/ sábado 17 de febrero de 2018

Santa Cena histórica en Estados Unidos

Por Armando Maya Castro

El pasado 14 de febrero, más de cien mil fieles de la Iglesia La Luz del Mundo participaron solemnemente de la Santa Cena, una conmemoración esperada por los fieles de la Unión Americana y de la Zona Metropolitana de Guadalajara, así como de las naciones de África, Asia, Europa y Oceanía, quienes abarrotaron las instalaciones del Glen Helen, ubicado en la ciudad de San Bernardino, California.

La fiesta más grande de toda la tierra comenzó con un servicio de adoración la tarde-noche del pasado miércoles, en el transcurso del cual la multitud reunida engrandeció a Dios por sus misericordias, mientras esperaban el momento más anhelado del día: el ingreso triunfal del Apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García, quien también deseaba encontrarse con sus hijos e hijas.

Aunque los convidados a la Santa Cena actuaron con responsabilidad al prepararse espiritualmente en sus lugares de origen, sabían que el día 14 de febrero algo les faltaba aún: la oración de misericordia que proporcionaría a sus almas el toque final para obtener el nivel de santidad que les permitiera sentarse a la mesa como dignos participantes del banquete espiritual.

Cuando el esperado de los pueblos ingresó al Glen Helen, lo hizo con evidentes muestras de amor paternal hacia sus invitados, incluidos aquellos que llegaron a la Santa Cena cabizbajos por su situación espiritual. Al contemplarlo, el corazón de todos ellos se regocijó, esperando una mirada de ternura del Dios del cielo a través de su Enviado.

Fue entonces cuando la palabra de Dios comenzó a fluir con poder de sus labios, recordando a los oprimidos la misericordia que alcanzó el hijo pródigo cuando volvió humillado al hogar que tiempo atrás había dejado, llevándose la parte de los bienes que, según él, le correspondía. Mientras el hijo pródigo se humillaba al decir a su padre: “he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”, un padre amoroso se compadecía de él y ordenó ponerle el mejor vestido, anillo en su dedo y calzado en sus pies. Aquel padre también mandó a sus siervos: “traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”.

Con estas palabras, el Apóstol Naasón Joaquín hizo entender a los que llegaron sintiéndose indignos de participar, que el Padre celestial, fuente de toda misericordia, tendría también compasión de ellos, siempre y cuando reconocieran ante Él su pecado y tomaran la decisión de no ofenderle más.

A partir de ese momento, el Apóstol Naasón Joaquín expuso con sabiduría y poder de Dios el significado de la Santa Cena, establecida la noche en que el Señor Jesús expresó con intensidad: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta cena!

Explicó a un pueblo atento y participativo el propósito de Dios al establecer la Santa Cena. Apoyándose en la revelación, dijo a la multitud que en el desarrollo de la primera santa cena que menciona la Biblia no hubo ninguna transustanciación, ya que el pan y el vino, aunque comenzaron a representar el cuerpo y la sangre de Cristo por la potestad con que dichos elementos fueron bendecidos, no se transformaron en ningún momento en el mismo cuerpo y sangre de Jesús, ni dejaron de ser pan y vino.

En otro momento de su explicación, el Siervo de Dios señaló que la Santa Cena es una encomienda dada en exclusiva a sus santos apóstoles. Así que, cuando ese pan "es bendecido por su hermano Naasón -porque Cristo me ha dado esa facultad de bendecir el pan y la copa-, y al participar, somos un cuerpo en Cristo; es un mandamiento que dejó nuestro Señor Jesucristo: haced esto en memoria de mí".

Y añadió para gozo y regocijo de la Iglesia: "Ha llegado la hora esperada, de participar de la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo para perdón de los pecados, por la autoridad que Cristo me ha dado. Bendecir estos elementos es una acción divina, y al participar nos unimos al cuerpo de Cristo en perfecta comunión. Con reconocimiento celebramos la Santa Cena en memoria del sacrificio redentor de Jesucristo en favor de la humanidad".

Así transcurrió la noche del 14 de febrero, una noche de paz y de abundante bendición, en la que todo se hizo en memoria de Cristo: el servicio de adoración y las alabanzas alusivas al magno evento, entonadas por los orfeones y otros miembros de la Iglesia del Señor; el ungimiento de nuevos diáconos para el engrandecimiento de la Obra de Dios; el eficaz ejercicio de la autoridad apostólica; la bendición del pan y del vino por parte del Enviado de Dios, elementos que durante la celebración representaron el cuerpo y la sangre de Cristo; el edificante mensaje apostólico dirigido a los niños y jóvenes de la Iglesia; la piadosa repartición del pan y de la copa por parte de los pastores y diáconos que fueron invitados a Estados Unidos; la despedida y el abrazo fraterno en el transcurso de la misma. Todo, absolutamente todo se hizo en memoria de Cristo.

Twitter: @armayacastro

Por Armando Maya Castro

El pasado 14 de febrero, más de cien mil fieles de la Iglesia La Luz del Mundo participaron solemnemente de la Santa Cena, una conmemoración esperada por los fieles de la Unión Americana y de la Zona Metropolitana de Guadalajara, así como de las naciones de África, Asia, Europa y Oceanía, quienes abarrotaron las instalaciones del Glen Helen, ubicado en la ciudad de San Bernardino, California.

La fiesta más grande de toda la tierra comenzó con un servicio de adoración la tarde-noche del pasado miércoles, en el transcurso del cual la multitud reunida engrandeció a Dios por sus misericordias, mientras esperaban el momento más anhelado del día: el ingreso triunfal del Apóstol de Jesucristo Naasón Joaquín García, quien también deseaba encontrarse con sus hijos e hijas.

Aunque los convidados a la Santa Cena actuaron con responsabilidad al prepararse espiritualmente en sus lugares de origen, sabían que el día 14 de febrero algo les faltaba aún: la oración de misericordia que proporcionaría a sus almas el toque final para obtener el nivel de santidad que les permitiera sentarse a la mesa como dignos participantes del banquete espiritual.

Cuando el esperado de los pueblos ingresó al Glen Helen, lo hizo con evidentes muestras de amor paternal hacia sus invitados, incluidos aquellos que llegaron a la Santa Cena cabizbajos por su situación espiritual. Al contemplarlo, el corazón de todos ellos se regocijó, esperando una mirada de ternura del Dios del cielo a través de su Enviado.

Fue entonces cuando la palabra de Dios comenzó a fluir con poder de sus labios, recordando a los oprimidos la misericordia que alcanzó el hijo pródigo cuando volvió humillado al hogar que tiempo atrás había dejado, llevándose la parte de los bienes que, según él, le correspondía. Mientras el hijo pródigo se humillaba al decir a su padre: “he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”, un padre amoroso se compadecía de él y ordenó ponerle el mejor vestido, anillo en su dedo y calzado en sus pies. Aquel padre también mandó a sus siervos: “traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”.

Con estas palabras, el Apóstol Naasón Joaquín hizo entender a los que llegaron sintiéndose indignos de participar, que el Padre celestial, fuente de toda misericordia, tendría también compasión de ellos, siempre y cuando reconocieran ante Él su pecado y tomaran la decisión de no ofenderle más.

A partir de ese momento, el Apóstol Naasón Joaquín expuso con sabiduría y poder de Dios el significado de la Santa Cena, establecida la noche en que el Señor Jesús expresó con intensidad: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta cena!

Explicó a un pueblo atento y participativo el propósito de Dios al establecer la Santa Cena. Apoyándose en la revelación, dijo a la multitud que en el desarrollo de la primera santa cena que menciona la Biblia no hubo ninguna transustanciación, ya que el pan y el vino, aunque comenzaron a representar el cuerpo y la sangre de Cristo por la potestad con que dichos elementos fueron bendecidos, no se transformaron en ningún momento en el mismo cuerpo y sangre de Jesús, ni dejaron de ser pan y vino.

En otro momento de su explicación, el Siervo de Dios señaló que la Santa Cena es una encomienda dada en exclusiva a sus santos apóstoles. Así que, cuando ese pan "es bendecido por su hermano Naasón -porque Cristo me ha dado esa facultad de bendecir el pan y la copa-, y al participar, somos un cuerpo en Cristo; es un mandamiento que dejó nuestro Señor Jesucristo: haced esto en memoria de mí".

Y añadió para gozo y regocijo de la Iglesia: "Ha llegado la hora esperada, de participar de la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo para perdón de los pecados, por la autoridad que Cristo me ha dado. Bendecir estos elementos es una acción divina, y al participar nos unimos al cuerpo de Cristo en perfecta comunión. Con reconocimiento celebramos la Santa Cena en memoria del sacrificio redentor de Jesucristo en favor de la humanidad".

Así transcurrió la noche del 14 de febrero, una noche de paz y de abundante bendición, en la que todo se hizo en memoria de Cristo: el servicio de adoración y las alabanzas alusivas al magno evento, entonadas por los orfeones y otros miembros de la Iglesia del Señor; el ungimiento de nuevos diáconos para el engrandecimiento de la Obra de Dios; el eficaz ejercicio de la autoridad apostólica; la bendición del pan y del vino por parte del Enviado de Dios, elementos que durante la celebración representaron el cuerpo y la sangre de Cristo; el edificante mensaje apostólico dirigido a los niños y jóvenes de la Iglesia; la piadosa repartición del pan y de la copa por parte de los pastores y diáconos que fueron invitados a Estados Unidos; la despedida y el abrazo fraterno en el transcurso de la misma. Todo, absolutamente todo se hizo en memoria de Cristo.

Twitter: @armayacastro