/ martes 26 de mayo de 2020

Violencia de género, la otra epidemia

Hemos escuchado constantemente las cifras: cada día 9 mujeres son asesinadas, más del 70 % de ellas ha sufrido algún tipo de violencia, apenas el 42 % de las mujeres participa en alguna actividad económica; esto, por mencionar algunas situaciones a las que día a día se enfrentan. Ante el panorama que nos exigió confinamiento, el escenario de violencia se volvió aún más peligroso para niñas, niños y adolescentes, pero en especial para todas esas mujeres que encontraban en su trabajo o escuela un lugar seguro frente a su agresor.

En dos meses de aislamiento social las llamadas al 911 de mujeres que piden ayuda por abuso y violencia doméstica han aumentado más del 120 %, además, se han cometido más de 200 feminicidios estando cuarentena. Este problema no es nuevo, sabemos que nuestro país es un Estado que vulnera y violenta a las mujeres de manera sistemática, empezando por la nula estrategia para garantizarles su derecho a la vida. Por si fuera poco, el recrudecimiento de la violencia en su contra solo ha recibido invisibilización por parte del presidente; como si negando el problema dejara de existir.

Todos estamos experimentando niveles de estrés, tensión y ansiedad a causa de las incertidumbres económicas y sanitarias, lo que ocasiona aumento en la vulnerabilidad de las víctimas, ante esto, la respuesta institucional tendría que ser aún más insistente, con amplio alcance y que permita a las mujeres sentirse seguras; sin embargo, no ha sucedido, las respuestas han quedado cortas, insuficientes y en algunos lugares ni se han planteado.

Esta pandemia nos ha traído retos en todos los aspectos de la vida cotidiana, ha evidenciado con mayor precisión dónde las políticas públicas no han sido eficaces y dónde, como autoridades, hemos sido omisos. El tema de la violencia de género sigue siendo una gran deuda hacia las mujeres. Es indignante que cambien los colores en el poder, que legislaturas pasemos sin contribuir a un verdadero cambio. Es indignante que nuestro sistema de justicia revictimice y sea impune en los delitos sexuales, que los agresores no cumplan con una condena; es indignante que las mujeres tengan que vivir con un daño irreversible, o la familia, cuando ellas son privadas de la vida.

La violencia intrafamiliar no es una situación aislada, es, de hecho, uno de los males que más aqueja a la sociedad mexicana, hasta convertirse en una epidemia. Las previsiones fueron expuestas por especialistas e instituciones que atienden a las mujeres vulneradas, pero en nuestro imaginario colectivo seguimos romantizando al núcleo familiar, creemos que vivir dentro de casa y con la familia garantiza mayor seguridad. Los números nos han vuelto a decir que no es así. Estoy convencido de que un primer paso sería dejar de poner en un pedestal a la familia “natural” y aceptar que no siempre es el mejor lugar para vivir.

Hemos escuchado constantemente las cifras: cada día 9 mujeres son asesinadas, más del 70 % de ellas ha sufrido algún tipo de violencia, apenas el 42 % de las mujeres participa en alguna actividad económica; esto, por mencionar algunas situaciones a las que día a día se enfrentan. Ante el panorama que nos exigió confinamiento, el escenario de violencia se volvió aún más peligroso para niñas, niños y adolescentes, pero en especial para todas esas mujeres que encontraban en su trabajo o escuela un lugar seguro frente a su agresor.

En dos meses de aislamiento social las llamadas al 911 de mujeres que piden ayuda por abuso y violencia doméstica han aumentado más del 120 %, además, se han cometido más de 200 feminicidios estando cuarentena. Este problema no es nuevo, sabemos que nuestro país es un Estado que vulnera y violenta a las mujeres de manera sistemática, empezando por la nula estrategia para garantizarles su derecho a la vida. Por si fuera poco, el recrudecimiento de la violencia en su contra solo ha recibido invisibilización por parte del presidente; como si negando el problema dejara de existir.

Todos estamos experimentando niveles de estrés, tensión y ansiedad a causa de las incertidumbres económicas y sanitarias, lo que ocasiona aumento en la vulnerabilidad de las víctimas, ante esto, la respuesta institucional tendría que ser aún más insistente, con amplio alcance y que permita a las mujeres sentirse seguras; sin embargo, no ha sucedido, las respuestas han quedado cortas, insuficientes y en algunos lugares ni se han planteado.

Esta pandemia nos ha traído retos en todos los aspectos de la vida cotidiana, ha evidenciado con mayor precisión dónde las políticas públicas no han sido eficaces y dónde, como autoridades, hemos sido omisos. El tema de la violencia de género sigue siendo una gran deuda hacia las mujeres. Es indignante que cambien los colores en el poder, que legislaturas pasemos sin contribuir a un verdadero cambio. Es indignante que nuestro sistema de justicia revictimice y sea impune en los delitos sexuales, que los agresores no cumplan con una condena; es indignante que las mujeres tengan que vivir con un daño irreversible, o la familia, cuando ellas son privadas de la vida.

La violencia intrafamiliar no es una situación aislada, es, de hecho, uno de los males que más aqueja a la sociedad mexicana, hasta convertirse en una epidemia. Las previsiones fueron expuestas por especialistas e instituciones que atienden a las mujeres vulneradas, pero en nuestro imaginario colectivo seguimos romantizando al núcleo familiar, creemos que vivir dentro de casa y con la familia garantiza mayor seguridad. Los números nos han vuelto a decir que no es así. Estoy convencido de que un primer paso sería dejar de poner en un pedestal a la familia “natural” y aceptar que no siempre es el mejor lugar para vivir.