Un hombre nacido en Belén de Judea en el seno de una familia sin alcurnia, hijo de un carpintero que había pasado buena parte de su vida en el anonimato, inició un movimiento religioso con implicaciones en el campo de lo social y en lo político que lo llevó finalmente a la muerte de cruz.
Jesús el Nazareno recibió la condena capital del supremo órgano jurisdiccional judío confirmada indebidamente por el procurador romano sin haber cometido delito o falta alguna que mereciera la pena capital conforme a las leyes en la época.
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Roma fue el EstadoNación más conquistador de que se tenga memoria. Paulatinamente en sus diversas etapas como la monarquía, la república o el imperio, los afanes de conquista parecían no tener fin. Uno a uno los pueblos eran sometidos, se les imponían los tributos, se les reducía a la esclavitud y las normas de un derecho en constante evolución iban fijando las directrices de los conquistados.
Norte, Sur, Oriente y Occidente, los vecinos de Roma fueron quedando bajo sus sandalias sin embargo, dentro de lo tortuoso que significaba el vasallaje los sometidos gozaron de ciertos privilegios como el respeto de algunas instituciones jurídicas, particularmente las religiosas que garantizaban una convivencia pacífica y al menos no creaban un ambiente propicio para las rebeliones.
Así, a cuanto pueblo se le conquistaba se le imponía un Comisionado que recibía el nombre de Procurador que se encargaba de las cuestiones administrativas de la provincia rindiendo cuentas directas al Emperador, siendo responsable total de la buena marcha de la gestión pública y eficaz garante de la paz.
Israel también era un pueblo conquistador pero ante Roma nada tenía que hacer; tras sufrir invasiones de Asirios, Babilonios, Persas y la propia división de su pueblo prefirió mantenerse bajo la Pax Romana antes de pensar en rebelarse a la conquista aunque tuvo algunos desencuentros como los que documenta la Historia a propósito del uso de las insignias o estandartes con la efigie del César que impusieron los Romanos y el problema del acueducto de Jerusalén que hubiera implicado la destrucción del Templo, pero salvo esos acontecimientos aislados el pueblo judío no era un problema significativo para Roma.
Sin embargo hubo algo que los Judíos guardaron celosamente y no permitieron el despojo Romano y fue su doctrina religiosa, monoteísta y de rigoristas disposiciones contenidas en sus libros sagrados.
Roma, hábil en la política, permitió el culto sin imponer su religión politeísta ya que lo que bien interesaba era la posición geográfica privilegiada y el tributo que le debería rendir la provincia.
Jesús era Judío; un predicador de una doctrina que en cierta forma se contraponía con los principios sustentados siglos atrás por su propio pueblo.
Los profetas les habían anunciado el advenimiento de un Mesías enviado directamente por Dios y sus libros históricos y tradiciones los hacían permanecer esperanzados la llegada del Ungido, del enviado de Jehová, pero no consideraban a Jesús más que un profeta.
Cuando Jesús hace su vida pública y empieza a predicar una nueva religión que contiene elementos diferenciativos con la tradición el malestar de los que manejaban los intereses religiosos del pueblo Judío fue cada vez mayor porque de alguna manera estaba socavando la autoridad de los sumos sacerdotes, pieza fundamental en la organización religiosa y era visto no solo con recelo sino con marcado temor dada la popularidad que le iba en aumento y se acrecentaba cuando se hablaba de curaciones portentosas lo que derivaba en el inevitable incremento de sus seguidores. Jesús centró su predicación en Galilea, Betania, Samaria y Cafarnaúm; esas tierras extremosas fueron testigos de su enseñanza; una filosofía fundada en el amor al prójimo pero que discrepaba abiertamente frente a la tradición religiosa judía lo cual era inadmisible para quienes celosamente eran depositarios de la verdad y representaban el epítome de esta.
Llegado el tiempo se dirigió a Jerusalén con el propósito evidente de sacudir en sus entrañas a un pueblo duro de corazón que sin embargo veía con buenos ojos su doctrina lo cual encelaba a los escribas y fariseos y más que mirarlo con recelo trataron en diversas ocasiones de deshacerse de él sin poder hacerlo dado que siempre se encontraba rodeado de gente predicando su palabra.
El pueblo veía en él a un profeta que quizá era un libertador, una suerte de nuevo Moisés y pensaban que así como los había este de Egipto ahora con Jesús, encontraría el nuevo libertador y podría sacudirse el dominio del águila imperial romana sin tomar en cuenta que sus armas eran su bondadosa palabra y la fuerza de sus convicciones emanadas de una personalidad arrolladoramente atractiva.
Llega a Jerusalén, el pueblo lo recibe con vítores y alabanzas; sorprende a todos su inusitado y sorprendente arribo porque no llega ni en carro de guerra ni montado en brioso corcel blandiendo una espada; llega sentado en un borrico sin más armas que su palabra y sin más escudos que su túnica alba. No lleva soldados, lo acompañan sus discípulos quienes más tarde se encargarían de difundir su doctrina.
Cuando llega Jesús a Jerusalén los escribas y los fariseos quedaron no solo sorprendidos por el atrevimiento sino porque esa osadía les causaría muchos problemas puesto que estaban en los albores de la fiesta de la pascua y no tenían idea de los planes de Jesús.
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El Gran Sanedrín era el órgano supremo de decisión judía, elabora un plan para deshacerse de ese falso profeta que significaba un peligro real y no latente para sus instituciones y busco la participación del procurador de Judea Pilato, hombre mucho más débil y accesible y menos banal que Herodes que era el procurador (Tetrarca era un cargo honorifico) de Galilea, para que les facilitara el complot.
Argumentando que Jesús era enemigo político de Roma necesitaba ser apresado para investigar cuáles eran sus planes y poner fin a la revuelta que se gestaba y parecía inminente y la oportunidad se presentaba con motivo de la llegada del predicador y alborotador a Jerusalén con motivo de la Pascua.
Sabedores de la presencia de Jesús, los fariseos solicitaron a José Caifás rogara a Pilato el arresto de Jesús; Paul Maier en su obra Poncio Pilatos (Ed. Grijalbo, México, 1989, págs. 230 y 231) refiere la carta dirigida a Pilato por el Sumo Sacerdote Judío:
“José Caifás, sumo sacerdote, a Poncio Pilatos, praefectus judae. ¡Paz! No lo molestaría a esta hora si éste no fuera un caso de extrema urgencia que involucra la supremacía del Estado. Yeshu Hannosri, un impostor y falso profeta que ha violado nuestra ley en repetidas ocasiones y cuya herejía ha sido condenada por el Gran Sanedrín se encuentra en Jerusalén con motivo del Pesaj. Usted ya debe haberse dado cuenta de su gran comitiva, misma que podría estallar en una rebelión en cualquier momento. Tan peligrosa es la situación que, aunque los sanedrines han emitido decretos para su arresto, no nos hemos atrevido a hacerlo”.
“Respetuosamente le pedimos que un gran contingente de la guarnición Antonia ayude a nuestra guardia. ¿Del inmenso número de peregrinos acampados en las colinas que rodean a Jerusalén, cuántos son seguidores de Yeshu y podrían atacar a nuestra policía si supieran que tenemos al impostor bajo nuestra custodia?
Pilato respondió: “Poncio Pilato a José Caifás. Saludos. Convengo en su preocupación, nosotros nos hemos mantenido informados sobre las actividades de Jesús el Nazareno durante los pasados meses y hemos estado listos para arrestarlo si incitaba a alguna rebelión, pero hasta ahora parece que no lo ha hecho. Puede haberlo ofendido a usted en lo religioso pero yo no estoy calificado para juzgar en ese campo.”
Contando con la participación del discípulo renegado los miembros del Sanedrín decidieron hacerse justicia por su propia mano y mandaron a la guardia del Templo a aprehender a Jesús, cuando éste después de cenar con sus discípulos, se retiró a un Olivar en las afueras de la ciudad en un lugar llamado Getsemaní, aprovechando que estaría casi solo.
Para ello contaron con la colaboración de uno de sus discípulos, Judas Iscariote, quien a cambio de una recompensa de 30 monedas de plata les señalaría con toda la oportunidad y precisión el lugar donde podrían hacerlo con la facilidad que significaba el estar lejos de toda la gente que lo acompañaba y podría dificultar la maniobra e incluso ante la dificultad de identificación se ofreció a hacerlo de manera clara mediante un beso en su mejilla para que no quedaran dudas de aquel a quien habían de tomar preso.
La oportunidad se presentó el jueves por la noche después de haber cenado con sus discípulos más allegados que en número de 12 se contaban, se dirigió a orar a un huerto cercano, un olivar situado en las afueras de la Ciudad.
Los soldados romanos aprehendieron a Jesús y a instancias de los representantes del Sanedrín como lo relata Juan (1813) lo llevaron primero a la casa de Anás dado que la sede estaba cerrada y aunque Caifás era el Sumo Sacerdote en funciones, los satélites del templo prefirieron llevarlo ante Anás por su gran influencia entre el Supremo Consejo Judío.
Jesús es interrogado
Le hace un interrogatorio previo en el cual Jesús permaneció en silencio sabedor que Anás no tenía ningún carácter oficial para enjuiciarlo. Llevado ante Caifás, éste antes de integrar el Supremo Consejo quiso hacer un interrogatorio previo pero prefirió no hacerlo hasta que estuviera reunido el Sanedrín ya que no podría tener validez alguna cualquier cuestionamiento y su correspondiente respuesta.
Decidió enviarlo a Pilato acusado de sedición para que el Procurador Romano lo juzgara y así se evitaran los problemas procesales del juicio. Jesús fue llevado de nuevo a la casa de Caifás quien lo mantuvo encadenado. Caifás inició su interrogatorio preguntando a Jesús sobre quiénes eran sus discípulos y sus enseñanzas y tras la contundente respuesta de Este: “¿Por qué me interrogas a mí? ¿Pregunta a los que han oído qué les he enseñado, ellos saben lo que les he dicho “, recibió una bofetada de un guardia del Pontífice, al tiempo que le gritaba “así respondes tú al Pontífice?” pero la respuesta del Nazareno fue aguda y directa: “Si he hablado mal prueba en qué está el mal, pero si he hablado bien ¿porqué me golpeas?”. Juan (18, 1921).
Sin embargo no descartaba el uso de la fuerza para obtener declaraciones, abandonando el sitial se dirige a Jesús y le pregunta (Marcos 14, 61)” ¿eres tú el Mesías, el Cristo, el hijo de Dios bendito?” y la respuesta de Jesús no se hizo esperar: “Yo soy y algún día veréis al Hijo del hombre sentado a diestra de la majestad de Dios y venir sobre las nubes del cielo”.
Herodes inició otro proceso más tratando de averiguar de qué se le acusaba; los acusadores le atribuían que hacía milagros con el objeto de ganarse su aceptación y de alguna manera tener más adeptos y lanzarse contra de las autoridades romanas y el Tetrarca de Galilea pensando que era un mago le pidió que hiciera algunos trucos con el fin de reclutarlo para la diversión de su Corte.
Jesús evidentemente no quiso caer en tan bajo juego y exasperó al Tetrarca quien conocedor también de la Ley Romana lo regresa bajo la regla del Forum Domicilii dado que el acusado había nacido en Belén, perteneciente a Judea y por ende no era a él sino a Pilato que era el Prefecto de Judea el que se debería encargar de Juzgarlo.
Pilato lo recibe de nuevo y no le queda más remedio que iniciar el procedimiento mediante la cognitio que era la aproximación del magistrado al reo para saber cuál era la acusación, instrumentar el proceso y en su momento dictar la sentencia.
Cuan equivocado estaba
Pilato pidió los cargos y que le hicieran presente al Nazareno a quien de inmediato lo interrogó con una pregunta directa: “Eres tú el Rey de los Judíos” – “Lo dices por tu cuenta o los otros te lo han dicho de mí: respondió Jesús Pilato continuó con la interrogación: “¿Qué acaso soy Judío? Tu pueblo, tus pontífices, tu nación te han entregado a mí, ¿Qué has hecho tú?” –Jesús respondió categóricamente “Mi reino no es de este mundo, si de este mundo fuera mi reino, claro está que mis gentes me habrían defendido para que no cayera en las manos de los judíos, más mi reino no es de acá” (San Juan 18,36).
Pilatos le replicó: “Con que tú eres Rey?” Jesús respondió categóricamente:
“Así es como dices, yo soy rey, yo para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la verdad, todo aquel que pertenece al mundo de la verdad escucha mi voz” (Juan 18,27).
Le dijo Pilatos: “¿Qué es la verdad? ¿De qué verdad hablas? Pilato sabía que se estaba metiendo en terrenos de la filosofía y que en nada le servirían para el encausamiento del reo.
“Yo no hallo ningún delito en este hombre” agregó “pero ya que tenéis por costumbre que os libere un reo en la Pascua les daré a elegir entre Barrabás y este hombre. Yo no encuentro culpa alguna en este hombre, lo mandaré azotar y lo soltaré” y acto seguido encargó a un Centurión que aplicara la Fustigatio (40 azotes prevista por el derecho Romano).
Pilatos presenta de nuevo a Jesús deshecho, con la vestidura ensangrentada, lacerado, con huellas de profundo sufrimiento. La turba se enardeció aún más:
¡Pilato! gritaban, “crucifícale” y Pilato respondió, “He aquí al hombre ¿Qué debo hacer con EL?” respondieron: “crucifícale, crucifícale” Pilato gritó: “Yo no he encontrado culpa en este hombre ya lo mandé azotar, no hay delito cometido por este hombre”, pidió un aguamanil, se lavó las manos y se dirigió a Jesús: “Sabes que yo tengo el poder de dejarte libre o de ordenar que te crucifiquen?” “A mí no me hablas” – porque Jesús sufría en silencio” pero el Nazareno le respondió a Pilato: “Tú no tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiere sido dado del cielo” (Juan 19,11).
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Pilato hizo una última lucha: “escuchen, yo no he encontrado culpa alguna en este hombre, pero Caifás dijo: “Nosotros no tenemos más rey que el César y si no lo haces tú eres traidor.
Pilato estaba acorralado y simplemente volviendo los ojos hacia Jesús dijo al jefe guardia: “Staurotheto” (Crucifícalo).
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Así, en un proceso plagado de violaciones a la Ley Judía a la Ley Romana, sin que absolutamente nadie haya abogado por EL, se cumplían las profecías y encontraba un inocente la muerte más vil y dolorosa en lo que sin lugar a duda es el proceso más ignominioso de la historia. Shalom, felices Pascuas de resurrección.