/ martes 19 de marzo de 2024

Cuento: Crónica de una pandemia; Girando en un abismo

Algunas personas perdían el gusto o el olfato; otras presentaban fuerte dolor en el pecho y dificultad para respirar hasta causarles la muerte. Pedían ayuda

Recuerdo que a mediados del 2020 los noticieros reflejaban una realidad muy cruda de la pandemia sobre todo en algunos países de América del Sur como Bolivia que en sólo una semana recogieron 420 cuerpos entre las casas y calles, esto se debió a un sistema de salud precario y rebasado. Cadáveres en las calles yacían sobre las banquetas como si siempre hubiesen formado parte del panorama urbano porque se tardaban horas o días en recogerlos.

Los familiares de los enfermos o desconocidos más empáticos pedían a gritos auxilio con desesperación. Personas débiles intentaban inhalar un poco de oxígeno mientras caminaban en búsqueda de alguna clínica u hospital más cercano, pero muchos de ellos desfallecían sin lograr asistencia cayendo sobre el asfalto rígido y pedregoso a unos cuantos metros de los centros de salud.

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Existían dos tipos de contagios, la gente enferma por el virus y otra que sólo era asintomática el cual se desarrollaba como su nombre lo indica sin síntomas pero sin saber que podían contagiar y por ende se propagó más rápido la enfermedad. Los indicios sobre los infectados podrían aparecer entre 2 a 14 días después de expuesto al virus y sus síntomas más frecuentes eran fiebre, tos, dolor de garganta, dolor de cabeza y cansancio, en algunas personas se podía perder el gusto o el olfato pero si se agravaba podría presentar dolor en el pecho y dificultad para respirar hasta la muerte. Los niños pasaban la enfermedad de forma más leve.

Aquí en México los hospitales estaban repletos de enfermos y el gobierno buscaba otros sitios para adecuarlos como hospitales destinados para atender más enfermos. Era aterrorizante ver cómo en otros países la asistencia médica y funeraria era deficiente lo que nos hacía pensar en el futuro incierto en nuestro país.

Se comenzó a saber que morían por falta de oxígeno, así que muchas personas comenzamos a comprar el famoso oxímetro y otros promovieron comprar tanques de oxígeno para los familiares enfermos que estaban en casa, pero ya habían escaseado por la alta demanda lo que también asustaba a la población.

El protocolo de entierro había cambiado debido a la enfermedad tanto en México como en otros países, dependiendo de la cultura y tradición de cada región. Los enfermos sentían como el oxígeno se hacía cada vez menos pese a estar intubados, rodeados de doctores y en una zona especial de Covid 19; su muerte era lenta, pero para sus seres queridos pasaba bastante rápido, de la noche a la mañana ya no estaban. Morían solos, sin ningún familiar para despedirse, fue devastador y nos llenaba de impotencia y terror.

En algunos casos los familiares podían ver el cuerpo siempre y cuando usaran un traje de protección, pero no podían besarlos ni tocarlos. Los cuerpos eran transportados en bolsas especiales y los ataúdes eran estrictamente sellados. Se recomendaba no celebrar funerales ni practicar necropsias. Los panteones estaban repletos y las cifras nunca fueron precisas porque se nos decía en los noticieros que otros habían muerto de pulmonía, pero a decir verdad siempre me quedó la duda sobre eso.

Era el 8 marzo del 2021. Llegaron al fin las primeras vacunas en mi ciudad para los adultos mayores. La gente se estaba formando desde un día anterior por la noche en una universidad privada de mi localidad, por lo cual nos formamos mi esposo y yo para guardarles lugar a mis padres y que ellos al día siguiente llegaran temprano para que los vacunaran. Pasamos ahí la noche sentados en unas sillas que nosotros llevamos y para no dormirnos íbamos por café y galletas a la tienda más cercana dejando el lugar apartado.

En realidad nuestra estadía ahí no fue nada del otro mundo pero creo que el mérito era el esfuerzo de evitar que nuestros adultos mayores hicieran largas filas bajo el calor del sol al día siguiente.

Finalmente lograron vacunarse y yo me sentí agradecida por eso, por ellos y por sus vidas pero lloré por los que no alcanzaron a vacunarse y que se nos adelantaron en el trayecto hacia la otra vida.

Después de varios meses los contagios comenzaron a bajar. A mis padres, mi hermano y mi cuñada al fin les pusieron la primera dosis de vacunación. Ahora había que esperar las reacciones físicas y la segunda dosis, así como las vacunas para los de mediana y corta edad ¿Cuándo sucederá? No lo sabíamos. La vida parecía tornarse un poco más amable, más hacía la normalidad en este nuevo año 2021.

Los científicos descubrieron que el virus se contagiaba en lugares cerrados y no por contagio de contacto directo lo que nos permitió poder salir solo a espacios abiertos como restaurantes, bares o cafés e incluso se volvían a hacer fiestas en terrazas con poca gente. Los comercios abrieron sus puertas con los debidos cuidados, incluso algunas personas habían regresado a sus trabajos y otras habían viajado por motivos de trabajo o placer en avión o autobús, pero siempre con cubrebocas. Las escuelas solo las privadas lo habían hecho para clases extracurriculares y algunas otras para dividir a los alumnos en días asignados. Mis hijas aún continuaban estudiando en casa, mi esposo y yo trabajando de igual manera confinados. En nuestro caso decidimos aplazar los planes de realizar un viaje al extranjero por precaución pero parientes y amigos ya lo habían hecho, algunos inevitablemente llegaron a contagiarse. Los casos se iban acercando más a nosotros. Hicimos nuestra primera reunión de noche en nuestra casa con dos parejas de amigos y sus hijos pequeños.

Toda la casa la teníamos ventilada y tratábamos de tener el cubrebocas todo el tiempo, pero era inevitable quitárnoslo ya sea para comer o porque nos agobiaba traerlo puesto todo el tiempo.

Una amiga me platicó por teléfono que sus suegros se habían enfermado. Su suegro logró recuperarse pero la señora no, murió sola en un frío cuarto de hospital sin poder respirar y sin despedirse de sus seres queridos.

No les permitieron velarla. Me sentí desconcertada, yo la conocí, era una persona amable y cariñosa con sus hijos y sus nietos. Mi corazón se sintió afligido por varios días, no lo pude evitar. Al año siguiente su marido no superó la pérdida y murió de tristeza.


Continuará...

Recuerdo que a mediados del 2020 los noticieros reflejaban una realidad muy cruda de la pandemia sobre todo en algunos países de América del Sur como Bolivia que en sólo una semana recogieron 420 cuerpos entre las casas y calles, esto se debió a un sistema de salud precario y rebasado. Cadáveres en las calles yacían sobre las banquetas como si siempre hubiesen formado parte del panorama urbano porque se tardaban horas o días en recogerlos.

Los familiares de los enfermos o desconocidos más empáticos pedían a gritos auxilio con desesperación. Personas débiles intentaban inhalar un poco de oxígeno mientras caminaban en búsqueda de alguna clínica u hospital más cercano, pero muchos de ellos desfallecían sin lograr asistencia cayendo sobre el asfalto rígido y pedregoso a unos cuantos metros de los centros de salud.

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Se comenzó a saber que morían por falta de oxígeno, así que muchas personas comenzamos a comprar el famoso oxímetro y otros promovieron comprar tanques de oxígeno para los familiares enfermos que estaban en casa, pero ya habían escaseado por la alta demanda lo que también asustaba a la población.

El protocolo de entierro había cambiado debido a la enfermedad tanto en México como en otros países, dependiendo de la cultura y tradición de cada región. Los enfermos sentían como el oxígeno se hacía cada vez menos pese a estar intubados, rodeados de doctores y en una zona especial de Covid 19; su muerte era lenta, pero para sus seres queridos pasaba bastante rápido, de la noche a la mañana ya no estaban. Morían solos, sin ningún familiar para despedirse, fue devastador y nos llenaba de impotencia y terror.

En algunos casos los familiares podían ver el cuerpo siempre y cuando usaran un traje de protección, pero no podían besarlos ni tocarlos. Los cuerpos eran transportados en bolsas especiales y los ataúdes eran estrictamente sellados. Se recomendaba no celebrar funerales ni practicar necropsias. Los panteones estaban repletos y las cifras nunca fueron precisas porque se nos decía en los noticieros que otros habían muerto de pulmonía, pero a decir verdad siempre me quedó la duda sobre eso.

Era el 8 marzo del 2021. Llegaron al fin las primeras vacunas en mi ciudad para los adultos mayores. La gente se estaba formando desde un día anterior por la noche en una universidad privada de mi localidad, por lo cual nos formamos mi esposo y yo para guardarles lugar a mis padres y que ellos al día siguiente llegaran temprano para que los vacunaran. Pasamos ahí la noche sentados en unas sillas que nosotros llevamos y para no dormirnos íbamos por café y galletas a la tienda más cercana dejando el lugar apartado.

En realidad nuestra estadía ahí no fue nada del otro mundo pero creo que el mérito era el esfuerzo de evitar que nuestros adultos mayores hicieran largas filas bajo el calor del sol al día siguiente.

Finalmente lograron vacunarse y yo me sentí agradecida por eso, por ellos y por sus vidas pero lloré por los que no alcanzaron a vacunarse y que se nos adelantaron en el trayecto hacia la otra vida.

Después de varios meses los contagios comenzaron a bajar. A mis padres, mi hermano y mi cuñada al fin les pusieron la primera dosis de vacunación. Ahora había que esperar las reacciones físicas y la segunda dosis, así como las vacunas para los de mediana y corta edad ¿Cuándo sucederá? No lo sabíamos. La vida parecía tornarse un poco más amable, más hacía la normalidad en este nuevo año 2021.

Los científicos descubrieron que el virus se contagiaba en lugares cerrados y no por contagio de contacto directo lo que nos permitió poder salir solo a espacios abiertos como restaurantes, bares o cafés e incluso se volvían a hacer fiestas en terrazas con poca gente. Los comercios abrieron sus puertas con los debidos cuidados, incluso algunas personas habían regresado a sus trabajos y otras habían viajado por motivos de trabajo o placer en avión o autobús, pero siempre con cubrebocas. Las escuelas solo las privadas lo habían hecho para clases extracurriculares y algunas otras para dividir a los alumnos en días asignados. Mis hijas aún continuaban estudiando en casa, mi esposo y yo trabajando de igual manera confinados. En nuestro caso decidimos aplazar los planes de realizar un viaje al extranjero por precaución pero parientes y amigos ya lo habían hecho, algunos inevitablemente llegaron a contagiarse. Los casos se iban acercando más a nosotros. Hicimos nuestra primera reunión de noche en nuestra casa con dos parejas de amigos y sus hijos pequeños.

Toda la casa la teníamos ventilada y tratábamos de tener el cubrebocas todo el tiempo, pero era inevitable quitárnoslo ya sea para comer o porque nos agobiaba traerlo puesto todo el tiempo.

Una amiga me platicó por teléfono que sus suegros se habían enfermado. Su suegro logró recuperarse pero la señora no, murió sola en un frío cuarto de hospital sin poder respirar y sin despedirse de sus seres queridos.

No les permitieron velarla. Me sentí desconcertada, yo la conocí, era una persona amable y cariñosa con sus hijos y sus nietos. Mi corazón se sintió afligido por varios días, no lo pude evitar. Al año siguiente su marido no superó la pérdida y murió de tristeza.


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