Nuestra sociedad aglutina diversos conjuntos. Uno de ellos, es el de la clase política, mejor conocida como “los políticos”. Ese conjunto de personas, parte de nuestra sociedad, mantiene vínculos con las demás partes, pero se caracteriza por tener una singular forma de pensar, de interactuar y de relacionarse con los demás. De entrada, es un rasgo general que sientan una cierta superioridad, debido a su mayor influencia y capacidad de gestión, o en ocasiones por detentar autoridad y poder, o simplemente por su afán de control, de notoriedad, de marcar rumbo e influir en el destino de las personas.
Quizá por eso los políticos perciben diferente a la sociedad y se perciben diferentes a ellos mismos. Muchas veces se sienten queridos y aclamados cuando la realidad es que el pueblo los detesta y los evita. Ellos creen que son indispensables y útiles para la sociedad mientras que esta les reclama su falta de compromiso y de responsabilidad social. Con ayuda de la mercadotecnia política, de la propaganda, de la comunicación y de técnicas de control de masas, el político cuenta narrativas ganadoras, que intenta volver convincentes y expandirlas entre la población como verdades, como afirmaciones indubitables. La sociedad, cada vez más se ha vuelto repelente a las narrativas políticas, más críticos, más incrédulos, más exigentes y más demandantes contra los políticos.
Los políticos nos quieren sorprender. Con datos estadísticos, con maquillaje de cifras y de hechos, con historias llenas de medias verdades o hasta con perversiones que atentan contra las personas, abusando de su ignorancia o de su buena fe. Pero las cosas están cambiando. Lentamente, pero están cambiando. Ahora la sociedad ofrece mayor resistencia, ante la persuasión, la contrasuación. Responde a los engaños con mentiras, responde a los políticos diciéndole lo que quiere escuchar, pero en realidad ya no creen, ya no compran todos los espejitos, ya no agradecen ni otorgan lealtad ni sumisión como antaño.
Hoy, los políticos son engañados con elogios falsos, con promesas de voto y lealtad único que le han ofrecido también a otros adversarios. Ahora, el voto duro es marginal y enfrentamos la volatilidad de los compromisos, de las pertenencias, de las identidades y de los pactos de apoyo mutuos. Al cambiar de partidos, al romper las distancias ideológicas, al protagonizar rompimientos ideológicos que en principio enojan, luego confunden y después acaban por imitar, los electores, decepcionados de sus políticos, están dando la gran sorpresa a los políticos, que creían que tenían todo bajo su control.
Es en las urnas, al momento de ejercer el voto, cuando un elector cobra agravios y encuentra desquite de lo que el político les falló anteriormente. El voto oculto, el voto de castigo, son manifestaciones personales que los votantes usan el día de la jornada electoral para ajustar cuentas con los políticos. El voto útil, aquel que se carga a quien cercano a la elección parece capaz de ganar la elección, es una tercera manifestación del poder del elector. Las 3 son difíciles de calcular y de medir por las encuestas de opinión pública, toda vez que el encuestado aprendió a mentir al encuestados y a ocultar su verdadera intención del voto. Ante ello, no hay defensa. Parece que van bien, que son bien vistos… y el resultado, que proviene de los actos del candidato, de su partido o de su gobierno en turno, puede causar que se vean sorprendidos. Motivos hay y son de dominio popular, pero son difíciles de ver y de comprender para los políticos, que acaban por ser sorprendidos.