/ lunes 11 de diciembre de 2023

Crisis secular


Cuando cursé la secundaria, mi maestro de Historia, fanático de Ciro E. González Blackaller, supo infundir en mí el amor por esta materia. Recuerdo perfectamente como nos explicó las épocas identificadas como la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, perfectamente marcadas con acontecimientos y fechas como la fundación de Roma en el 476 antes de Cristo, la caída del imperio Romano en Constantinopla en 1453, La revolución Francesa de 1789, desde luego con los “interregnos” como la época de la Servidumbre y el Feudalismo, el Descubrimiento de América y la revolución Industrial.

Hoy día, la disrupción que ha experimentado la sociedad con el vertiginoso desarrollo de la ciencia nos ha colocado en una nueva etapa, la revolución tecnológica, enmarcada por la I.A. la Inteligencia artificial, capaz prácticamente de todo, menos de crear al hombre, que por ahora es un privilegio de la Divinidad, aunque para los cientificistas estamos a un paso de convertirnos en dioses y apoyan su postura por el indudable avance que significó la clonación tan famosa de la oveja Dolly en Edimburgo en el Instituto Roslin, aquel memorable 5 de julio de 1996. El hombre era capaz de generar la vida en un laboratorio, casi casi artificialmente y si se podía hacerlo con un mamífero inferior, el siguiente paso sería crear hombres iguales artificialmente, clones desprovistos de alma, como si fuera una novela distópica, tema de ciencia ficción.

Desde los orígenes mismos del hombre, pretendió explicar los fenómenos naturales como expresiones vivas de los Dioses que mostraban su júbilo o su sentimiento hacia los hombres desobedientes, mediante señales provenientes del cielo como los cometas o que brotaban del seno de la tierra como las erupciones volcánicas o los terremotos.

La necesidad de Dios ha sido innata en el ser humano. Las expresiones de adoración, veneración o devoción han sido diversas a lo largo de la historia de la humanidad y aunque siempre han existido sociedades teocéntricas, nunca ha faltado el grupo de ateos o los más moderados que son los agnósticos, incapaces de reconocer la existencia de un Dios o de afirmar su inexistencia, admitiendo la incapacidad y la fragilidad de la mente humana para aprehender a Dios.

Pero cuanto más avanza la exploración científica, el hombre se está olvidando de esa liga natural que ha tenido desde su origen mismo con un creador del universo; en estos tiempos todo se cuestiona o se niega; se deprimen los valores y nos estamos deshumanizando a pasos agigantados.

La filosofía del tanto tiene, tanto vale, es una muestra irrefutable de una sociedad materialista, consumista a mas no poder y que considera que la vida es una breve estancia en este mundo y que lo que realmente importa es lo material, cuando lo que debiéramos hacer es dejar de mirar al suelo para voltear los ojos al cielo.


Cuando cursé la secundaria, mi maestro de Historia, fanático de Ciro E. González Blackaller, supo infundir en mí el amor por esta materia. Recuerdo perfectamente como nos explicó las épocas identificadas como la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Edad Contemporánea, perfectamente marcadas con acontecimientos y fechas como la fundación de Roma en el 476 antes de Cristo, la caída del imperio Romano en Constantinopla en 1453, La revolución Francesa de 1789, desde luego con los “interregnos” como la época de la Servidumbre y el Feudalismo, el Descubrimiento de América y la revolución Industrial.

Hoy día, la disrupción que ha experimentado la sociedad con el vertiginoso desarrollo de la ciencia nos ha colocado en una nueva etapa, la revolución tecnológica, enmarcada por la I.A. la Inteligencia artificial, capaz prácticamente de todo, menos de crear al hombre, que por ahora es un privilegio de la Divinidad, aunque para los cientificistas estamos a un paso de convertirnos en dioses y apoyan su postura por el indudable avance que significó la clonación tan famosa de la oveja Dolly en Edimburgo en el Instituto Roslin, aquel memorable 5 de julio de 1996. El hombre era capaz de generar la vida en un laboratorio, casi casi artificialmente y si se podía hacerlo con un mamífero inferior, el siguiente paso sería crear hombres iguales artificialmente, clones desprovistos de alma, como si fuera una novela distópica, tema de ciencia ficción.

Desde los orígenes mismos del hombre, pretendió explicar los fenómenos naturales como expresiones vivas de los Dioses que mostraban su júbilo o su sentimiento hacia los hombres desobedientes, mediante señales provenientes del cielo como los cometas o que brotaban del seno de la tierra como las erupciones volcánicas o los terremotos.

La necesidad de Dios ha sido innata en el ser humano. Las expresiones de adoración, veneración o devoción han sido diversas a lo largo de la historia de la humanidad y aunque siempre han existido sociedades teocéntricas, nunca ha faltado el grupo de ateos o los más moderados que son los agnósticos, incapaces de reconocer la existencia de un Dios o de afirmar su inexistencia, admitiendo la incapacidad y la fragilidad de la mente humana para aprehender a Dios.

Pero cuanto más avanza la exploración científica, el hombre se está olvidando de esa liga natural que ha tenido desde su origen mismo con un creador del universo; en estos tiempos todo se cuestiona o se niega; se deprimen los valores y nos estamos deshumanizando a pasos agigantados.

La filosofía del tanto tiene, tanto vale, es una muestra irrefutable de una sociedad materialista, consumista a mas no poder y que considera que la vida es una breve estancia en este mundo y que lo que realmente importa es lo material, cuando lo que debiéramos hacer es dejar de mirar al suelo para voltear los ojos al cielo.