/ jueves 4 de enero de 2024

Los Hechos | ¿Para bien o para mal?

Ahora que se vinieron la Navidad y el Año Nuevo los comunicadores consideran que no está de más echar una ojeada a la manera en que se ha dado el desarrollo económico, social y cultural del país en que vivimos. Durante los últimos decenios un país que -perdón por la obviedad- forma parte del mundo, más bien de un hemisferio y en particular de un Continente. Ha habido bastantes cambios, aunque ciertamente no todos han sido para bien, aunque tampoco para todo mal.

Para empezar hemos tomado nota de que si bien el primer árbol de Navidad fue traído a México hace casi 200 años, hasta hace unos 70 u 80 no era plenamente aceptado en poblaciones pequeñas del país, donde los giros en las costumbres tardan un poquito más en incorporarse a la cultura popular. En ese entonces, el Nacimiento hecho de barro, con las figuras de Jesús, José y María, con los infaltables Reyes Magos, seguían siendo los más queridos por la gente.

Y lo mismo pasó con Santa Claus, que como sabemos vino del Norte y con tanto frío que hace en el Polo, tardó tiempo en adaptarse. El trineo se le atoraba en el empedrado.

Sucedió asimismo que lo que solían ser días de recogimiento y unidad hogareña, se ha trastocado en una feria de consumo, fiestas ruidosas, balazos al aire, presentación de shows de espectáculos juveniles y hasta reyertas entre los concurrentes.

Eso es en lo que trata solamente a estas fechas, porque en lo general ha habido una serie de modificaciones en que el mexicano se ha “agringado” en buena medida. Y esto se entiende, porque es el vecino país del Norte el que da la pauta en lo que se refiere a la conducción del continente en que ejerce su innegable hegemonía.

Las cadenas comerciales ya no son nacionales, sin principalmente extranjeras. Y en los bancos ha sucedido lo mismo, ya que han pasado a propiedad de empresas de otros países.

El uso del automóvil ha ido de la mano del progreso.

Los aparatos electrónicos se han vuelto indispensables. Los teléfonos celulares, las tablet y todo eso, no son solamente un lujo, sino una necesidad absoluta.

Tanto es así que por ejemplo, hay ciudades –como la nuestra- en que las autoridades obligan al automovilista a pagar a través de un celular el derecho a estacionarse en las calles, alentando de esta manera el consumismo y las dificultades para el contribuyente.

De la misma forma, se lamenta la eliminación de los teléfonos públicos, en que el usuario podía disfrutar del valioso servicio solamente insertando una moneda en la ranura del aparato. Ahora hay que comprar un teléfono celular “a chaleco”, porque el servicio público ha sido arrebatado a los ciudadanos. Millones están incomunicados.

Las computadoras son parte indispensable no únicamente de las oficinas, sino además de los hogares, donde no solamente hay una, sino dos o más.

Los niños ya no son bautizados sólo con los nombres de Pedro, Juan y Pablo, sino que abundan los Kevin, Bryan, Dylan y demás.

En fin esto es un cuento muy largo de contar, pero se entiende porque en el fondo es toda una historia. La historia del desarrollo cultural de un país que pertenece a un mundo, a un continente y a una corriente económico-ideológica de la que no se ha podido escapar. ¿Para bien o para mal? Pues para una cosa o para la otra; o tal vez para las dos, porque nuestro planeta sigue siendo el escenario de una dialéctica entre el bien y el mal.

Ahora que se vinieron la Navidad y el Año Nuevo los comunicadores consideran que no está de más echar una ojeada a la manera en que se ha dado el desarrollo económico, social y cultural del país en que vivimos. Durante los últimos decenios un país que -perdón por la obviedad- forma parte del mundo, más bien de un hemisferio y en particular de un Continente. Ha habido bastantes cambios, aunque ciertamente no todos han sido para bien, aunque tampoco para todo mal.

Para empezar hemos tomado nota de que si bien el primer árbol de Navidad fue traído a México hace casi 200 años, hasta hace unos 70 u 80 no era plenamente aceptado en poblaciones pequeñas del país, donde los giros en las costumbres tardan un poquito más en incorporarse a la cultura popular. En ese entonces, el Nacimiento hecho de barro, con las figuras de Jesús, José y María, con los infaltables Reyes Magos, seguían siendo los más queridos por la gente.

Y lo mismo pasó con Santa Claus, que como sabemos vino del Norte y con tanto frío que hace en el Polo, tardó tiempo en adaptarse. El trineo se le atoraba en el empedrado.

Sucedió asimismo que lo que solían ser días de recogimiento y unidad hogareña, se ha trastocado en una feria de consumo, fiestas ruidosas, balazos al aire, presentación de shows de espectáculos juveniles y hasta reyertas entre los concurrentes.

Eso es en lo que trata solamente a estas fechas, porque en lo general ha habido una serie de modificaciones en que el mexicano se ha “agringado” en buena medida. Y esto se entiende, porque es el vecino país del Norte el que da la pauta en lo que se refiere a la conducción del continente en que ejerce su innegable hegemonía.

Las cadenas comerciales ya no son nacionales, sin principalmente extranjeras. Y en los bancos ha sucedido lo mismo, ya que han pasado a propiedad de empresas de otros países.

El uso del automóvil ha ido de la mano del progreso.

Los aparatos electrónicos se han vuelto indispensables. Los teléfonos celulares, las tablet y todo eso, no son solamente un lujo, sino una necesidad absoluta.

Tanto es así que por ejemplo, hay ciudades –como la nuestra- en que las autoridades obligan al automovilista a pagar a través de un celular el derecho a estacionarse en las calles, alentando de esta manera el consumismo y las dificultades para el contribuyente.

De la misma forma, se lamenta la eliminación de los teléfonos públicos, en que el usuario podía disfrutar del valioso servicio solamente insertando una moneda en la ranura del aparato. Ahora hay que comprar un teléfono celular “a chaleco”, porque el servicio público ha sido arrebatado a los ciudadanos. Millones están incomunicados.

Las computadoras son parte indispensable no únicamente de las oficinas, sino además de los hogares, donde no solamente hay una, sino dos o más.

Los niños ya no son bautizados sólo con los nombres de Pedro, Juan y Pablo, sino que abundan los Kevin, Bryan, Dylan y demás.

En fin esto es un cuento muy largo de contar, pero se entiende porque en el fondo es toda una historia. La historia del desarrollo cultural de un país que pertenece a un mundo, a un continente y a una corriente económico-ideológica de la que no se ha podido escapar. ¿Para bien o para mal? Pues para una cosa o para la otra; o tal vez para las dos, porque nuestro planeta sigue siendo el escenario de una dialéctica entre el bien y el mal.