/ lunes 30 de agosto de 2021

Tambores de paz con pipas de guerra

La relación histórica entre Andrés Manuel López Obrador y Enrique Alfaro Ramírez, comienza hace muchos años. Ya en 2012 tejieron acuerdos y sumaron fuerzas por propósitos políticos y objetivos comunes. De ahí para acá, la ruta no ha sido tersa ni fácil. Encuentros y desencuentros cíclicos han rodeado la construcción de acuerdos entre ambos, lo cual se mantiene hasta nuestros días, generando una relación de tensa calma, con cordialidad política, obligados ambos, por que el camino que más les sirve a ambos para sus particulares intereses, es la pública colaboración.

Para escalar al poder, el camino que llevó a AMLO a la presidencia de México y a Enrique Alfaro a la gubernatura, los mantuvo en convergencias estratégicas, similitud de objetivos, contexto político similar y enemigos por demás comunes, lo cual ha hecho que sus coincidencias pesen más que sus diferencias.

Ambos para alcanzar victoria electoral en sus respectivas elecciones en 2018, debieron mostrarse ante los electores como alternativas diferentes a las que ofrecieron las cúpulas políticas tradicionales. La diferenciación con los candidatos y activos de los partidos políticos entonces grandes e históricos, les obligo a convertirse en referencias anti sistémicas, con discursos contestatarios, enfrentando al poder, contradiciendo a los gobiernos en turno, coincidentemente priistas tanto en México como en Jalisco. Casualmente, sus antecesores en el poder intentaron parecerse por motivos estratégicos: Enrique Peña Nieto y Aristóteles Sandoval.

La estrategia ganadora común fue desacreditar al poder tradicional, cavando socavones a los cimientos del poder, cuestionando, reconvirtiendo lideres sociales, incorporando a los opositores del gobierno priista. Ambos ganaron sus respectivas elecciones y por ello, debieron seguir tratándose, involucrarse y trabajar en conjunto. Los dos personajes están acompañados de personalidades fuertes, con toques de egocentrismo, arrogancia y liderazgo duro.

Con choques mediáticos, con esgrima política de alta intensidad, con problemas y disputas por el presupuesto, el gasto público, los grandes proyectos estratégicos de inversión para Jalisco, la relación entre ellos es una fuente permanente de conflicto. Pero… 2024 es una aduana común. Ambos tienen la mirada en el objetivo de la sucesión presidencial. AMLO para intentar imponer a su delfina, Alfaro, con la oportunidad creciente cada día más de forzar una bisagra democrática por donde introducirse a la silla presidencial. El resultado no depende de ellos pero su calidad como estrategas, como planificadores del juego político, esta fuera de discusión. Saben que se van a enfrentar en el futuro, como antes y como siempre. No hay amistad, pero por ahora, caminaran juntos por que les conviene. Y de paso, esa postura es la que más beneficia al pueblo de México y al pueblo de Jalisco. Así debería de ser, aunque no ha sido. Pero por ahora, es.

La alianza efímera y temporal ha dado frutos positivos: al anunciar conjuntamente la solución para concluir la construcción de la presa El Zapotillo, evitando que se inunden los poblados Temacapulín, Acasico y Palmarejo, encuentran unas salida viable para dotar de agua y resolver el abasto metropolitano en Guadalajara. Victoria conjunta, con un derrotado que casualmente también es un rival común: el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, quien al no elevar la cortina de la presa, pierde la partida de manera rotunda.

Es claro que llevar una buena relación entre los ordenes de gobierno, beneficia a los habitantes y genera condiciones de crecimiento, desarrollo, servicio, bienestar y resultados positivos para la ciudadanía. Es la cooperación el mejor escenario de la política en cualquier escenario. Por ahora, hay beneficios rescatados de la buena relación temporal entre el presidente de México y el gobernador de Jalisco.

@carlosanguianoz en Twitter

La relación histórica entre Andrés Manuel López Obrador y Enrique Alfaro Ramírez, comienza hace muchos años. Ya en 2012 tejieron acuerdos y sumaron fuerzas por propósitos políticos y objetivos comunes. De ahí para acá, la ruta no ha sido tersa ni fácil. Encuentros y desencuentros cíclicos han rodeado la construcción de acuerdos entre ambos, lo cual se mantiene hasta nuestros días, generando una relación de tensa calma, con cordialidad política, obligados ambos, por que el camino que más les sirve a ambos para sus particulares intereses, es la pública colaboración.

Para escalar al poder, el camino que llevó a AMLO a la presidencia de México y a Enrique Alfaro a la gubernatura, los mantuvo en convergencias estratégicas, similitud de objetivos, contexto político similar y enemigos por demás comunes, lo cual ha hecho que sus coincidencias pesen más que sus diferencias.

Ambos para alcanzar victoria electoral en sus respectivas elecciones en 2018, debieron mostrarse ante los electores como alternativas diferentes a las que ofrecieron las cúpulas políticas tradicionales. La diferenciación con los candidatos y activos de los partidos políticos entonces grandes e históricos, les obligo a convertirse en referencias anti sistémicas, con discursos contestatarios, enfrentando al poder, contradiciendo a los gobiernos en turno, coincidentemente priistas tanto en México como en Jalisco. Casualmente, sus antecesores en el poder intentaron parecerse por motivos estratégicos: Enrique Peña Nieto y Aristóteles Sandoval.

La estrategia ganadora común fue desacreditar al poder tradicional, cavando socavones a los cimientos del poder, cuestionando, reconvirtiendo lideres sociales, incorporando a los opositores del gobierno priista. Ambos ganaron sus respectivas elecciones y por ello, debieron seguir tratándose, involucrarse y trabajar en conjunto. Los dos personajes están acompañados de personalidades fuertes, con toques de egocentrismo, arrogancia y liderazgo duro.

Con choques mediáticos, con esgrima política de alta intensidad, con problemas y disputas por el presupuesto, el gasto público, los grandes proyectos estratégicos de inversión para Jalisco, la relación entre ellos es una fuente permanente de conflicto. Pero… 2024 es una aduana común. Ambos tienen la mirada en el objetivo de la sucesión presidencial. AMLO para intentar imponer a su delfina, Alfaro, con la oportunidad creciente cada día más de forzar una bisagra democrática por donde introducirse a la silla presidencial. El resultado no depende de ellos pero su calidad como estrategas, como planificadores del juego político, esta fuera de discusión. Saben que se van a enfrentar en el futuro, como antes y como siempre. No hay amistad, pero por ahora, caminaran juntos por que les conviene. Y de paso, esa postura es la que más beneficia al pueblo de México y al pueblo de Jalisco. Así debería de ser, aunque no ha sido. Pero por ahora, es.

La alianza efímera y temporal ha dado frutos positivos: al anunciar conjuntamente la solución para concluir la construcción de la presa El Zapotillo, evitando que se inunden los poblados Temacapulín, Acasico y Palmarejo, encuentran unas salida viable para dotar de agua y resolver el abasto metropolitano en Guadalajara. Victoria conjunta, con un derrotado que casualmente también es un rival común: el gobernador de Guanajuato, Diego Sinhue Rodríguez Vallejo, quien al no elevar la cortina de la presa, pierde la partida de manera rotunda.

Es claro que llevar una buena relación entre los ordenes de gobierno, beneficia a los habitantes y genera condiciones de crecimiento, desarrollo, servicio, bienestar y resultados positivos para la ciudadanía. Es la cooperación el mejor escenario de la política en cualquier escenario. Por ahora, hay beneficios rescatados de la buena relación temporal entre el presidente de México y el gobernador de Jalisco.

@carlosanguianoz en Twitter