Antes que nada agradecer y elevar una oración por el bicampeonato obtenido, así fue el inicio del desfile del equipo Atlas ante sus miles de fieles seguidores que no esperaban más para festejar juntos esta hazaña que lograron ayer en el estadio de Pachuca, en Hidalgo.
En punto de las cuatro de la tarde todo los jugadores, directivos, cuerpo técnico y algunos familiares estaban a bordo del camión de dos plazas descubierto de la parte superior y desde donde los bicampeones saludaban a sus miles de seguidores que se apostaron a los lados de la Avenida Hidalgo, Calzada Independencia, Juárez, Vallarta y hasta llegar a la Glorieta de los Niños Héroes en donde el festejo fue en grande.
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En un lento caminar y en medio de un amplio dispositivo de seguridad la unidad se desplazó poco a poco y en el trayecto los cantos, las porras, los vivas y gritos eran más cálidos que los intensos rayos solares que al menor de las exposiciones dejaban huella en la piel.
Caras pintadas, banderas, playeras, sombreros y estandartes adornado en todo el camino de los jugadores, algunas playeras volaban desde la multitud para que los jugadores las firmaran, algunas se quedaban en el camino, la seguridad por momento fue rebasada por las más de 15 mil barristas y aficionados de los “Zorros” que abarrotaron las avenidas, pero la buena coordinación entre la seguridad privada, municipal, estatal y de la Fiscalía logró contener a los emocionados atlistas y no pasaba de algunos empujones y apachurrones en las bolitas que se armaban para tener la mejor foto, el saludo más cercano, sentir a sus ídolos.
Niños desde los tres años o en brazos hasta adultos mayores de 60 años se reunieron en una sola misión y unieron una sola voz para resaltar este triunfo de los rojinegros, algunos en los brazos de sus padres, otros sentados sobre los hombros pero mayoría de pie esperaban pacientes ver pasar a sus héroes quienes después de 70 años consiguieron no uno, sino dos campeonatos del futbol mexicano.
Pero no todo era felicidad, del otro lado de la moneda los miles de automovilistas que vieron truncado su camino a casa, para comer, para una reunión, para lo que fuera, cientos de unidades se quedaron atoradas en las calles, no pudieron seguir hasta que el contingente atlista superaba las calles cerradas y en donde los conductores resignados orillaban su autos y los apagaban a la espera de que se reanudara la circulación.
