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En términos de política y en función de gobierno, la axiológica cambia de sentido y en ocasiones incluso de significado. Las discusiones, el debate de la cosa pública son trastocados por numerosos intereses creados, facciosos, sectoriales, partidistas.
En una etapa de la vida de la república mexicana caracterizada por el desquebrajamiento institucional, el relajamiento moral, la doble moral en acción y el uso ininterrumpido de la mentira como forma de propaganda, manipulación y control de masas, es complicado dar seguimiento a las iniciativas de reforma a la ley, los embates legislativos y la adecuación de las instituciones gubernamentales para cumplir el antojo y el capricho de unos cuantos que detentan exagerado poder y han decidido utilizarlo para imponerse sin escrúpulos, trastocando el orden nacional, aprovechándose de la ignorancia de un pueblo que confía, que apoya y que cree en las buenas intenciones de los políticos, sin ser capaces de comprender las repercusiones y la consecuencias de sus actos.
En un país que lleva 6 años incentivando la polarización día tras día desde el discurso oficial, siempre habrá al menos dos versiones, dos ideas, dos horizontes ideológicos, dos propuestas de rumbo para la nación y a veces, muchas más. La cuarta transición democrática del México moderno ha iniciado el camino hacia la radicalización, hacia el uso y abuso del poder para someter ideas no afines, para cancelar la discusión profunda y auténtica de cómo enfrentar los retos y desafíos de los problemas anteriores más los nuevos que han surgido durante los primeros 6 años de su tiempo hegemónico.
Las dudas aumentan cuando los argumentos son cortos, torpes, plenos de descalificativos al estado actual y ausentes de autocrítica y ceguera de taller. Una pléyade de nuevos burócratas emergentes como altos funcionarios públicos, una camarilla de representantes electorales, legítimamente elegidos por el pueblo, pero sin experiencia, trayectoria, capacidad su talento, esgrimen su compromiso y lealtad hacia un solo hombre como gran virtud, revelando la carencia de sentido social. Por más grande que sea, una parte social nunca será más grande que la sociedad en su conjunto.
Verdades a medias, falacias, burdos engaños y una comunicación convincente, aunque no ética, complica el juicio ciudadano y nubla el entendimiento de los alcances, intenciones reales y beneficios de los cambios que se proponen. Los tiempos de cheques en blanco, de creer a ciegas, de confiar dando por hecho que el discurso oficial es la fuente verdadera, supone ya que hay una brecha ensanchándose entre lo que el gobierno ofrece y la sociedad recibe.
No hay verdades ni mentiras absolutas. Todas las partes dicen argumentos válidos y reales, aunque acompañados de sesgos, de intenciones ocultas, de ambición desmedida por poder y control. El ciudadano debe luchar e intente decodificar los mensajes sin creer todo, por su propio bien. De otra forma, la irresponsabilidad superará a la democracia y pondrá en tela de juicio la ventaja de entregar tanto poder a tan pocas personas.
Los tiempos políticos actuales están rebosantes de mentiras. Cuando bien nos va, nos las disfrazan de verdades. Por ello vale la pena recordar siempre que no hay verdades absolutas ni mentiras absolutas. Debemos comprender que detrás de cada afirmación hay intenciones y la mayoría, son para controlar, envolver y conseguir adeptos a causas no siempre justas ni legitimas.