/ viernes 30 de julio de 2021

Visualizar la mentira

Kant dijo una vez que “un mundo sin mentiras no podría ser habitado por seres humanos”. Vivimos en un mundo plagado de mentiras. Se dicen sin ética, sin recato, con poder seductor, manipulador, para engañar, para desviar nuestra atención, para obtener objetivos sin importar las consecuencias que puedan ocasionarnos, en la publicidad comercial, en la propaganda política e incluso hasta para reconfortarnos ante la perdida de la salud o la presencia de la muerte. La mentira es como el oxígeno que respiramos: no lo vemos, pero siempre esta alrededor de nosotros. Estamos tan acostumbrados a convivir con ella, que nuestras relaciones personales y sociales las necesitan.

En muchas ocasiones sabemos que otro nos miente, pero por seguir la conversación, por conservar la relación, por ver hasta donde es capaz de llegar la otra persona, por considerar la mentira inofensiva en el momento, la dejamos pasar y hacemos como que no la descubrimos. Sin mentiras seria compleja la seducción sexual y el cortejo romántico. En realidad, nadie es ni el Sol ni la Luna de otro. El teatro, el cine, la literatura y las bellas artes, estarían reducidas, maniatadas, limitadas. Y la política seria aún más dura, fría, sanguinaria y despiadada.

Nuestros diálogos están cargados de mentiras, revestidas en figuras retoricas que enriquecen la descripción y la narración de objetos, animales, personas y sucesos. Desde la poesía, hasta la exageración, el eufemismo, el hipérbaton y la hipérbole, la metonimia y la metáfora ejemplifican el uso aceptado y la licencia de mentir expresada en nuestra cotidianidad. ¿Qué tan mentirosos somos? Una estadística aproximada revela que el 80% de los cibernautas utilizan datos falsos cuando navegan por la red. Al menos la mitad de quienes buscan empelo mienten en la información expresada en sus currículo o solicitud de trabajo. Las causas de despido laboral suelen ser falsas así como los motivos de terminación de una relación de pareja.

La mentira es una conducta de supervivencia que hemos heredado de nuestros antepasados y que compartimos con las demás criaturas de la tierra, aunque mientras en el animal la mentira es instintiva, en el ser humano es premeditada. La profunda necesidad humana de tener y mantener interacciones sociales provoca un ambiente de simulación, de apariencias, de competencia social, de ejecutar mecanismos de defensa y de preservación de la autoestima. Pero “nada engaña tanto como nuestro propio juicio”, sentenció Leonardo Da Vinci con crudeza.

En política, mentir es vil. El engaño propagandístico y la manipulación de los datos es una practica extendida, generalizada, que debemos exhibir, reprobar, corregir y atacar, sin importar la fuente, sea quien sea. Los políticos y nuestros gobernantes se han pasado de la raya. Más allá de la retórica, el engaño al pueblo es imperdonable. Surge del desconocimiento, de la ignorancia, de la incapacidad de evaluar fuentes, constatar datos, validar la información, así como de la apatía, del desgano, de la cómoda y perezosa posición de los ciudadanos que no creen en la política, ni en el gobierno ni en sus instituciones, menos en sus discursos y declaraciones, pero no hacen nada y permanecen al margen de confrontarlos, de denunciar, de argumentar y de demostrar.

Las estadísticas son un disfraz con el que se esconde a la verdad. Defenderse con tener otros datos es simple, corto, perverso. La verdad es lenta, como la humedad, pero al final sale a la luz. Luchar por un mejor México, por una mejor sociedad, por una mejor comunidad y una mejor familia, pasa estrictamente por el hecho de mejorar cada quien en lo personal. Mentir daña. Mentir no sirve. Una nueva mentalidad de evitar a las mentiras nos puede catapultar hacia una mejor calidad de vida y logros muy deseables en nuestra sociedad.

www.youtube.com/user/carlosanguianoz

Kant dijo una vez que “un mundo sin mentiras no podría ser habitado por seres humanos”. Vivimos en un mundo plagado de mentiras. Se dicen sin ética, sin recato, con poder seductor, manipulador, para engañar, para desviar nuestra atención, para obtener objetivos sin importar las consecuencias que puedan ocasionarnos, en la publicidad comercial, en la propaganda política e incluso hasta para reconfortarnos ante la perdida de la salud o la presencia de la muerte. La mentira es como el oxígeno que respiramos: no lo vemos, pero siempre esta alrededor de nosotros. Estamos tan acostumbrados a convivir con ella, que nuestras relaciones personales y sociales las necesitan.

En muchas ocasiones sabemos que otro nos miente, pero por seguir la conversación, por conservar la relación, por ver hasta donde es capaz de llegar la otra persona, por considerar la mentira inofensiva en el momento, la dejamos pasar y hacemos como que no la descubrimos. Sin mentiras seria compleja la seducción sexual y el cortejo romántico. En realidad, nadie es ni el Sol ni la Luna de otro. El teatro, el cine, la literatura y las bellas artes, estarían reducidas, maniatadas, limitadas. Y la política seria aún más dura, fría, sanguinaria y despiadada.

Nuestros diálogos están cargados de mentiras, revestidas en figuras retoricas que enriquecen la descripción y la narración de objetos, animales, personas y sucesos. Desde la poesía, hasta la exageración, el eufemismo, el hipérbaton y la hipérbole, la metonimia y la metáfora ejemplifican el uso aceptado y la licencia de mentir expresada en nuestra cotidianidad. ¿Qué tan mentirosos somos? Una estadística aproximada revela que el 80% de los cibernautas utilizan datos falsos cuando navegan por la red. Al menos la mitad de quienes buscan empelo mienten en la información expresada en sus currículo o solicitud de trabajo. Las causas de despido laboral suelen ser falsas así como los motivos de terminación de una relación de pareja.

La mentira es una conducta de supervivencia que hemos heredado de nuestros antepasados y que compartimos con las demás criaturas de la tierra, aunque mientras en el animal la mentira es instintiva, en el ser humano es premeditada. La profunda necesidad humana de tener y mantener interacciones sociales provoca un ambiente de simulación, de apariencias, de competencia social, de ejecutar mecanismos de defensa y de preservación de la autoestima. Pero “nada engaña tanto como nuestro propio juicio”, sentenció Leonardo Da Vinci con crudeza.

En política, mentir es vil. El engaño propagandístico y la manipulación de los datos es una practica extendida, generalizada, que debemos exhibir, reprobar, corregir y atacar, sin importar la fuente, sea quien sea. Los políticos y nuestros gobernantes se han pasado de la raya. Más allá de la retórica, el engaño al pueblo es imperdonable. Surge del desconocimiento, de la ignorancia, de la incapacidad de evaluar fuentes, constatar datos, validar la información, así como de la apatía, del desgano, de la cómoda y perezosa posición de los ciudadanos que no creen en la política, ni en el gobierno ni en sus instituciones, menos en sus discursos y declaraciones, pero no hacen nada y permanecen al margen de confrontarlos, de denunciar, de argumentar y de demostrar.

Las estadísticas son un disfraz con el que se esconde a la verdad. Defenderse con tener otros datos es simple, corto, perverso. La verdad es lenta, como la humedad, pero al final sale a la luz. Luchar por un mejor México, por una mejor sociedad, por una mejor comunidad y una mejor familia, pasa estrictamente por el hecho de mejorar cada quien en lo personal. Mentir daña. Mentir no sirve. Una nueva mentalidad de evitar a las mentiras nos puede catapultar hacia una mejor calidad de vida y logros muy deseables en nuestra sociedad.

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