/ lunes 12 de febrero de 2024

Arranque de caballo fino

Cuando el Presidente de la República asumió su cargo, apenas en el mes de diciembre de 2018, anunció que realizaría un combate efectivo al huachicol y requería del apoyo de la población.

En aquel entonces no hablaba del pueblo; no, era "la población" (aún no empezaba su ponzoñoso proceso de desintegración social) y el apoyo solicitado no era otro que aguantar el enorme sacrificio que implicaría hacer largas filas en las gasolinerías a fin de repostar el tanque de los automóviles, porque el desabasto se presentaría casi de inmediato.

Para eso, y sin licitación despachó la adquisición de pipas para surtir el combustible en las estaciones de servicio, desplegó elementos de las fuerzas de seguridad agrupadas en la Guardia Nacional para vigilar los ductos, y dispuso la contratación inmediata de choferes para, por una parte, satisfacer la demanda de conductores de los vehículos que transportarían el combustible a las gasolinerías, y daría trabajo inmediato a mucha gente.

No solo eso, con esa política decidida y directa, ayudaría a empezar a sanear las finanzas de la empresa petrolera nacional, PEMEX, principal contribuyente del Gobierno.

Un inicio de gobierno a tambor batiente. Sembró muchas expectativas y la población aceptó gustosa la implementación de esa guerra no declarada contra los huachicoleros, más que nada por sumarse a los esfuerzos de quien había arribado a la presidencia como el punto de referencia de la verdadera esperanza de México.

El movimiento de regeneración nacional era un hecho, verdaderamente se estaba iniciando la cuarta transformación en la vida político-social del país, y todos nos sumamos a la causa.

Era impresionante ver las larguísimas filas de automovilistas que esperaban su turno para llenar sus tanques de combustible, no importaba que incluso se quedaran velando la noche anterior ni que los concesionarios les limitaran la venta del combustible, precisamente por la reducción considerable que se estaba experimentando en cuanto al surtido, y aunque no faltaba el prietito en el arroz por las consabidas discusiones o pequeñas riñas que se suscitaban cuando el infaltable gandalla se saltaba el lugar en la fila, todo transcurrió en orden y con la suma de todos se pondrían los cimientos de la verdadera transformación de nuestro país. Por fin llegaba alguien al poder, que acabaría con la corrupción, representada en este caso por el robo de combustible y su venta irregular.

No solo eso, hubo una cereza en el pastel: la promesa presidencial de que no habría mas "gasolinazos" es decir más aumentos bruscos en el precio de la gasolina, que no se subsidiaría, que la industria petroquímica permitiría el autoabastecimiento, se fortalecería la exportación, y lo mejor de lo mejor: la gasolina bajaría a 10 pesos el litro.

Parecía un sueño. Se convirtió en decepcionante pesadilla. Ni se acabó con el huachicol, ni se encarcelaron a los responsables, nunca se supo donde quedaron las pipas ni que pasó con los choferes contratados, todo quedó igual o peor, porque pronto, se produjo aquella explosión en el Estado de Hidalgo que aún sigue siendo una herida sangrante en la población de aquellos lares, y hace menos de una semana, el territorio Tonalteca es mudo testigo del engaño y la farsa. El huachicol sigue y quizá cada vez peor y todos los que tenemos un automóvil, cada vez que vamos a repostar el tanque, confirmamos que fuimos presas del engaño, la gasolina ni está a diez pesos ni aumentó su octanaje.

Arranque de caballo fino y andar de burro. Esa es, desgraciadamente, la realidad de la "cuarta transformación".

Cuando el Presidente de la República asumió su cargo, apenas en el mes de diciembre de 2018, anunció que realizaría un combate efectivo al huachicol y requería del apoyo de la población.

En aquel entonces no hablaba del pueblo; no, era "la población" (aún no empezaba su ponzoñoso proceso de desintegración social) y el apoyo solicitado no era otro que aguantar el enorme sacrificio que implicaría hacer largas filas en las gasolinerías a fin de repostar el tanque de los automóviles, porque el desabasto se presentaría casi de inmediato.

Para eso, y sin licitación despachó la adquisición de pipas para surtir el combustible en las estaciones de servicio, desplegó elementos de las fuerzas de seguridad agrupadas en la Guardia Nacional para vigilar los ductos, y dispuso la contratación inmediata de choferes para, por una parte, satisfacer la demanda de conductores de los vehículos que transportarían el combustible a las gasolinerías, y daría trabajo inmediato a mucha gente.

No solo eso, con esa política decidida y directa, ayudaría a empezar a sanear las finanzas de la empresa petrolera nacional, PEMEX, principal contribuyente del Gobierno.

Un inicio de gobierno a tambor batiente. Sembró muchas expectativas y la población aceptó gustosa la implementación de esa guerra no declarada contra los huachicoleros, más que nada por sumarse a los esfuerzos de quien había arribado a la presidencia como el punto de referencia de la verdadera esperanza de México.

El movimiento de regeneración nacional era un hecho, verdaderamente se estaba iniciando la cuarta transformación en la vida político-social del país, y todos nos sumamos a la causa.

Era impresionante ver las larguísimas filas de automovilistas que esperaban su turno para llenar sus tanques de combustible, no importaba que incluso se quedaran velando la noche anterior ni que los concesionarios les limitaran la venta del combustible, precisamente por la reducción considerable que se estaba experimentando en cuanto al surtido, y aunque no faltaba el prietito en el arroz por las consabidas discusiones o pequeñas riñas que se suscitaban cuando el infaltable gandalla se saltaba el lugar en la fila, todo transcurrió en orden y con la suma de todos se pondrían los cimientos de la verdadera transformación de nuestro país. Por fin llegaba alguien al poder, que acabaría con la corrupción, representada en este caso por el robo de combustible y su venta irregular.

No solo eso, hubo una cereza en el pastel: la promesa presidencial de que no habría mas "gasolinazos" es decir más aumentos bruscos en el precio de la gasolina, que no se subsidiaría, que la industria petroquímica permitiría el autoabastecimiento, se fortalecería la exportación, y lo mejor de lo mejor: la gasolina bajaría a 10 pesos el litro.

Parecía un sueño. Se convirtió en decepcionante pesadilla. Ni se acabó con el huachicol, ni se encarcelaron a los responsables, nunca se supo donde quedaron las pipas ni que pasó con los choferes contratados, todo quedó igual o peor, porque pronto, se produjo aquella explosión en el Estado de Hidalgo que aún sigue siendo una herida sangrante en la población de aquellos lares, y hace menos de una semana, el territorio Tonalteca es mudo testigo del engaño y la farsa. El huachicol sigue y quizá cada vez peor y todos los que tenemos un automóvil, cada vez que vamos a repostar el tanque, confirmamos que fuimos presas del engaño, la gasolina ni está a diez pesos ni aumentó su octanaje.

Arranque de caballo fino y andar de burro. Esa es, desgraciadamente, la realidad de la "cuarta transformación".