/ domingo 10 de febrero de 2019

Soberbia y servidor

Según el diccionario de la Real Academia Española, soberbia es la actitud de orgullo desmedido, ira, cólera, rabia. Servidor, según la misma institución, entre otras acepciones, es aquella persona que sirve como criado, sirviente, lacayo y un término de cortesía. Quedo de usted atento y seguro servidor, actitudes que son incompatibles entre sí, aunque son reguladas en el caso de los servidores públicos según la ley creada para ellos, hasta la fecha me parece letra muerta.

Es muy lamentable ver cotidianamente y saber también que en los distintos poderes y niveles de Gobierno, como es una constante la actitud de los más encumbrados en el servicio público, ya sea por acción o por omisión, se agrede al ciudadano, bien por lo inaccesible o lo complicado que resulta acceder a esos personajes que nadie les pidió que se contrataran para el servicio, me refiero a la sociedad en general, porque bien puede ser labor de grupos o de equipos que buscan los distintos cargos que nuestro sistema de Gobierno establece, pero más lamentable resulta el engaño con que se trata al ciudadano común cuando se afirma estar atendiendo su necesidad o su Derecho Humano que hoy así se establece en la constitución nacional, como sucedió en particular por la administración inmediata anterior en el caso de los desaparecidos, donde aparte de mentir nunca se atendió dando respuestas arrogantes y falaces con una desvergüenza desmedida.

Y desafortunadamente ésta actitud en el servicio público es generalizada porque desde la más modesta secretaria o secretario de oficina, incluida aquella de ínfima categoría -muy excepcionalmente se encuentran quienes tienen la gentileza de darle una respuesta amable y respetuosa-, que generalmente si dan la respuesta pero con un marcado dejo de desprecio y abuso de poder, -aunque sea nulo este poder en apariencia- pero que se hace visible y omnipresente ante la necesidad del ciudadano de acudir a las instituciones en pos de tener o defender un derecho legítimo y sin desconocer que hay ciudadanos que piden la atención del servidor de una manera impropia, pero ni eso justifica al servidor público para no cumplir con su deber oportunamente en los términos que he mencionado, porque como ha quedado en líneas atrás, el servidor público es el que se alquila para servir, válgame la expresión, pero su servicio le es remunerado con el erario público y no es válida por ningún motivo una actitud que vaya en detrimento del propio servicio público y atentando contra el derecho de petición del ciudadano común y corriente.

Es urgente, a mi juicio, que quienes detentan la dirección de una institución y todos los que forman parte de ella, -me refiero a la institución- sin importar el rango o importancia de la misma tienen la obligación de dar un trato digno a la ciudadanía y sin menoscabo de su propia calidad humana, pero para que esto suceda obviamente que el ejemplo de servir bien a los demás debe originarse precisamente desde la cúpula y de allí deslizarse hasta los niveles más modestos de dichos servidores públicos y vigilar a estos permanentemente y por todos los medios a su alcance, para que aquellos que dependen de su dirección, sistemática y permanentemente observen una actitud gentil, diligente y respetuosa a todo aquel que acuda a solicitar sus servicios y si fuese el caso en el cual el peticionario no planteara adecuada y debidamente su petición o prestación del servicio, el servidor público, procediese bajo un nuevo esquema y sistema de trabajo, que en lugar de rechazar al ciudadano y mandarlo a casa con las manos vacías se dedicase dicho servidor público a orientarlo y facilitarle el camino hasta en tanto obtuviese respuesta a su solicitud, esto, siempre y cuando la misma no contravenga ninguna disposición legal o moral, de esta manera, realmente estaríamos contribuyendo a cambiar la forma de servir a los demás desde las propias oficinas del Gobierno y otorgándole a la población un servicio más eficaz, más expedito y más adecuado y cuyo resultado, al fin de cuentas vendría a redundar en una mejor administración pública y por parte de la ciudadanía un reconocimiento mayor a la labor de los servidores públicos.

Además de la actitud gentil y respetuosa que debe guardar el servidor público, debe ser una responsabilidad superior del responsable de la institución o del área que tiene la dirección de ésta, que por sobre todo el servicio se preste oportunamente y evitar al máximo la dilación, que desafortunadamente la mayoría de las veces lo hace el servidor en el propósito de generar la dádiva y que desgraciadamente es una constante en la administración pública y que muchas de las veces propiciada por los superiores jerárquicos a grado de exigir a sus subalternos cuotas mensuales o semanales y en algunos casos hasta el 50% de su salario, que si usted amigo lector o cualquiera de los representantes de los niveles de Gobierno me cuestionara y demostrara tal situación, desde luego que no lo puedo hacer porque aquellos subalternos que lo padecen prefieren recibir la miseria salarial que les dejan a no recibir nada, que sería la consecuencia de ser despedidos al hacer tal denuncia, que bien vale la pena que además de la agencia del ministerio público instituida para castigar la corrupción que indebidamente se denomina agencia anticorrupción, -la anticorrupción no es ni censurable ni sancionable-, ojalá se corrigiera éste y otros tantos términos tan desacertados que existen en la actual legislación.

Una vez más compañeros abogados -y no sólo a ustedes o a nosotros nos corresponde reflexionar esta problemática sistémica sino a todas mis lectoras y lectores- porque me parece que este estado de cosas obedece más a nuestra irresponsabilidad o cobardía de no denunciar y señalar tales conductas, que desde luego no me causa ningún placer hacerlo y menos aún si nos ponemos en la disyuntiva de que las cosas tal y como están no deben continuar pero para que se dé el cambio se requiere una actitud más comprometida y responsable de todos, porque de otra manera si dejamos que todo siga igual, tendríamos que admitir que nuestra actitud pasiva u omisa ante dicho fenómeno lo estaríamos heredando a las generaciones porvenir, y ello, realmente nos resultaría cobarde, vergonzoso e indigno.


* Profesor Investigador de la División de Estudios Jurídicos de la UdeG.

locb15@hotmail.com

Según el diccionario de la Real Academia Española, soberbia es la actitud de orgullo desmedido, ira, cólera, rabia. Servidor, según la misma institución, entre otras acepciones, es aquella persona que sirve como criado, sirviente, lacayo y un término de cortesía. Quedo de usted atento y seguro servidor, actitudes que son incompatibles entre sí, aunque son reguladas en el caso de los servidores públicos según la ley creada para ellos, hasta la fecha me parece letra muerta.

Es muy lamentable ver cotidianamente y saber también que en los distintos poderes y niveles de Gobierno, como es una constante la actitud de los más encumbrados en el servicio público, ya sea por acción o por omisión, se agrede al ciudadano, bien por lo inaccesible o lo complicado que resulta acceder a esos personajes que nadie les pidió que se contrataran para el servicio, me refiero a la sociedad en general, porque bien puede ser labor de grupos o de equipos que buscan los distintos cargos que nuestro sistema de Gobierno establece, pero más lamentable resulta el engaño con que se trata al ciudadano común cuando se afirma estar atendiendo su necesidad o su Derecho Humano que hoy así se establece en la constitución nacional, como sucedió en particular por la administración inmediata anterior en el caso de los desaparecidos, donde aparte de mentir nunca se atendió dando respuestas arrogantes y falaces con una desvergüenza desmedida.

Y desafortunadamente ésta actitud en el servicio público es generalizada porque desde la más modesta secretaria o secretario de oficina, incluida aquella de ínfima categoría -muy excepcionalmente se encuentran quienes tienen la gentileza de darle una respuesta amable y respetuosa-, que generalmente si dan la respuesta pero con un marcado dejo de desprecio y abuso de poder, -aunque sea nulo este poder en apariencia- pero que se hace visible y omnipresente ante la necesidad del ciudadano de acudir a las instituciones en pos de tener o defender un derecho legítimo y sin desconocer que hay ciudadanos que piden la atención del servidor de una manera impropia, pero ni eso justifica al servidor público para no cumplir con su deber oportunamente en los términos que he mencionado, porque como ha quedado en líneas atrás, el servidor público es el que se alquila para servir, válgame la expresión, pero su servicio le es remunerado con el erario público y no es válida por ningún motivo una actitud que vaya en detrimento del propio servicio público y atentando contra el derecho de petición del ciudadano común y corriente.

Es urgente, a mi juicio, que quienes detentan la dirección de una institución y todos los que forman parte de ella, -me refiero a la institución- sin importar el rango o importancia de la misma tienen la obligación de dar un trato digno a la ciudadanía y sin menoscabo de su propia calidad humana, pero para que esto suceda obviamente que el ejemplo de servir bien a los demás debe originarse precisamente desde la cúpula y de allí deslizarse hasta los niveles más modestos de dichos servidores públicos y vigilar a estos permanentemente y por todos los medios a su alcance, para que aquellos que dependen de su dirección, sistemática y permanentemente observen una actitud gentil, diligente y respetuosa a todo aquel que acuda a solicitar sus servicios y si fuese el caso en el cual el peticionario no planteara adecuada y debidamente su petición o prestación del servicio, el servidor público, procediese bajo un nuevo esquema y sistema de trabajo, que en lugar de rechazar al ciudadano y mandarlo a casa con las manos vacías se dedicase dicho servidor público a orientarlo y facilitarle el camino hasta en tanto obtuviese respuesta a su solicitud, esto, siempre y cuando la misma no contravenga ninguna disposición legal o moral, de esta manera, realmente estaríamos contribuyendo a cambiar la forma de servir a los demás desde las propias oficinas del Gobierno y otorgándole a la población un servicio más eficaz, más expedito y más adecuado y cuyo resultado, al fin de cuentas vendría a redundar en una mejor administración pública y por parte de la ciudadanía un reconocimiento mayor a la labor de los servidores públicos.

Además de la actitud gentil y respetuosa que debe guardar el servidor público, debe ser una responsabilidad superior del responsable de la institución o del área que tiene la dirección de ésta, que por sobre todo el servicio se preste oportunamente y evitar al máximo la dilación, que desafortunadamente la mayoría de las veces lo hace el servidor en el propósito de generar la dádiva y que desgraciadamente es una constante en la administración pública y que muchas de las veces propiciada por los superiores jerárquicos a grado de exigir a sus subalternos cuotas mensuales o semanales y en algunos casos hasta el 50% de su salario, que si usted amigo lector o cualquiera de los representantes de los niveles de Gobierno me cuestionara y demostrara tal situación, desde luego que no lo puedo hacer porque aquellos subalternos que lo padecen prefieren recibir la miseria salarial que les dejan a no recibir nada, que sería la consecuencia de ser despedidos al hacer tal denuncia, que bien vale la pena que además de la agencia del ministerio público instituida para castigar la corrupción que indebidamente se denomina agencia anticorrupción, -la anticorrupción no es ni censurable ni sancionable-, ojalá se corrigiera éste y otros tantos términos tan desacertados que existen en la actual legislación.

Una vez más compañeros abogados -y no sólo a ustedes o a nosotros nos corresponde reflexionar esta problemática sistémica sino a todas mis lectoras y lectores- porque me parece que este estado de cosas obedece más a nuestra irresponsabilidad o cobardía de no denunciar y señalar tales conductas, que desde luego no me causa ningún placer hacerlo y menos aún si nos ponemos en la disyuntiva de que las cosas tal y como están no deben continuar pero para que se dé el cambio se requiere una actitud más comprometida y responsable de todos, porque de otra manera si dejamos que todo siga igual, tendríamos que admitir que nuestra actitud pasiva u omisa ante dicho fenómeno lo estaríamos heredando a las generaciones porvenir, y ello, realmente nos resultaría cobarde, vergonzoso e indigno.


* Profesor Investigador de la División de Estudios Jurídicos de la UdeG.

locb15@hotmail.com