/ lunes 4 de marzo de 2024

Incertidumbres, crónica de una pandemia: Lo inexplicable

No quería ni imaginarme que mi hija estando lejos de mí enfermara también; especulaba que nadie la cuidaría mejor de que como yo lo haría

Durante el confinamiento, después de un mes de llamadas diarias cuando todo parecía que iba excelente, que mi vida por fin había cambiado y que tenía la esperanza que en cuanto terminara el confinamiento, que a decir verdad me parecía eterno, correría a buscar a mi hija Sofía para nuestro tan esperado reencuentro. Pensé que al fin algo de bueno había traído la pandemia a mi vida pero sucedió algo inexplicable.

Un día de repente Sofía mandó un mensaje a su hermana la mayor para decirle que no la buscáramos más que iba a eliminar a sus hermanas de todos sus contactos momentáneamente y que ella más tarde las buscaría; así lo hizo. Desapareció sin ninguna explicación, como si nunca hubiese ocurrido nada extraordinario, como si todo hubiese sido un hermoso sueño que duró unos minutos, se esfumó de nuestras vistas y de nuestras vidas sin ninguna explicación.

Te recomendamos:

Así como si hubiese sido un cuento inventado por mí misma para sobrevivir, seguir adelante y anestesiarme de nuevo para no sentir más dolor. Caí en depresión, el estómago comenzó a cobrarme factura y empecé a comer más de la cuenta. Acudí a terapia nuevamente pero ahora de forma virtual. Era extraño tanto para la psicóloga como para mí reunirnos de esa forma debido a que no nos habíamos visto desde que comenzó el Covid y según lo que ella me comentaba era fundamental para los terapeutas tener de físicamente presente a la persona para poder ver todo el lenguaje corporal y así sacar deducciones en base a eso.

Después de haber pasado el cumpleaños número 15 de Sofía todo vuelve a ser como antes, es decir, incierto. Otro evento más en la vida de mi hija en el que yo, su madre, no estaría presente. Festejar los quince años de una hija sería algo maravilloso sobre todo en mi cultura mexicana, pero tanto a ella como a nosotros se nos tenía prohibido hasta hablarle por teléfono para felicitarla.

Lloré y volví a cuestionar a Dios, como en tantas ocasiones lo había hecho, sobre todo en un principio ¿Y ahora qué? ¿Por qué a mí otra vez? ¿Qué me quieres enseñar? Y si es así ya suéltame no necesito que me enseñes más, ya te demostré que soy fuerte y que tengo una fe inquebrantable pero ya no más ¿Acaso te estás burlando de mí? Porque yo esperaría de alguien misericordioso como Él que mirara mi sufrimiento desde arriba y se apiadara de mí; pero, al contrario yo solo veía aquí en la tierra el famoso libre albedrío del padre de Sofía que lo ayudaba a salirse con la suya y sin ningún karma, feliz de la vida, sin ningún remordimiento caminando por esta tierra que es la mía donde yo nací pero donde estoy aquí deprimida sintiendo que no podría más, como quien está a punto de tirar la toalla y rendirse por completo. Obviamente no obtuve respuesta, por lo menos no en ese momento.

Sobre mi cama, después de haberme terminado la caja de pañuelos desechables de tanto llorar y moquear pensé “ese tipo no se va a salir con la suya, eso es justo lo que quiere, destruirme, verme así, tal cual estoy ahora pero no, no le daré el gusto, le demostraré que soy más fuerte que todo el daño que él me pueda ocasionar”. Así que me levanté de la cama, me unté desmaquillante en los ojos para quitar todo resto de rímel corrido, me lave la cara y moralmente me levanté de nuevo.

No quería ni imaginarme que mi hija estando lejos de mí enfermara también, especulaba que nadie la cuidaría mejor de que como yo lo haría. Trataba de ponerle buena cara a la vida, ver lo hermoso en las hijas que sí tenía a mi lado cuidándolas dándoles el amor que no le podía dar a Sofía y en las demostraciones de cariño que la vida me iba regalando en cada persona que tenía a mí lado o en cada amanecer respirando la vida.

Observaba en internet lo que hacían las personas de otros países para pasar la epidemia, por ejemplo: Quienes sabían tocar un instrumento salían a sus balcones a tocarlos simulando una gran orquesta musical como si fuese un concierto al aire libre pero eso sí, todos confinados.

La Navidad la pasamos en la playa, un lugar seguro con mucha ventilación como lo recomendaban los doctores y según los últimos estudios evitando aglomeraciones, espacios encerrados, pequeños y sin ventilación. Al parecer nos funcionó ya que en febrero se cumpliría un año de esta pandemia y afortunadamente no nos hemos enfermado ni yo ni mis familiares, pero hemos sabido de amigos o conocidos que sus seres queridos han estado muy graves o han fallecido lo que nos mantiene nerviosos e inseguros.

En Año Nuevo lo pasamos en casa de mis padres, éramos pocos en comparación de otros años donde la casa estaba a reventar de familiares y amigos. Tratábamos de dejar abiertas las puertas y ventanas pese al frío que hacía; salíamos y entrábamos de su terraza con frecuencia, nos subíamos y bajábamos el cubrebocas para platicar o comer.

Mi hermano y mi cuñada, doctores, decidieron no festejar con nosotros debido a que continuaban yendo a hospitales y querían evitar contagiarnos. Pasaron las festividades solos en su casa como muchas otras familias. Nos encontrábamos en el mes de enero del 2021, sumaban ya aproximadamente 125,000 muertos por Covid en la República Mexicana. Apenas habían comenzado a llegar las vacunas del Reino Unido y nuestro gobierno continuaba minimizando el problema.

Nos sentíamos muy afortunados porque continuábamos con salud y nuestra relación familiar y económica era estable, pero muchos conocidos tuvieron que cerrar sus negocios y reinventar su vida laboral a los tiempos difíciles que estábamos viviendo. Muchas personas comenzaron negocios nuevos. Algunos se inventaban productos como champús, cremas, jabones, velas o productos para la crisis como caretas, compraban por internet cubrebocas o hacían geles antibacteriales. A decir verdad, ahora la gente buscaba conectarse más con la naturaleza.

Y con lo que respecta a Sofi, mi amada hija pequeña, aún yo desconocía qué fue lo que la impulsó a desaparecer de nuestras vidas nuevamente y de manera tan abrupta, pero de lo que sí estaba segura era de que regresaría algún día y que yo como en todos estos años la seguiría amando y esperando, pero ahora hasta que ella por sí sola decidiera reencontrarse con nosotros durante o después de la pandemia. Continuará.

Durante el confinamiento, después de un mes de llamadas diarias cuando todo parecía que iba excelente, que mi vida por fin había cambiado y que tenía la esperanza que en cuanto terminara el confinamiento, que a decir verdad me parecía eterno, correría a buscar a mi hija Sofía para nuestro tan esperado reencuentro. Pensé que al fin algo de bueno había traído la pandemia a mi vida pero sucedió algo inexplicable.

Un día de repente Sofía mandó un mensaje a su hermana la mayor para decirle que no la buscáramos más que iba a eliminar a sus hermanas de todos sus contactos momentáneamente y que ella más tarde las buscaría; así lo hizo. Desapareció sin ninguna explicación, como si nunca hubiese ocurrido nada extraordinario, como si todo hubiese sido un hermoso sueño que duró unos minutos, se esfumó de nuestras vistas y de nuestras vidas sin ninguna explicación.

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Así como si hubiese sido un cuento inventado por mí misma para sobrevivir, seguir adelante y anestesiarme de nuevo para no sentir más dolor. Caí en depresión, el estómago comenzó a cobrarme factura y empecé a comer más de la cuenta. Acudí a terapia nuevamente pero ahora de forma virtual. Era extraño tanto para la psicóloga como para mí reunirnos de esa forma debido a que no nos habíamos visto desde que comenzó el Covid y según lo que ella me comentaba era fundamental para los terapeutas tener de físicamente presente a la persona para poder ver todo el lenguaje corporal y así sacar deducciones en base a eso.

Después de haber pasado el cumpleaños número 15 de Sofía todo vuelve a ser como antes, es decir, incierto. Otro evento más en la vida de mi hija en el que yo, su madre, no estaría presente. Festejar los quince años de una hija sería algo maravilloso sobre todo en mi cultura mexicana, pero tanto a ella como a nosotros se nos tenía prohibido hasta hablarle por teléfono para felicitarla.

Lloré y volví a cuestionar a Dios, como en tantas ocasiones lo había hecho, sobre todo en un principio ¿Y ahora qué? ¿Por qué a mí otra vez? ¿Qué me quieres enseñar? Y si es así ya suéltame no necesito que me enseñes más, ya te demostré que soy fuerte y que tengo una fe inquebrantable pero ya no más ¿Acaso te estás burlando de mí? Porque yo esperaría de alguien misericordioso como Él que mirara mi sufrimiento desde arriba y se apiadara de mí; pero, al contrario yo solo veía aquí en la tierra el famoso libre albedrío del padre de Sofía que lo ayudaba a salirse con la suya y sin ningún karma, feliz de la vida, sin ningún remordimiento caminando por esta tierra que es la mía donde yo nací pero donde estoy aquí deprimida sintiendo que no podría más, como quien está a punto de tirar la toalla y rendirse por completo. Obviamente no obtuve respuesta, por lo menos no en ese momento.

Sobre mi cama, después de haberme terminado la caja de pañuelos desechables de tanto llorar y moquear pensé “ese tipo no se va a salir con la suya, eso es justo lo que quiere, destruirme, verme así, tal cual estoy ahora pero no, no le daré el gusto, le demostraré que soy más fuerte que todo el daño que él me pueda ocasionar”. Así que me levanté de la cama, me unté desmaquillante en los ojos para quitar todo resto de rímel corrido, me lave la cara y moralmente me levanté de nuevo.

No quería ni imaginarme que mi hija estando lejos de mí enfermara también, especulaba que nadie la cuidaría mejor de que como yo lo haría. Trataba de ponerle buena cara a la vida, ver lo hermoso en las hijas que sí tenía a mi lado cuidándolas dándoles el amor que no le podía dar a Sofía y en las demostraciones de cariño que la vida me iba regalando en cada persona que tenía a mí lado o en cada amanecer respirando la vida.

Observaba en internet lo que hacían las personas de otros países para pasar la epidemia, por ejemplo: Quienes sabían tocar un instrumento salían a sus balcones a tocarlos simulando una gran orquesta musical como si fuese un concierto al aire libre pero eso sí, todos confinados.

La Navidad la pasamos en la playa, un lugar seguro con mucha ventilación como lo recomendaban los doctores y según los últimos estudios evitando aglomeraciones, espacios encerrados, pequeños y sin ventilación. Al parecer nos funcionó ya que en febrero se cumpliría un año de esta pandemia y afortunadamente no nos hemos enfermado ni yo ni mis familiares, pero hemos sabido de amigos o conocidos que sus seres queridos han estado muy graves o han fallecido lo que nos mantiene nerviosos e inseguros.

En Año Nuevo lo pasamos en casa de mis padres, éramos pocos en comparación de otros años donde la casa estaba a reventar de familiares y amigos. Tratábamos de dejar abiertas las puertas y ventanas pese al frío que hacía; salíamos y entrábamos de su terraza con frecuencia, nos subíamos y bajábamos el cubrebocas para platicar o comer.

Mi hermano y mi cuñada, doctores, decidieron no festejar con nosotros debido a que continuaban yendo a hospitales y querían evitar contagiarnos. Pasaron las festividades solos en su casa como muchas otras familias. Nos encontrábamos en el mes de enero del 2021, sumaban ya aproximadamente 125,000 muertos por Covid en la República Mexicana. Apenas habían comenzado a llegar las vacunas del Reino Unido y nuestro gobierno continuaba minimizando el problema.

Nos sentíamos muy afortunados porque continuábamos con salud y nuestra relación familiar y económica era estable, pero muchos conocidos tuvieron que cerrar sus negocios y reinventar su vida laboral a los tiempos difíciles que estábamos viviendo. Muchas personas comenzaron negocios nuevos. Algunos se inventaban productos como champús, cremas, jabones, velas o productos para la crisis como caretas, compraban por internet cubrebocas o hacían geles antibacteriales. A decir verdad, ahora la gente buscaba conectarse más con la naturaleza.

Y con lo que respecta a Sofi, mi amada hija pequeña, aún yo desconocía qué fue lo que la impulsó a desaparecer de nuestras vidas nuevamente y de manera tan abrupta, pero de lo que sí estaba segura era de que regresaría algún día y que yo como en todos estos años la seguiría amando y esperando, pero ahora hasta que ella por sí sola decidiera reencontrarse con nosotros durante o después de la pandemia. Continuará.

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