y tiene en su poder el mando absoluto a través de la fuerza -comandante supremo de las fuerzas armadas- por lo que es indiscutible su liderazgo y un ejemplo a seguir.

Pero cuando el jefe máximo es el primero que viola la ley, ¿con que cara puede exigir a sus gobernados que la cumplan? Uno de los muchos ejemplos que podría daros es la continuación de las obras del tren maya pese a una orden del poder judicial de la federación que ha ordenado su suspensión, pero puede más el poder del presidente que el peso de la ley y de la constitución que prometió cumplir y hacer cumplir.

Como un intento de justificación no puede esgrimirse el orden público, ni el bien común ni la utilidad social, y menos aún en térm in os legales que se tratase de lo que los romanos llamaban el fraudem legis agere porque el presidente ni respeta la letra de la ley y le viola su espíritu; en la entelequia del presidente, la violación de la ley se ha convertido en una norma vigente, cuando debiera ser el primero en poner el ejemplo y observarla y hacerla cumplir, en pocas palabras honrar su palabra.

Dijo que no talaría un solo árbol con motivo de las obras del tren maya y en cambio derribó ya más de siete millones de árboles; canceló el aeropuerto de Texcoco bajo el pretexto de un descomunal fraude sin que se haya encarcelado a nadie; compró una refinería en Texas y ordenó construir otra en Dos Bocas Tabasco, en medio de la inclinación mundial hacia el uso de las energías limpias; viola la ley electoral cada vez que le viene en gana; ofrecer abrazos a quienes violando la ley asedian poblaciones enteras; amenaza a quienes están en desacuerdo con su opinión; impone la censura periodística y muchas otras acciones e inacciones que son muestras de esa suerte de leitmotiv del presidente que como todo gira a su alrededor, es el centro de gravedad del país entero, y lo mismo dicta la agenda diaria, crea polémica, se pelea con España, le echa malo a la Corona Sueca, utiliza el atril mañanero con su lastimosa señorita Vilchis para llevar al patíbulo a periodistas incómodos, y una sarta más de acciones y pasiones impropias de un jefe de estado, que han ocasionado ya no solo la división entre los mexicanos, sino que la violación a las normas sea una constante y todo el mundo haga lo que se le venga en gana sin importar ni la existencia de la ley ni de la autoridad que exija su cumplimiento.

Y esto es lo más grave del caso, la violación constante y reiterada a las normas legales cuya observancia dimana de su propia obligatoriedad, y la creciente impunidad por la violación, que va dando pauta a que los ciudadanos hagamos lo mismo, y el orden se revierta, lo cual nos llevará a la aplicación en lo social de la teoría del caos y el efecto mariposa, un modelo matemático inspirado en un antiguo proverbio chino que decía que el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.

En otras palabras, el aleteo de las palabras y las acciones y las omisiones del presidente se pueden sentir en millones de corazones ciudadanos decepcionados de que su gobernante, su líder, sea el primero en poner el pésimo ejemplo de su incumplimiento y les es indiferente el cumplimiento o la observancia de la ley, convirtiendo a México en un país caótico, donde no pasa nada y si pasa no pasa nada, porque aquí todo el mundo es libre de hacer lo que quiera a costa de lo que sea y de quien sea, sin tener consecuencias.

Tremenda responsabilidad histórica llevará para siempre en sus hombros el señor presidente y triste será la memoria que tendremos de alguien que tuvo la oportunidad de transformar al País y todo quedó en un mal intento, en palabras vanas, llenas de mentira y de hipocresía. Vaya manera de desperdiciar tan excelente oportunidad de inscribir su nombre con letras de oro en las páginas de la historia, para quedar reducido en uno más que quiso emular a Luis XVI y ser una mala copia tropical de “El Estado soy yo.”

El título de esta entrega para EL OCCIDENTAL suena contradictorio y les habrá hecho fruncir el ceño a más de alguno de mis estimados lectores. Pero les aseguro que le encontrarán sentido al título conforme avancen en su lectura.

Felipe López Rosado en su libro de Civismo III, que tal vez algunos de ustedes lo habrán llevado como texto en la Secundaria, decía que “una norma es como una horma, un modelo a seguir” y según tuvieran bilateralidad y coercibilidad, sobre todo esta última, se diferenciaban entre sí, en jurídicas, morales y sociales.

Así, las jurídicas son reglas de conducta bilaterales y coercitivas, de observancia obligatoria impuestas por el estado; las normas morales son las reglas de conducta que nos impone la conciencia y por tanto son unilaterales e incoercibles ya que nadie puede exigirnos su cumplimiento a no ser nosotros mismos; finalmente, las normas sociales son también reglas de conducta bilaterales pero incoercibles, ya que aunque son impuestas por la sociedad a través de los llamados convencionalismos sociales, carecen de la facultad coactiva del grupo social; si una persona no los cumple, es marginada por la sociedad pero no trasciende más a como una sanción corporal o pecuniaria que en cambio sí tienen las normas jurídicas cuando se transgreden.

El punto que tienen en común es que son reglas de conducta; todas son hormas o modelos para seguir y en el caso de las jurídicas, frente a la desobediencia del particular se encuentra el Estado que tiene el poder de hacerlas cumplir.

El artículo 87 de la Constitución Federal le impone la obligación al Presidente de la República de rendir su protesta de ley al asumir el cargo; es el compromiso de guardar y hacer guardar la constitución federal y las leyes que de ella emanen, mirando en todo por el bien y la prosperidad de la Nación; y es que se supone que es la máxima autoridad del país -jefe del ejecutivo- y tiene en su poder el mando absoluto a través de la fuerza -comandante supremo de las fuerzas armadas- por lo que es indiscutible su liderazgo y un ejemplo a seguir.

Pero cuando el jefe máximo es el primero que viola la ley, ¿con que cara puede exigir a sus gobernados que la cumplan? Uno de los muchos ejemplos que podría daros es la continuación de las obras del tren maya pese a una orden del poder judicial de la federación que ha ordenado su suspensión, pero puede más el poder del presidente que el peso de la ley y de la constitución que prometió cumplir y hacer cumplir.

Como un intento de justificación no puede esgrimirse el orden público, ni el bien común ni la utilidad social, y menos aún en térm in os legales que se tratase de lo que los romanos llamaban el fraudem legis agere porque el presidente ni respeta la letra de la ley y le viola su espíritu; en la entelequia del presidente, la violación de la ley se ha convertido en una norma vigente, cuando debiera ser el primero en poner el ejemplo y observarla y hacerla cumplir, en pocas palabras honrar su palabra.

Dijo que no talaría un solo árbol con motivo de las obras del tren maya y en cambio derribó ya más de siete millones de árboles; canceló el aeropuerto de Texcoco bajo el pretexto de un descomunal fraude sin que se haya encarcelado a nadie; compró una refinería en Texas y ordenó construir otra en Dos Bocas Tabasco, en medio de la inclinación mundial hacia el uso de las energías limpias; viola la ley electoral cada vez que le viene en gana; ofrecer abrazos a quienes violando la ley asedian poblaciones enteras; amenaza a quienes están en desacuerdo con su opinión; impone la censura periodística y muchas otras acciones e inacciones que son muestras de esa suerte de leitmotiv del presidente que como todo gira a su alrededor, es el centro de gravedad del país entero, y lo mismo dicta la agenda diaria, crea polémica, se pelea con España, le echa malo a la Corona Sueca, utiliza el atril mañanero con su lastimosa señorita Vilchis para llevar al patíbulo a periodistas incómodos, y una sarta más de acciones y pasiones impropias de un jefe de estado, que han ocasionado ya no solo la división entre los mexicanos, sino que la violación a las normas sea una constante y todo el mundo haga lo que se le venga en gana sin importar ni la existencia de la ley ni de la autoridad que exija su cumplimiento.

Y esto es lo más grave del caso, la violación constante y reiterada a las normas legales cuya observancia dimana de su propia obligatoriedad, y la creciente impunidad por la violación, que va dando pauta a que los ciudadanos hagamos lo mismo, y el orden se revierta, lo cual nos llevará a la aplicación en lo social de la teoría del caos y el efecto mariposa, un modelo matemático inspirado en un antiguo proverbio chino que decía que el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo.

En otras palabras, el aleteo de las palabras y las acciones y las omisiones del presidente se pueden sentir en millones de corazones ciudadanos decepcionados de que su gobernante, su líder, sea el primero en poner el pésimo ejemplo de su incumplimiento y les es indiferente el cumplimiento o la observancia de la ley, convirtiendo a México en un país caótico, donde no pasa nada y si pasa no pasa nada, porque aquí todo el mundo es libre de hacer lo que quiera a costa de lo que sea y de quien sea, sin tener consecuencias.

Tremenda responsabilidad histórica llevará para siempre en sus hombros el señor presidente y triste será la memoria que tendremos de alguien que tuvo la oportunidad de transformar al País y todo quedó en un mal intento, en palabras vanas, llenas de mentira y de hipocresía. Vaya manera de desperdiciar tan excelente oportunidad de inscribir su nombre con letras de oro en las páginas de la historia, para quedar reducido en uno más que quiso emular a Luis XVI y ser una mala copia tropical de “El Estado soy yo.”