/ jueves 19 de julio de 2018

Texto exclusivo para gente “bien”

Gladys Pérez Martínez


La semana pasada aconteció otro hecho indignante de discriminación en nuestra ciudad, en esta ocasión en el Club Las Lomas. Hubo polémica sobre el tema, las personas dieron su opinión y se posicionaron a favor o en contra del retiro de la membresía de Alfredo Peña y en cuestión de días el debate se fue apaciguando mientras algunos iban asimilando que hechos así, son simplemente parte de un segmento de la sociedad que es elitista y racista, y que históricamente ha llevado a cabo este tipo de prácticas denigrantes donde lastimosamente “así son las cosas”.

Y no, la realidad es que así no deben ser las cosas, estas prácticas sociales lastiman, segregan y restan oportunidades a muchísimas personas día con día en esta ciudad. El reclamo sigue y seguirá latente entre jóvenes, mujeres, ancianos, homosexuales, indígenas, discapacitados, familias de escasos recursos y demás grupos minoritarios que exigimos un cese inmediato a la discriminación y al clasismo.

La realidad es que, como lo comentó David Fernández Dávalos, rector de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, en una ponencia, algunas personas, generalmente blancas y por lo regular instruidas, sienten que tienen la autoridad de impedir a otras que no son como ellas, el acceso a bienes, servicios y derechos, fundamentalmente por interés económico y por razones de poder, de prestigio, por ignorancia o por inercia; porque “así son las cosas”.

Esta construcción social que hemos permitido, este complejo de superioridad no es un tema inherente a los tapatíos, no es generacional, ni es genético ni tratemos de normalizarlo con la propia historia, citando a autores que señalan que la discriminación en México es una actitud que viene desde el régimen colonial español, donde las mejores posiciones sociales eran reservadas para las personas con rasgos europeos dentro de un sistema de castas; quizá de ahí se remontan muchos de los prejuicios que han existido en este país, pero no es posible que sigamos asumiéndolos como parte de nuestras vidas diarias en pleno Siglo XXI.

En el caso reciente de Alfredo Peña, los medios que publicaron la nota mencionaron como información relevante, sus estudios y posgrados. ¿O, sea que también una persona vale más por sus méritos académicos? Defender a una víctima de discriminación con el sustento de que es una persona estudiada y acomodada es un absurdo, es caer en la misma dinámica que en un principio lo segregó. El fondo es más sencillo, nadie debería acosar, humillar o violentar a nadie por el simple hecho de ser seres humanos, iguales que nosotros.

Datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Enadis), señalan que un 55% de los mexicanos reconoce que en este país se insulta a las personas por su color de piel. Asimismo señala que el 59.5% de las personas de sectores socioeconómicos medio alto y alto son quienes en mayor porcentaje perciben que la riqueza ocasiona más divisiones. Las soluciones planteadas son muchas, desde políticas públicas sociales y educativas, campañas de concientización y reformas legales más incluyentes y plurales. Sin embargo, me parece que el reto más importante en la sociedad tapatía está en el núcleo familiar. En el ejemplo de los padres, que son una generación que debe dejar de ver como algo normal este tipo de actitudes que estigmatizan, que refuerzan estereotipos, que criminalizan a la pobreza, que dividen, que denigran, que hieren. Muchas personas dicen que quieren justicia y paz en México, pues bueno, comencemos desde casa.


* Politóloga

Twitter: @gla_pem


Gladys Pérez Martínez


La semana pasada aconteció otro hecho indignante de discriminación en nuestra ciudad, en esta ocasión en el Club Las Lomas. Hubo polémica sobre el tema, las personas dieron su opinión y se posicionaron a favor o en contra del retiro de la membresía de Alfredo Peña y en cuestión de días el debate se fue apaciguando mientras algunos iban asimilando que hechos así, son simplemente parte de un segmento de la sociedad que es elitista y racista, y que históricamente ha llevado a cabo este tipo de prácticas denigrantes donde lastimosamente “así son las cosas”.

Y no, la realidad es que así no deben ser las cosas, estas prácticas sociales lastiman, segregan y restan oportunidades a muchísimas personas día con día en esta ciudad. El reclamo sigue y seguirá latente entre jóvenes, mujeres, ancianos, homosexuales, indígenas, discapacitados, familias de escasos recursos y demás grupos minoritarios que exigimos un cese inmediato a la discriminación y al clasismo.

La realidad es que, como lo comentó David Fernández Dávalos, rector de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, en una ponencia, algunas personas, generalmente blancas y por lo regular instruidas, sienten que tienen la autoridad de impedir a otras que no son como ellas, el acceso a bienes, servicios y derechos, fundamentalmente por interés económico y por razones de poder, de prestigio, por ignorancia o por inercia; porque “así son las cosas”.

Esta construcción social que hemos permitido, este complejo de superioridad no es un tema inherente a los tapatíos, no es generacional, ni es genético ni tratemos de normalizarlo con la propia historia, citando a autores que señalan que la discriminación en México es una actitud que viene desde el régimen colonial español, donde las mejores posiciones sociales eran reservadas para las personas con rasgos europeos dentro de un sistema de castas; quizá de ahí se remontan muchos de los prejuicios que han existido en este país, pero no es posible que sigamos asumiéndolos como parte de nuestras vidas diarias en pleno Siglo XXI.

En el caso reciente de Alfredo Peña, los medios que publicaron la nota mencionaron como información relevante, sus estudios y posgrados. ¿O, sea que también una persona vale más por sus méritos académicos? Defender a una víctima de discriminación con el sustento de que es una persona estudiada y acomodada es un absurdo, es caer en la misma dinámica que en un principio lo segregó. El fondo es más sencillo, nadie debería acosar, humillar o violentar a nadie por el simple hecho de ser seres humanos, iguales que nosotros.

Datos de la Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Enadis), señalan que un 55% de los mexicanos reconoce que en este país se insulta a las personas por su color de piel. Asimismo señala que el 59.5% de las personas de sectores socioeconómicos medio alto y alto son quienes en mayor porcentaje perciben que la riqueza ocasiona más divisiones. Las soluciones planteadas son muchas, desde políticas públicas sociales y educativas, campañas de concientización y reformas legales más incluyentes y plurales. Sin embargo, me parece que el reto más importante en la sociedad tapatía está en el núcleo familiar. En el ejemplo de los padres, que son una generación que debe dejar de ver como algo normal este tipo de actitudes que estigmatizan, que refuerzan estereotipos, que criminalizan a la pobreza, que dividen, que denigran, que hieren. Muchas personas dicen que quieren justicia y paz en México, pues bueno, comencemos desde casa.


* Politóloga

Twitter: @gla_pem


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