/ martes 7 de septiembre de 2021

Totalitarismos

Un Estado totalitario es aquel que se distingue por gobernar con poder absoluto y privar de la libertad a la ciudadanía, concentrando todos los poderes de forma total, tanto que se niega a respetar divisiones y libertades fundamentales.

Sobre la definición “totalitarismo” ha corrido mucha tinta a través de los tiempos. Infinidad de expertos, historiadores, escritores y periodistas se han pronunciado acerca del tema, entre ellos Joan Solé, quien asegura que “de todas las páginas negras que contiene el libro de la historia, las peores son las que dejaron escritas los totalitarismos”.

Pero antes de referirme a los totalitarismos europeos del siglo XX, que hicieron de las suyas entre la primera y segunda guerra mundial, me permitiré compartir con mis lectores la definición que el Diccionario de la Real Academia Española nos proporciona sobre el término totalitarismo: “Doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo XX, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”.

Hannah Arendt, autora del libro Los orígenes del totalitarismo, detalla cuáles son los rasgos distintivos de los regímenes totalitarios del siglo XX, es decir, los sistemas inhumanos de dominio acerca de los cuales hablaremos más adelante. Arendt, por su condición de judía, vivió en carne propia los horrores del nazismo, en el que toda actividad dentro de Alemania estaba orientada “a contribuir al partido nazi y a la lealtad al Führer”.

La filósofa incluye entre los totalitarismos al comunismo, pero no a todos los comunismos, sino específicamente al del mandato de Joseph Stalin (entre 1922 y 1953), quien tras ser nombrado Secretario General del Partido Comunista Panruso, transformó su cargo en el más poderoso de la Unión Soviética, “rechazando delegar el poder y recurriendo al terror político para asegurarse su permanencia” (Stalin: El hombre de acero. Editorial: 50Minutos.es).

Ryszard Kapuscinski califica la dictadura de Stalin como mucho peor que la de Adolf Hitler: "Si podemos establecer la comparación, el poder destructor de Stalin fue mucho mayor. La destrucción realizada por Hitler no duró más de seis años, y Stalin empezó su terror en los años veinte y llegó hasta 1953. Su poder se mantuvo 30 años y la maquinaria de terror se prolongó mucho más”, afirma el escritor de origen polaco.

Respecto al totalitarismo alemán, que tuvo su mayor expresión de crueldad en el holocausto nazi, nombre con el que se conoce al asesinato masivo de millones de personas a manos del régimen nazi, conviene recordar lo que el libro Nazismo, Derecho, Estado refiere sobre los elementos que, a juicio de Arendt, conforman la estructura oculta del totalitarismo: antisemitismo, decadencia del estado-nación, racismo, expansión imperialista, alianza entre el capital y el populacho.

La crueldad nazi, desplegada principalmente contra judíos, gitanos y homosexuales, ha pasado a la historia por el despliegue de acciones extremadamente violentas en contra de personas cuyo origen étnico, religioso o ideas políticas divergían de los ideales de Hitler.

El fascismo de Benito Mussolini, al igual que el nazismo de Adolf Hitler, recurrieron a la violencia para la consecución de sus objetivos: aterrorizaban de diversas maneras a sus oponentes y eliminaban cualquier tipo de oposición a sus ideas.

Por todo lo que registra la historia sobre los excesos cometidos por los totalitarismos, nos toca estar alertas y cerrar el paso al posible retorno del fascismo, más allá de que el historiador Emilio Gentile haya respondido en su tiempo con un “No, en absoluto” la pregunta: ¿Existe el peligro de un retorno del fascismo?

Mi columna es a propósito de la reciente reunión en el Senado de algunos senadores panistas con Santiago Abascal, líder de Vox, el partido español de ultraderecha, al que algunas voces, entre ellas la del presidente Andrés Manuel López Obrador, califican de fascista. Respecto a esta reunión y a la firma de la Carta de Madrid, el columnista Héctor Aguilar Camín explica en su espacio de opinión en Milenio lo que dicho encuentro consiguió: “No logró con eso sino regresar al PAN a la celda del fantasma que lo persigue, que es llevar en su seno, escondido y camuflado, un contingente de extrema derecha, ultraconservador, misógino y arcaico, eco del sinarquismo mexicano, del franquismo español y del fascismo francés, afluentes históricos de la creación del PAN hace 90 años”.

Insisto: nos toca estar en constante estado de alerta para evitar el indeseable retorno del fascismo y el nazismo, males que, a pesar de la decidida lucha de la humanidad en contra de ellos, siguen estando ahí, esperando cualquier descuido nuestro para retornar con más fuerza que nunca.


Twitter: @armayacastro


Un Estado totalitario es aquel que se distingue por gobernar con poder absoluto y privar de la libertad a la ciudadanía, concentrando todos los poderes de forma total, tanto que se niega a respetar divisiones y libertades fundamentales.

Sobre la definición “totalitarismo” ha corrido mucha tinta a través de los tiempos. Infinidad de expertos, historiadores, escritores y periodistas se han pronunciado acerca del tema, entre ellos Joan Solé, quien asegura que “de todas las páginas negras que contiene el libro de la historia, las peores son las que dejaron escritas los totalitarismos”.

Pero antes de referirme a los totalitarismos europeos del siglo XX, que hicieron de las suyas entre la primera y segunda guerra mundial, me permitiré compartir con mis lectores la definición que el Diccionario de la Real Academia Española nos proporciona sobre el término totalitarismo: “Doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo XX, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”.

Hannah Arendt, autora del libro Los orígenes del totalitarismo, detalla cuáles son los rasgos distintivos de los regímenes totalitarios del siglo XX, es decir, los sistemas inhumanos de dominio acerca de los cuales hablaremos más adelante. Arendt, por su condición de judía, vivió en carne propia los horrores del nazismo, en el que toda actividad dentro de Alemania estaba orientada “a contribuir al partido nazi y a la lealtad al Führer”.

La filósofa incluye entre los totalitarismos al comunismo, pero no a todos los comunismos, sino específicamente al del mandato de Joseph Stalin (entre 1922 y 1953), quien tras ser nombrado Secretario General del Partido Comunista Panruso, transformó su cargo en el más poderoso de la Unión Soviética, “rechazando delegar el poder y recurriendo al terror político para asegurarse su permanencia” (Stalin: El hombre de acero. Editorial: 50Minutos.es).

Ryszard Kapuscinski califica la dictadura de Stalin como mucho peor que la de Adolf Hitler: "Si podemos establecer la comparación, el poder destructor de Stalin fue mucho mayor. La destrucción realizada por Hitler no duró más de seis años, y Stalin empezó su terror en los años veinte y llegó hasta 1953. Su poder se mantuvo 30 años y la maquinaria de terror se prolongó mucho más”, afirma el escritor de origen polaco.

Respecto al totalitarismo alemán, que tuvo su mayor expresión de crueldad en el holocausto nazi, nombre con el que se conoce al asesinato masivo de millones de personas a manos del régimen nazi, conviene recordar lo que el libro Nazismo, Derecho, Estado refiere sobre los elementos que, a juicio de Arendt, conforman la estructura oculta del totalitarismo: antisemitismo, decadencia del estado-nación, racismo, expansión imperialista, alianza entre el capital y el populacho.

La crueldad nazi, desplegada principalmente contra judíos, gitanos y homosexuales, ha pasado a la historia por el despliegue de acciones extremadamente violentas en contra de personas cuyo origen étnico, religioso o ideas políticas divergían de los ideales de Hitler.

El fascismo de Benito Mussolini, al igual que el nazismo de Adolf Hitler, recurrieron a la violencia para la consecución de sus objetivos: aterrorizaban de diversas maneras a sus oponentes y eliminaban cualquier tipo de oposición a sus ideas.

Por todo lo que registra la historia sobre los excesos cometidos por los totalitarismos, nos toca estar alertas y cerrar el paso al posible retorno del fascismo, más allá de que el historiador Emilio Gentile haya respondido en su tiempo con un “No, en absoluto” la pregunta: ¿Existe el peligro de un retorno del fascismo?

Mi columna es a propósito de la reciente reunión en el Senado de algunos senadores panistas con Santiago Abascal, líder de Vox, el partido español de ultraderecha, al que algunas voces, entre ellas la del presidente Andrés Manuel López Obrador, califican de fascista. Respecto a esta reunión y a la firma de la Carta de Madrid, el columnista Héctor Aguilar Camín explica en su espacio de opinión en Milenio lo que dicho encuentro consiguió: “No logró con eso sino regresar al PAN a la celda del fantasma que lo persigue, que es llevar en su seno, escondido y camuflado, un contingente de extrema derecha, ultraconservador, misógino y arcaico, eco del sinarquismo mexicano, del franquismo español y del fascismo francés, afluentes históricos de la creación del PAN hace 90 años”.

Insisto: nos toca estar en constante estado de alerta para evitar el indeseable retorno del fascismo y el nazismo, males que, a pesar de la decidida lucha de la humanidad en contra de ellos, siguen estando ahí, esperando cualquier descuido nuestro para retornar con más fuerza que nunca.


Twitter: @armayacastro