/ sábado 21 de marzo de 2020

El Tranvía de los Recuerdos

Las compras en los mercados de antes

En aquellos años, cuando íbamos al mercado a comprar la fruta y la verdura, se acostumbraba llevar una canasta o una bolsa de ixtle para colocar lo que se iba comprando. Lo mismo era en el Corona, en Mexicantzingo, en San Juan de Dios, en el Cuarto Centenario, en el Alcalde. Por aquel entonces no existían los supermercados que vinieron a surgir en los años 60 y que serán materia de otro paseo por el Tranvía.

Bueno, en el mercado, los de los puestos se dirigían a los compradores con su ¿qué va a llevar marchantito? mire las calabacitas que verdes! las zanorias p'a la vista, los aguacates: que buenos, pura mantequilla! lleve su fruta, su verdura, pásele, pásele...

Unos y otros se disputaban al cliente; en medio de los gritos y la algarabía y en ese escenario de policromía de las frutas y verduras, en el pasillo se escuchaba un grito aún más fuerte: era de aquél que en un diablito llevaba unas cajas y se abría paso con un "ahí va el golpeee" y uno tenía que estar muy muy alerta para que no le fueran a dar un empellón o un buen golpe que créamelo dolía en el alma.

Era divertido ir al mercado. El regateo era la regla. No faltaba el pilón, que destrababa la oferta y la demanda.

No existían las bolsas de plástico. Lo que uno compraba y que era menudo era envuelto en un cucurucho de papel. Lo más grande como los jitomates, las cebollas o la fruta grande como sandías o papayas, eran vaciados en la bolsa o la canasta.

En la carnicería, le vendían a uno la manteca envuelta en un papel de estraza y también le ponían a uno la carne en pliegos más grandes. En el mercado de Mexicaltzingo, donde mis Padres iban a comprar, el huevo de despachaba por pieza y no por kilogramo; pieza por pieza era colocado frente a un foco y después de darle vuelta y vuelta lo ponían en una huevera de alambre que llevaba mi mamá siempre al mercado y cuando pregunté la razón del uso del foco me llenó de desencanto porque me dijo que lo hacía para ver si no veían los huevos con pollito y obviamente cuando iban colocándose uno a uno en la canastita de alambre veía como o tendría un pollito para jugar.

El pilón nunca faltaba. Permitía muchas veces terminar el regateo, con condiciones aparentemente favorables al cliente. Cuando el vendedor no quería bajarle al precio ofrecía el pilón, y le ponía una o dos guayabas de más, o un puño de chiles verdes o el eterno manojito de perejil o de cilantro y asunto arreglado.

La gente sabía sacar cuentas. Que esperanzas que se auxiliaran como ahora con las pequeñas calculadoras y solo cuando la compra tenía mucha mercancía se auxiliaban de un papelito donde iban anotando con un lápiz cada cosa con su precio.

Las operaciones matemáticas elementales y las tablas eran básicas para compradores y vendedores, sobre todo con las conversiones de los kilogramos por el precio ya que cuando era pesada la mercancía en aquellas balanzas de metal que también se usaban para vendernos la masa y las tortillas, que tenía dos perfiles metálicos con forma de pico de ave colocados frente a frente para observar el equilibrio y le ponían las pesitas metálicas, en la charolita siendo el peso de la mercancía una fracción como por ejemplo 450 gramos, y el kilo valía 25 pesos, tenían que sacar rápidamente la cuenta mentalmente para decir que eran 11 pesos con 25 centavos, una regla de tres simple pero que ahora no puede hacerse tan fácil porque tenemos que recurrir a la calculadora.

Claro, no faltaban los vivos que aparentemente sacando bien la cuenta le decían a uno el total al tanteo, pero como sí había gente instruida cuando aclaraban el monto exacto, si el error era del vendedor, lo compensaba con el clásico pilón, y si era del comprador, la frase póngase ojo de chícharo ponía fin al enredo.

En los mercados se podía saber quiénes eran buenos para las cuentas y también quienes no habían pasado aritmética con buenas notas.

Así eran las compras de antes en los viejos mercados de nuestra querida Guadalajara.

¡Hasta la próxima semana!

En aquellos años, cuando íbamos al mercado a comprar la fruta y la verdura, se acostumbraba llevar una canasta o una bolsa de ixtle para colocar lo que se iba comprando. Lo mismo era en el Corona, en Mexicantzingo, en San Juan de Dios, en el Cuarto Centenario, en el Alcalde. Por aquel entonces no existían los supermercados que vinieron a surgir en los años 60 y que serán materia de otro paseo por el Tranvía.

Bueno, en el mercado, los de los puestos se dirigían a los compradores con su ¿qué va a llevar marchantito? mire las calabacitas que verdes! las zanorias p'a la vista, los aguacates: que buenos, pura mantequilla! lleve su fruta, su verdura, pásele, pásele...

Unos y otros se disputaban al cliente; en medio de los gritos y la algarabía y en ese escenario de policromía de las frutas y verduras, en el pasillo se escuchaba un grito aún más fuerte: era de aquél que en un diablito llevaba unas cajas y se abría paso con un "ahí va el golpeee" y uno tenía que estar muy muy alerta para que no le fueran a dar un empellón o un buen golpe que créamelo dolía en el alma.

Era divertido ir al mercado. El regateo era la regla. No faltaba el pilón, que destrababa la oferta y la demanda.

No existían las bolsas de plástico. Lo que uno compraba y que era menudo era envuelto en un cucurucho de papel. Lo más grande como los jitomates, las cebollas o la fruta grande como sandías o papayas, eran vaciados en la bolsa o la canasta.

En la carnicería, le vendían a uno la manteca envuelta en un papel de estraza y también le ponían a uno la carne en pliegos más grandes. En el mercado de Mexicaltzingo, donde mis Padres iban a comprar, el huevo de despachaba por pieza y no por kilogramo; pieza por pieza era colocado frente a un foco y después de darle vuelta y vuelta lo ponían en una huevera de alambre que llevaba mi mamá siempre al mercado y cuando pregunté la razón del uso del foco me llenó de desencanto porque me dijo que lo hacía para ver si no veían los huevos con pollito y obviamente cuando iban colocándose uno a uno en la canastita de alambre veía como o tendría un pollito para jugar.

El pilón nunca faltaba. Permitía muchas veces terminar el regateo, con condiciones aparentemente favorables al cliente. Cuando el vendedor no quería bajarle al precio ofrecía el pilón, y le ponía una o dos guayabas de más, o un puño de chiles verdes o el eterno manojito de perejil o de cilantro y asunto arreglado.

La gente sabía sacar cuentas. Que esperanzas que se auxiliaran como ahora con las pequeñas calculadoras y solo cuando la compra tenía mucha mercancía se auxiliaban de un papelito donde iban anotando con un lápiz cada cosa con su precio.

Las operaciones matemáticas elementales y las tablas eran básicas para compradores y vendedores, sobre todo con las conversiones de los kilogramos por el precio ya que cuando era pesada la mercancía en aquellas balanzas de metal que también se usaban para vendernos la masa y las tortillas, que tenía dos perfiles metálicos con forma de pico de ave colocados frente a frente para observar el equilibrio y le ponían las pesitas metálicas, en la charolita siendo el peso de la mercancía una fracción como por ejemplo 450 gramos, y el kilo valía 25 pesos, tenían que sacar rápidamente la cuenta mentalmente para decir que eran 11 pesos con 25 centavos, una regla de tres simple pero que ahora no puede hacerse tan fácil porque tenemos que recurrir a la calculadora.

Claro, no faltaban los vivos que aparentemente sacando bien la cuenta le decían a uno el total al tanteo, pero como sí había gente instruida cuando aclaraban el monto exacto, si el error era del vendedor, lo compensaba con el clásico pilón, y si era del comprador, la frase póngase ojo de chícharo ponía fin al enredo.

En los mercados se podía saber quiénes eran buenos para las cuentas y también quienes no habían pasado aritmética con buenas notas.

Así eran las compras de antes en los viejos mercados de nuestra querida Guadalajara.

¡Hasta la próxima semana!

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