/ lunes 2 de mayo de 2022

Albergue para amigos de Juanita y Fernando da luz de esperanza

La atención es para quienes lo han perdido todo, incluso el amor de sus seres queridos

El amor al prójimo y la dedicación para ayudar al desamparado fueron aspectos primordiales que Juanita profesó durante años. Al encargarse de inculcar esto a sus hijos, ahora que no está, y a 19 años de empezar con la labor, el albergue para Amigos de Juanita y Fernando A.C. continúa como esa luz de esperanza para quienes lo han perdido todo, incluso el amor de sus seres queridos.

La atención que manifiesta este espacio se centra en adultos con enfermedades crónicas degenerativas en etapa terminal, que no cuentan con la solvencia económica, la seguridad social, o el apoyo de algún familiar para poder vivir y morir dignamente.

Aquí es donde el albergue toma mayor relevancia pues además de proporcionar cuidados paliativos, se vuelve en un hogar que acoge con amor y paciencia a quien en automático pasa a formar parte de la familia.

Chécalo ⇨ Menores guatemaltecos que escaparon de albergue estaban en proceso de ser repatriados

"La asociación fue fundada por la enfermera oncóloga Juana González Muñoz, que a raíz de su jubilación se dedica a atender a pacientes que tenían la necesidad de una casa, que abandonaban en el mismo hospital. Los empezó a acoger en su casa y siempre se dedicó a ver por las personas más vulnerables", recuerda su hija Alejandra Trejo González, también directora del albergue.

De haber comenzado con cinco personas, que convivieron en el hogar de Juanita, el proyecto fue creciendo hasta consolidarse en una asociación civil –en 2011– con dos casas actualmente (una de ellas en comodato) que atienden a cerca de 60 personas.

Foto: Francisco Rodríguez | El Occidental

Recuerda que había días difíciles en los que ni para comprar tortillas tenían, sin embargo, el lema de Juanita respecto a cómo es que "Dios proveerá" les dio siempre la fortaleza, narra, para seguir adelante y no dejar desprotegidos a "sus niños" como su mamá llamaba a sus pacientes.

Hogar por horas o años

La mayoría de pacientes que atienden les son remitidos de instancias como el DIF, instituciones médicas o incluso de la Fiscalía. Con un pasado no tan alentador, todos ellos llegan con un mismo perfil: olvidados por sus seres queridos o rechazados sociales y con una enfermedad prácticamente terminal.

"El albergue, a diferencia de un hospital, es que aquí no es un paciente, aquí son una familia, se les integra, porque lamentablemente el 80 por ciento de los que están aquí con nosotros es su última morada. Este es un lugar para vivir y morir con dignidad, porque aquí se les da amor, se les da paz, se les apoya para minimizar sus dolores, sus malestares, su enfermedad, para que puedan irse en paz. Aquí convivimos con la muerte día a día", explica por su parte Waldo Ibarra, abogado de la institución.

Foto: Francisco Rodríguez | El Occidental

Si bien hacen todo lo posible por acoger de la mejor forma, ha habido desafortunados casos en los que a las horas -o incluso minutos- de llegar al albergue los pacientes pierden la vida. No obstante, por el otro lado también tienen inquilinos de años que se han convertido en los más longevos de la asociación.

El "Niño" del albergue

Óscar, o "El Monito" como le dicen de cariño, es prácticamente un niño de 56 años que padece parálisis cerebral y que llegó al albergue hace 15 años. Su papá lo llevó ahí para ser atendido una vez que su mamá murió, y desde entonces los Amigos de Juanita y Fernando se han vuelto en su verdadera familia.

"Cuando ingresó con nosotros no podía ver, no se movía, solo estaba sentado en la cama. Mi mamá lo empezó a llevar a terapias con delfines por mucho tiempo y ahí empezó a agudizar más sus sentidos. No habla, pero sí emite sonidos, y Oscarín vive aquí", agrega Alejandra.

Se olvidaron de él

Félix, que falleció en diciembre pasado, tenía a cinco años en el albergue. De estar en Puebla, lo derivan a Autlán de Navarro hasta llegar con ellos, y pasar sus últimos días abandonado por sus seres queridos.

"Él renegaba mucho por su enfermedad, por no tener movilidad. Félix de repente tenía días muy tranquilos, leía mucho, pero había días en los que ni te querías arrimar. Tenía familia en Puebla y hablaba con ellos, la buscaba, pero jamás lo vinieron a visitar. Cuando se empezó a sentir mal tratamos de localizarla y jamás contestaron hasta cuando murió", expresó Waldo.


Lo daban por muerto

El caso de Santiago es particular también a su manera. Llegó muy delicado de salud en estado de postración desde la Cruz Verde y sin nombre, sin embargo, a los seis meses comenzó a mejorar tras los cuidados del albergue.

Gracias a que empezó a hablar dieron con su identidad, pero fue hasta dos años y medio después de llegar que, por una nota periodística del lugar, familiares -que por cierto lo daban por muerto- lo pudieron identificar.

"Apareció la familia, un hermano fue el que habló. Lo citamos, hicimos una investigación, nos trajo fotos y nos empezó a platicar que estaba en las drogas, que lo quiso ayudar y no se dejó, su esposa y los hijos lo dejaron y siguió en la calle. Cuando se pierde les dijeron que Cruz Verde lo recogió muerto. A raíz de esto fueron tres semanas de mucha comunicación y venían dos veces por semana, pero cuando les dijimos que debían hacerse responsables se fueron y no aparecieron más".

Está Rosario con osteoartritis severa, su hijo Luis con síndrome de Down; Carlos con cirrosis hepática y Lupita en sillas de ruedas.

El amor al prójimo y la dedicación para ayudar al desamparado fueron aspectos primordiales que Juanita profesó durante años. Al encargarse de inculcar esto a sus hijos, ahora que no está, y a 19 años de empezar con la labor, el albergue para Amigos de Juanita y Fernando A.C. continúa como esa luz de esperanza para quienes lo han perdido todo, incluso el amor de sus seres queridos.

La atención que manifiesta este espacio se centra en adultos con enfermedades crónicas degenerativas en etapa terminal, que no cuentan con la solvencia económica, la seguridad social, o el apoyo de algún familiar para poder vivir y morir dignamente.

Aquí es donde el albergue toma mayor relevancia pues además de proporcionar cuidados paliativos, se vuelve en un hogar que acoge con amor y paciencia a quien en automático pasa a formar parte de la familia.

Chécalo ⇨ Menores guatemaltecos que escaparon de albergue estaban en proceso de ser repatriados

"La asociación fue fundada por la enfermera oncóloga Juana González Muñoz, que a raíz de su jubilación se dedica a atender a pacientes que tenían la necesidad de una casa, que abandonaban en el mismo hospital. Los empezó a acoger en su casa y siempre se dedicó a ver por las personas más vulnerables", recuerda su hija Alejandra Trejo González, también directora del albergue.

De haber comenzado con cinco personas, que convivieron en el hogar de Juanita, el proyecto fue creciendo hasta consolidarse en una asociación civil –en 2011– con dos casas actualmente (una de ellas en comodato) que atienden a cerca de 60 personas.

Foto: Francisco Rodríguez | El Occidental

Recuerda que había días difíciles en los que ni para comprar tortillas tenían, sin embargo, el lema de Juanita respecto a cómo es que "Dios proveerá" les dio siempre la fortaleza, narra, para seguir adelante y no dejar desprotegidos a "sus niños" como su mamá llamaba a sus pacientes.

Hogar por horas o años

La mayoría de pacientes que atienden les son remitidos de instancias como el DIF, instituciones médicas o incluso de la Fiscalía. Con un pasado no tan alentador, todos ellos llegan con un mismo perfil: olvidados por sus seres queridos o rechazados sociales y con una enfermedad prácticamente terminal.

"El albergue, a diferencia de un hospital, es que aquí no es un paciente, aquí son una familia, se les integra, porque lamentablemente el 80 por ciento de los que están aquí con nosotros es su última morada. Este es un lugar para vivir y morir con dignidad, porque aquí se les da amor, se les da paz, se les apoya para minimizar sus dolores, sus malestares, su enfermedad, para que puedan irse en paz. Aquí convivimos con la muerte día a día", explica por su parte Waldo Ibarra, abogado de la institución.

Foto: Francisco Rodríguez | El Occidental

Si bien hacen todo lo posible por acoger de la mejor forma, ha habido desafortunados casos en los que a las horas -o incluso minutos- de llegar al albergue los pacientes pierden la vida. No obstante, por el otro lado también tienen inquilinos de años que se han convertido en los más longevos de la asociación.

El "Niño" del albergue

Óscar, o "El Monito" como le dicen de cariño, es prácticamente un niño de 56 años que padece parálisis cerebral y que llegó al albergue hace 15 años. Su papá lo llevó ahí para ser atendido una vez que su mamá murió, y desde entonces los Amigos de Juanita y Fernando se han vuelto en su verdadera familia.

"Cuando ingresó con nosotros no podía ver, no se movía, solo estaba sentado en la cama. Mi mamá lo empezó a llevar a terapias con delfines por mucho tiempo y ahí empezó a agudizar más sus sentidos. No habla, pero sí emite sonidos, y Oscarín vive aquí", agrega Alejandra.

Se olvidaron de él

Félix, que falleció en diciembre pasado, tenía a cinco años en el albergue. De estar en Puebla, lo derivan a Autlán de Navarro hasta llegar con ellos, y pasar sus últimos días abandonado por sus seres queridos.

"Él renegaba mucho por su enfermedad, por no tener movilidad. Félix de repente tenía días muy tranquilos, leía mucho, pero había días en los que ni te querías arrimar. Tenía familia en Puebla y hablaba con ellos, la buscaba, pero jamás lo vinieron a visitar. Cuando se empezó a sentir mal tratamos de localizarla y jamás contestaron hasta cuando murió", expresó Waldo.


Lo daban por muerto

El caso de Santiago es particular también a su manera. Llegó muy delicado de salud en estado de postración desde la Cruz Verde y sin nombre, sin embargo, a los seis meses comenzó a mejorar tras los cuidados del albergue.

Gracias a que empezó a hablar dieron con su identidad, pero fue hasta dos años y medio después de llegar que, por una nota periodística del lugar, familiares -que por cierto lo daban por muerto- lo pudieron identificar.

"Apareció la familia, un hermano fue el que habló. Lo citamos, hicimos una investigación, nos trajo fotos y nos empezó a platicar que estaba en las drogas, que lo quiso ayudar y no se dejó, su esposa y los hijos lo dejaron y siguió en la calle. Cuando se pierde les dijeron que Cruz Verde lo recogió muerto. A raíz de esto fueron tres semanas de mucha comunicación y venían dos veces por semana, pero cuando les dijimos que debían hacerse responsables se fueron y no aparecieron más".

Está Rosario con osteoartritis severa, su hijo Luis con síndrome de Down; Carlos con cirrosis hepática y Lupita en sillas de ruedas.

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