/ lunes 15 de enero de 2024

'El árbol que quería libertad', un cuento para apreciar las diferencias

“Me he inspirado en fotografías de Ansel Adams, un fotógrafo comprometido con la naturaleza"

Al observar las pinturas del famoso artista alemán del Romanticismo Caspar David Fiedrich (1774­1840) siempre me han provocado una especie de melancolía y misterio, pero son de extraordinaria belleza las cuales me han cautivado e hipnotizado; atraen con tan solo mirarlas, sobre todo aquellos árboles que traza con tal libertad que parecería que tienen vida propia.

He visto árboles torcidos en varios de mis viajes y hasta en algunos de los parques de mi localidad, son cuidados con tal sigilo y preocupación al resto de los demás. En muchas ocasiones son acordonados o hasta delimitados por alguna reja para no ser dañados por los visitantes por ser considerados únicos y de belleza distinta, ahí es donde radica su hermosura en sus ramas o troncos torcidos.

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Por ello es que me he inspirado en fotografías de Ansel Adams (1902­1984), un fotógrafo comprometido con la naturaleza o en pinturas como las de Caspar David Fiedrich para escribir este corto cuento sobre los árboles torcidos reflexionando sobre la vida misma: Un día un niño y su padre fueron a visitar en verano un campo de nogales que tenía la familia paterna. La emoción de experimentar una aventura en un clima caluroso tenía al niño ilusionado.

Observaba cada árbol y deseaba trepar alguno de ellos para subirse y sentarse sobre una rama, así como sus primos solían hacerlo cuando iban todos a la plantación. Sin embargo, su padre le impidió hacerlo por su corta edad. De pronto a lo lejos vio que uno de los árboles se salía del marco de la plantación. Sus hojas y sus ramas se encontraban volteadas hacia un costado, no hacia arriba como los demás árboles. Estaba completamente torcido, como en búsqueda de una forma de vivir distinta.

El niño lo observaba, le daba la vuelta y con pensamiento curioso decidió preguntarle a su padre por qué el árbol había adquirido esa forma tan peculiar. El padre le contó que había tomado aquella abstracta forma porque ese árbol desde pequeño era rebelde; por más que lo quisieron enderezar el nogal nunca se alineó, él buscaba la manera de crecer con libertad.

“Escucha bien hijo, un día una tormenta con un viento tan fuerte llegó, derribó a muchos árboles de la plantación que parecían fuertes pero su misma inflexibilidad los derribó y perecieron, pero este sobrevivió gracias a su tronco flexible y el viento lo torció dándole esa forma libre”.

Su hijo asombrado con la historia acarició una de las ramas y pensó que ese árbol que parecía débil frente a todos sus compañeros, en realidad no lo era, que tuvo que pasar por tanto sufrimiento para llegar a hacer lo que era ahora. El padre le preguntó a su hijo qué pensaba sobre ese árbol, si creía que ahora debía derribarlo porque había perdido su forma y porque ya no servía más al cuadro de árboles; su hijo indignado le suplicó que no lo hiciera, que así con sus formas era bello entre todos los demás y a los ojos de aquel que lo apreciara.

Se inspiró en las fotos del reconocido Ansel Adams. Foto. Cortesía Ansel-Adams

Entonces el padre satisfecho con la respuesta le dijo que lo dejaría vivir porque era fuerte y daba buenas nueces, así como le daba un aspecto muy especial al campo; le explicó que su belleza radicaba en su historia y que pese a ser distinto a los demás continuaba dando frutos buenos a la vida. Lo que lo hacía aún más importante era la entereza con la que no se dejó vencer por las inclemencias; se dejó fluir con cada ráfaga de viento que lo deseaba romper hasta convertirlo en un árbol único e irrepetible. Le confesó que ese árbol existía desde que él era pequeño y que esa misma historia se la contó su abuelo para reflexionar sobre la vida.

Al día siguiente regresaron a recorrer los caminos de la nogalera y el niño vio a lo lejos un roble, era el árbol más grande y frondoso del lugar; su tronco tenía una gran circunferencia, la sombra que ofrecía en la loma era sin igual, el viento que soplaba no lo movía ni un poquito, solo por aquellas hojas que mostraban su belleza impasible y perpetua.

Entonces el hijo volvió a preguntar que si ese roble había sufrido algún daño con las pasadas tormentas como el nogal que vieron el día anterior porque lo veía intacto, el padre le contestó que no y el niño comentó: “seguramente los nogales han de envidiar al roble por su fuerza y su magnificencia” y el padre le contestó: “no lo creo hijo, la naturaleza no es como los humanos, ellos no se envidian entre sí, solo se aprecian, reconocen sus fortalezas y sus debilidades, nadie es más y nadie es menos, ellos no se la pasan deseando ser como el gran roble y si el roble no fue derribado o no sufrió algún daño con las tormentas no fue por su mucha o poca flexibilidad, claro está, sino por su distinta capacidad de afrontar las tempestades”.

El niño reflexionó y preguntó: ¡Ah ya entiendo!, es como las rosas ¿no? Que ellas tienen espinas, como lo que una vez me explicaste. Así es. Las rosas tienen espinas para protegerse, pero también para que crezcan flores, esa es su naturaleza y aunque parezcan agresivas y filosas tienen una función. Por lo que ellas no pueden ser como los árboles por más que lo deseen y se empeñen en serlo están conformes con lo que son, con lo que la naturaleza les regaló, no pretenden ser iguales o más que otras especies de plantas. Así tú nunca debes de compararte o afligirte por ser como otro niño, tú tienes tus propias virtudes y tus propios talentos, acéptalos, úsalos y agradécelos.

Debemos de vernos entre los humanos como observamos la naturaleza, solo la apreciamos, no juzgamos qué árbol o qué flor tiene sus frutos o ramas más grandes o más frondosas, solo las aceptamos tal cuales son, con sus defectos o virtudes. El niño razonó sobre las enseñanzas de su padre, feliz corrió hacia aquel roble de impasible belleza para disfrutar de su sombra y sentir con un abrazo la corteza de su tronco rústico de antaño. Aquel día viviría en la memoria de su hijo para siempre.

Al observar las pinturas del famoso artista alemán del Romanticismo Caspar David Fiedrich (1774­1840) siempre me han provocado una especie de melancolía y misterio, pero son de extraordinaria belleza las cuales me han cautivado e hipnotizado; atraen con tan solo mirarlas, sobre todo aquellos árboles que traza con tal libertad que parecería que tienen vida propia.

He visto árboles torcidos en varios de mis viajes y hasta en algunos de los parques de mi localidad, son cuidados con tal sigilo y preocupación al resto de los demás. En muchas ocasiones son acordonados o hasta delimitados por alguna reja para no ser dañados por los visitantes por ser considerados únicos y de belleza distinta, ahí es donde radica su hermosura en sus ramas o troncos torcidos.

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Por ello es que me he inspirado en fotografías de Ansel Adams (1902­1984), un fotógrafo comprometido con la naturaleza o en pinturas como las de Caspar David Fiedrich para escribir este corto cuento sobre los árboles torcidos reflexionando sobre la vida misma: Un día un niño y su padre fueron a visitar en verano un campo de nogales que tenía la familia paterna. La emoción de experimentar una aventura en un clima caluroso tenía al niño ilusionado.

Observaba cada árbol y deseaba trepar alguno de ellos para subirse y sentarse sobre una rama, así como sus primos solían hacerlo cuando iban todos a la plantación. Sin embargo, su padre le impidió hacerlo por su corta edad. De pronto a lo lejos vio que uno de los árboles se salía del marco de la plantación. Sus hojas y sus ramas se encontraban volteadas hacia un costado, no hacia arriba como los demás árboles. Estaba completamente torcido, como en búsqueda de una forma de vivir distinta.

El niño lo observaba, le daba la vuelta y con pensamiento curioso decidió preguntarle a su padre por qué el árbol había adquirido esa forma tan peculiar. El padre le contó que había tomado aquella abstracta forma porque ese árbol desde pequeño era rebelde; por más que lo quisieron enderezar el nogal nunca se alineó, él buscaba la manera de crecer con libertad.

“Escucha bien hijo, un día una tormenta con un viento tan fuerte llegó, derribó a muchos árboles de la plantación que parecían fuertes pero su misma inflexibilidad los derribó y perecieron, pero este sobrevivió gracias a su tronco flexible y el viento lo torció dándole esa forma libre”.

Su hijo asombrado con la historia acarició una de las ramas y pensó que ese árbol que parecía débil frente a todos sus compañeros, en realidad no lo era, que tuvo que pasar por tanto sufrimiento para llegar a hacer lo que era ahora. El padre le preguntó a su hijo qué pensaba sobre ese árbol, si creía que ahora debía derribarlo porque había perdido su forma y porque ya no servía más al cuadro de árboles; su hijo indignado le suplicó que no lo hiciera, que así con sus formas era bello entre todos los demás y a los ojos de aquel que lo apreciara.

Se inspiró en las fotos del reconocido Ansel Adams. Foto. Cortesía Ansel-Adams

Entonces el padre satisfecho con la respuesta le dijo que lo dejaría vivir porque era fuerte y daba buenas nueces, así como le daba un aspecto muy especial al campo; le explicó que su belleza radicaba en su historia y que pese a ser distinto a los demás continuaba dando frutos buenos a la vida. Lo que lo hacía aún más importante era la entereza con la que no se dejó vencer por las inclemencias; se dejó fluir con cada ráfaga de viento que lo deseaba romper hasta convertirlo en un árbol único e irrepetible. Le confesó que ese árbol existía desde que él era pequeño y que esa misma historia se la contó su abuelo para reflexionar sobre la vida.

Al día siguiente regresaron a recorrer los caminos de la nogalera y el niño vio a lo lejos un roble, era el árbol más grande y frondoso del lugar; su tronco tenía una gran circunferencia, la sombra que ofrecía en la loma era sin igual, el viento que soplaba no lo movía ni un poquito, solo por aquellas hojas que mostraban su belleza impasible y perpetua.

Entonces el hijo volvió a preguntar que si ese roble había sufrido algún daño con las pasadas tormentas como el nogal que vieron el día anterior porque lo veía intacto, el padre le contestó que no y el niño comentó: “seguramente los nogales han de envidiar al roble por su fuerza y su magnificencia” y el padre le contestó: “no lo creo hijo, la naturaleza no es como los humanos, ellos no se envidian entre sí, solo se aprecian, reconocen sus fortalezas y sus debilidades, nadie es más y nadie es menos, ellos no se la pasan deseando ser como el gran roble y si el roble no fue derribado o no sufrió algún daño con las tormentas no fue por su mucha o poca flexibilidad, claro está, sino por su distinta capacidad de afrontar las tempestades”.

El niño reflexionó y preguntó: ¡Ah ya entiendo!, es como las rosas ¿no? Que ellas tienen espinas, como lo que una vez me explicaste. Así es. Las rosas tienen espinas para protegerse, pero también para que crezcan flores, esa es su naturaleza y aunque parezcan agresivas y filosas tienen una función. Por lo que ellas no pueden ser como los árboles por más que lo deseen y se empeñen en serlo están conformes con lo que son, con lo que la naturaleza les regaló, no pretenden ser iguales o más que otras especies de plantas. Así tú nunca debes de compararte o afligirte por ser como otro niño, tú tienes tus propias virtudes y tus propios talentos, acéptalos, úsalos y agradécelos.

Debemos de vernos entre los humanos como observamos la naturaleza, solo la apreciamos, no juzgamos qué árbol o qué flor tiene sus frutos o ramas más grandes o más frondosas, solo las aceptamos tal cuales son, con sus defectos o virtudes. El niño razonó sobre las enseñanzas de su padre, feliz corrió hacia aquel roble de impasible belleza para disfrutar de su sombra y sentir con un abrazo la corteza de su tronco rústico de antaño. Aquel día viviría en la memoria de su hijo para siempre.

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