/ miércoles 29 de septiembre de 2021

Y dale con España

Yo no sé qué ganas de andar buscándole tres pies al gato. Hay muchas cosas más urgentes que atender en nuestro dividido y atribulado País. Vamos al repaso. En el siglo XV, el almirante Genovés Cristóbal Colón, al mando de una pequeña flota de tres carabelas, la Niña, la Pinta y la Santa María, creyó haber encontrado una ruta nueva de navegación a Catay y se topó con América.

El descubrimiento fue hasta cierto punto fortuito. Los Reinos de Castilla y Aragón se congratularon y financiaron expediciones posteriores que desembocaron en la llegada de Francisco Hernández de Córdoba, Diego Nicuesa y más tarde Hernán Cortés a las costas de Yucatán y Veracruz.

Es evidente que el proceso de colonización exigió el uso de la fuerza ante la obvia resistencia de los pobladores de esas tierras que se resistían a ser sometidos por los invasores; exactamente como sucedía entre ellos con las diversas culturas que poblaban nuestra américa, llámense Incas, Aztecas, Siboneyes o Guaraníes.

A las luchas internas por la supremacía y la conquista se les sumaban aquellos hombres de tez blanca, con armaduras relucientes y palos de fuego que causaban además de asombro un explicable miedo.

La penetración ibérica en nuestra tierra contó también con el apoyo de los mismos aborígenes; los cempoaltecas y los tlaxcaltecas fueron dos formidables aliados que ayudaron a los conquistadores a vencer a los mexicas.

Como en toda guerra hubo excesos de una y otra parte. No solo fueron las armas las protagonistas de la conquista; los centros ceremoniales politeístas indígenas fueron sepultados con las construcciones monoteístas de los peninsulares; el idioma castellano predominó y acabó siendo el dominante; la religión católica se impuso por la razón con el evangelio y con la fuerza de la inquisición. Pero también los indígenas cometieron muchos excesos con los hispanos; hubo mucho salvajismo y crueldad.

Todo eso quedó atrás y superado en 1821 con los Tratados de Córdoba y confirmado el perdón recíproco con los Tratados Santa María-Calatrava de 1836.

La conquista debiera ser un tema superado; pero nuestro gobierno está obsesionado con los fantasmas del pasado. Seguimos exigiendo una disculpa por la conquista; no hay día que pase sin desperdiciar la oportunidad de lanzar las municiones del reclamo y estar picando el pleito sin necesidad alguna.

No defiendo ni a la conquista ni a España. Ya solo falta exigir perdones a Estados Unidos por la invasión de 1847, a Francia por la Guerra de los Pasteles, a Inglaterra por haberse llevado el Palo de Campeche, a Alemania por haber hundido nuestros barcos Potrero del Llano y Faja de Oro, seguir reclamándole al Vaticano y otros análogos.

Como si no tuviera nuestro Primer Mandatario en qué entretenerse con tantos problemas aquí en México como para andar pisando descalzo el hormiguero.

Presidente ya olvídese de España. En lugar de andar buscando pleitos, atienda los problemas de la pobreza, la inseguridad, la pandemia, la salud, las vacunas, los niños con cáncer, la inmigración descontrolada, el hambre, las drogas, los feminicidios, los secuestros, la corrupción, la desunión de los mexicanos. Mejor ponga su rencor en la tumba del olvido.

* Doctor en Derecho

Yo no sé qué ganas de andar buscándole tres pies al gato. Hay muchas cosas más urgentes que atender en nuestro dividido y atribulado País. Vamos al repaso. En el siglo XV, el almirante Genovés Cristóbal Colón, al mando de una pequeña flota de tres carabelas, la Niña, la Pinta y la Santa María, creyó haber encontrado una ruta nueva de navegación a Catay y se topó con América.

El descubrimiento fue hasta cierto punto fortuito. Los Reinos de Castilla y Aragón se congratularon y financiaron expediciones posteriores que desembocaron en la llegada de Francisco Hernández de Córdoba, Diego Nicuesa y más tarde Hernán Cortés a las costas de Yucatán y Veracruz.

Es evidente que el proceso de colonización exigió el uso de la fuerza ante la obvia resistencia de los pobladores de esas tierras que se resistían a ser sometidos por los invasores; exactamente como sucedía entre ellos con las diversas culturas que poblaban nuestra américa, llámense Incas, Aztecas, Siboneyes o Guaraníes.

A las luchas internas por la supremacía y la conquista se les sumaban aquellos hombres de tez blanca, con armaduras relucientes y palos de fuego que causaban además de asombro un explicable miedo.

La penetración ibérica en nuestra tierra contó también con el apoyo de los mismos aborígenes; los cempoaltecas y los tlaxcaltecas fueron dos formidables aliados que ayudaron a los conquistadores a vencer a los mexicas.

Como en toda guerra hubo excesos de una y otra parte. No solo fueron las armas las protagonistas de la conquista; los centros ceremoniales politeístas indígenas fueron sepultados con las construcciones monoteístas de los peninsulares; el idioma castellano predominó y acabó siendo el dominante; la religión católica se impuso por la razón con el evangelio y con la fuerza de la inquisición. Pero también los indígenas cometieron muchos excesos con los hispanos; hubo mucho salvajismo y crueldad.

Todo eso quedó atrás y superado en 1821 con los Tratados de Córdoba y confirmado el perdón recíproco con los Tratados Santa María-Calatrava de 1836.

La conquista debiera ser un tema superado; pero nuestro gobierno está obsesionado con los fantasmas del pasado. Seguimos exigiendo una disculpa por la conquista; no hay día que pase sin desperdiciar la oportunidad de lanzar las municiones del reclamo y estar picando el pleito sin necesidad alguna.

No defiendo ni a la conquista ni a España. Ya solo falta exigir perdones a Estados Unidos por la invasión de 1847, a Francia por la Guerra de los Pasteles, a Inglaterra por haberse llevado el Palo de Campeche, a Alemania por haber hundido nuestros barcos Potrero del Llano y Faja de Oro, seguir reclamándole al Vaticano y otros análogos.

Como si no tuviera nuestro Primer Mandatario en qué entretenerse con tantos problemas aquí en México como para andar pisando descalzo el hormiguero.

Presidente ya olvídese de España. En lugar de andar buscando pleitos, atienda los problemas de la pobreza, la inseguridad, la pandemia, la salud, las vacunas, los niños con cáncer, la inmigración descontrolada, el hambre, las drogas, los feminicidios, los secuestros, la corrupción, la desunión de los mexicanos. Mejor ponga su rencor en la tumba del olvido.

* Doctor en Derecho