/ lunes 22 de enero de 2024

La razón de la sinrazón


Unos dicen que era de Carlos Sigüenza y Góngora, otros de Blas Pascal, unos más de Feliciano Da Silva también hay quien piensa que se debe a Miguel de Cervantes Saavedra, el Manco de Lepanto. “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra fermosura”.

Quien sea que la haya concebido, nos dejó un retruécano que la retórica permite reconstruir de manera diferente, tal y como lo corrobora la enciclopedia electrónica: “¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”

La razón, es la facultad del ser humano de pensar, reflexionar, discurrir, analizar los elementos de juicio existentes, antes de arribar a una conclusión; la razón implica libertad, espacios, tiempos. No podemos razonar bajo coacción o con la limitación que nos impone precisamente el tiempo y el espacio.

La inteligencia de obnubila, se nubla, se ofusca cuando no existe libertad. En la frase que da origen al título de mi columna de hoy, se esconde, ni duda cabe, el sentimiento más auténtico que tenemos los seres humanos: el amor.

El amor, el amor real, el verdadero, es auténtico, no entiende razones ni fundamentos, simplemente existe. Una vez uno de mis hijos me preguntó cómo podría saber si estaba enamorado. Mi respuesta fue simple: vas a sentir el amor cuando lo sientas.

Sí, parece una anfibología, una ambigüedad, una discordancia e incluso con respeto a los filólogos una suerte de cacofonía porque: “vas a sentir el amor cuando lo sientas” es una respuesta inadecuada a una pregunta precisa, pero no hay otra respuesta, el amor es un sentimiento que no se puede ocultar.

Luego sobreviene la siguiente cuestión que planteaba párrafos arriba: ¿siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Híjole. Está de pensarse la respuesta. Prima facie deberíamos ser auténticos, sinceros, que nuestras palabras concuerden con nuestras actitudes, con nuestras maneras de obrar, porque si no se dice lo que se siente, lo que se dice será hipócrita porque no es verdaderamente lo que se siente.

Cada uno tendrá su conclusión. Yo creo que con la debida prudencia, hay que decir lo que se siente, y sentir lo que se dice; actuar siempre con la fuerza de la razón, porque ésta nos permite hacer una reflexión a través de los procesos del pensamiento como son la concepción de la idea, la deliberación, la resolución y la ejecución, es decir, un pensamiento bien estructurado, que nos permite arribar a conclusiones además de verdaderas, válidas, y que nuestro silogismo sea concluyente, válido y verdadero.

Toda esta disertación viene a cuento por un mensaje que recibí en mi celular de parte de un estimado amigo, en el que hacía un recuento de la serie de periodistas, conductores de radio y televisión que aparentemente han sido despedidos en este sexenio por no concordar con las líneas de pensamiento editorial de sus empresas.

Se dice que no hay ya libertad de prensa. Yo, empleando la razón, la deducción lógica, y expresando lo que siento, bien consciente de ello, me atrevo a sostener que sí existe libertad de prensa, libertad de pensamiento; de hecho, la estoy disfrutando desde el momento en que escribí este artículo y en este momento en que usted lo está leyendo.

Podremos estar de acuerdo o en desacuerdo con nuestras políticas gubernamentales, pero al menos, en lo que a mí concierne, nunca, a lo largo de casi 50 años de escribir en periódicos y estar en los medios de comunicación, en la radio y en la televisión, nadie me ha dicho que escriba o no escriba, nadie me ha fijado línea, nadie me ha trazado una ruta editorial, nadie me ha ofrecido (ni yo aceptaría) alguna contraprestación por escribir o no escribir, decir o no decir algo.

Vivo con mi conciencia tranquila, y con la razón de mi quizá sinrazón, me atrevo a decir, repito, al menos en lo que a mí concierne que en este momento tenemos libertad de prensa, libertad de manifestar nuestras ideas, la libertad de expresión, que nos permite decir lo que sentimos, y sentir lo que decimos.

Gracias a mi querido y admirado señor Director Don Javier Valle Chávez por publicarme y permitirme el gozo y el placer, y por supuesto la honra de ver impreso mi hombre en mis artículos que me hace el favor de publicar en esta Casa Editorial de la cual orgullosamente formo parte como articulista. Muchas, muchas gracias sobre todo a usted que me hizo el favor de leer este artículo hasta el final.


Unos dicen que era de Carlos Sigüenza y Góngora, otros de Blas Pascal, unos más de Feliciano Da Silva también hay quien piensa que se debe a Miguel de Cervantes Saavedra, el Manco de Lepanto. “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de vuestra fermosura”.

Quien sea que la haya concebido, nos dejó un retruécano que la retórica permite reconstruir de manera diferente, tal y como lo corrobora la enciclopedia electrónica: “¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”

La razón, es la facultad del ser humano de pensar, reflexionar, discurrir, analizar los elementos de juicio existentes, antes de arribar a una conclusión; la razón implica libertad, espacios, tiempos. No podemos razonar bajo coacción o con la limitación que nos impone precisamente el tiempo y el espacio.

La inteligencia de obnubila, se nubla, se ofusca cuando no existe libertad. En la frase que da origen al título de mi columna de hoy, se esconde, ni duda cabe, el sentimiento más auténtico que tenemos los seres humanos: el amor.

El amor, el amor real, el verdadero, es auténtico, no entiende razones ni fundamentos, simplemente existe. Una vez uno de mis hijos me preguntó cómo podría saber si estaba enamorado. Mi respuesta fue simple: vas a sentir el amor cuando lo sientas.

Sí, parece una anfibología, una ambigüedad, una discordancia e incluso con respeto a los filólogos una suerte de cacofonía porque: “vas a sentir el amor cuando lo sientas” es una respuesta inadecuada a una pregunta precisa, pero no hay otra respuesta, el amor es un sentimiento que no se puede ocultar.

Luego sobreviene la siguiente cuestión que planteaba párrafos arriba: ¿siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Híjole. Está de pensarse la respuesta. Prima facie deberíamos ser auténticos, sinceros, que nuestras palabras concuerden con nuestras actitudes, con nuestras maneras de obrar, porque si no se dice lo que se siente, lo que se dice será hipócrita porque no es verdaderamente lo que se siente.

Cada uno tendrá su conclusión. Yo creo que con la debida prudencia, hay que decir lo que se siente, y sentir lo que se dice; actuar siempre con la fuerza de la razón, porque ésta nos permite hacer una reflexión a través de los procesos del pensamiento como son la concepción de la idea, la deliberación, la resolución y la ejecución, es decir, un pensamiento bien estructurado, que nos permite arribar a conclusiones además de verdaderas, válidas, y que nuestro silogismo sea concluyente, válido y verdadero.

Toda esta disertación viene a cuento por un mensaje que recibí en mi celular de parte de un estimado amigo, en el que hacía un recuento de la serie de periodistas, conductores de radio y televisión que aparentemente han sido despedidos en este sexenio por no concordar con las líneas de pensamiento editorial de sus empresas.

Se dice que no hay ya libertad de prensa. Yo, empleando la razón, la deducción lógica, y expresando lo que siento, bien consciente de ello, me atrevo a sostener que sí existe libertad de prensa, libertad de pensamiento; de hecho, la estoy disfrutando desde el momento en que escribí este artículo y en este momento en que usted lo está leyendo.

Podremos estar de acuerdo o en desacuerdo con nuestras políticas gubernamentales, pero al menos, en lo que a mí concierne, nunca, a lo largo de casi 50 años de escribir en periódicos y estar en los medios de comunicación, en la radio y en la televisión, nadie me ha dicho que escriba o no escriba, nadie me ha fijado línea, nadie me ha trazado una ruta editorial, nadie me ha ofrecido (ni yo aceptaría) alguna contraprestación por escribir o no escribir, decir o no decir algo.

Vivo con mi conciencia tranquila, y con la razón de mi quizá sinrazón, me atrevo a decir, repito, al menos en lo que a mí concierne que en este momento tenemos libertad de prensa, libertad de manifestar nuestras ideas, la libertad de expresión, que nos permite decir lo que sentimos, y sentir lo que decimos.

Gracias a mi querido y admirado señor Director Don Javier Valle Chávez por publicarme y permitirme el gozo y el placer, y por supuesto la honra de ver impreso mi hombre en mis artículos que me hace el favor de publicar en esta Casa Editorial de la cual orgullosamente formo parte como articulista. Muchas, muchas gracias sobre todo a usted que me hizo el favor de leer este artículo hasta el final.